Es sabido que las excomuniones recaídas en 1988 sobre el Arzobispo Marcel Lefèbvre, el Obispo Antonio de Castro-Mayer y los cuatro obispos de la Hermandad de San Pío X por ellos consagrados en el acto que determinó aquéllas, presentaron abundantes dudas desde el ángulo del derecho canónico, hasta el punto de que por muchos fueran reputadas siempre nulas. Sin embargo, los afectados han querido pedir a la autoridad su levantamiento y la Santa Sede lo ha concedido. Esto es lo importante. Lo demás pertenece a la interpretación jurídica de los canonistas y a la futura historia de la Iglesia.
La Comunión Tradicionalista no puede sino alegrarse, pues son bien conocidas las estrechas relaciones que siempre ha sostenido con la Hermandad de San Pío X en la lucha común contra la Revolución liberal, de la que la crisis modernista es un largo, penoso y grave capítulo. Los ataques modernistas contra la Iglesia no han quedado en el orden teológico y la vida interna de la Iglesia misma, sino que han afectado también al orden social y a la doctrina política católica. El Carlismo, inquebrantablemente fiel a la Iglesia de Roma, a la que ha servido abnegadamente, ha sufrido sin embargo en ocasiones la incomprensión de la política y la diplomacia vaticanas, que desde muy pronto reconocieron a los antirreyes de la dinastía liberal e incluso invitaron a los españoles a darles sostén. Sin embargo, ante la crisis de la segunda mitad del siglo XX, que históricamente se vincula con el II Concilio Vaticano, había de sufrir aún más si cabe los desmayos doctrinales y prácticos procedentes de las altas jerarquías de la Iglesia.
Así pues, los carlistas se mezclaron con los promotores del apostolado de la Hermandad de San Pío X, tanto en las Españas peninsulares como en las americanas. Baste recordar, con referencia exclusiva ahora a las primeras, cómo los capellanes de los campamentos que precedieron a Cruz de Borgoña fueron de la Hermandad y cómo a la misma pertenecen los sacerdotes que celebraban —y en muchos lugares siguen celebrando— el Santo Sacrificio de la Misa en las conmemoraciones y reuniones carlistas. El mismo Abanderado de la Tradición, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, amigo como sus padres los Reyes Don Javier y Doña Magdalena del Arzobispo Lefèbvre, acompañado por un grupo de dirigentes carlistas, presenció en lugar de honor las consagraciones de Ecône de 1988.
Algunos grupos en la práctica democristianos han lanzado la especie de que el Carlismo pretende ser el «brazo político» de la Hermandad San Pío X, lo que sólo sería comprensible en un partido «vaticanista» o, en el mejor de los casos, «integrista» en el sentido de nocedalino. Pero que supone un grave error de perspectiva, pues el Carlismo es la continuidad de la tradición política católica española corporeizada en torno al Rey, y no una congregación o cofradía. Interesa resaltar, sin embargo, más allá de malintencionados enredos, la importancia de la convergencia del combate espiritual de la Tradición católica con el del combate político por la misma Tradición. Lo que ha sido siempre una constante del Carlismo, que si en otro tiempo buscó principalmente amparo en la Compañía de Jesús, por ser la vanguardia de la lucha por la integridad católica, de forma natural fue apoyando a la Hermandad de San Pío X y al resto del clero tradicional que resistió frente a la devastación modernista. Y es una constante que se repite en otros grupos tradicionalistas del resto de la antigua Cristiandad. Porque sólo la Tradición salvará a la Iglesia y sólo la Tradición salvará a España.
La Comunión Tradicionalista no puede sino alegrarse, pues son bien conocidas las estrechas relaciones que siempre ha sostenido con la Hermandad de San Pío X en la lucha común contra la Revolución liberal, de la que la crisis modernista es un largo, penoso y grave capítulo. Los ataques modernistas contra la Iglesia no han quedado en el orden teológico y la vida interna de la Iglesia misma, sino que han afectado también al orden social y a la doctrina política católica. El Carlismo, inquebrantablemente fiel a la Iglesia de Roma, a la que ha servido abnegadamente, ha sufrido sin embargo en ocasiones la incomprensión de la política y la diplomacia vaticanas, que desde muy pronto reconocieron a los antirreyes de la dinastía liberal e incluso invitaron a los españoles a darles sostén. Sin embargo, ante la crisis de la segunda mitad del siglo XX, que históricamente se vincula con el II Concilio Vaticano, había de sufrir aún más si cabe los desmayos doctrinales y prácticos procedentes de las altas jerarquías de la Iglesia.
Así pues, los carlistas se mezclaron con los promotores del apostolado de la Hermandad de San Pío X, tanto en las Españas peninsulares como en las americanas. Baste recordar, con referencia exclusiva ahora a las primeras, cómo los capellanes de los campamentos que precedieron a Cruz de Borgoña fueron de la Hermandad y cómo a la misma pertenecen los sacerdotes que celebraban —y en muchos lugares siguen celebrando— el Santo Sacrificio de la Misa en las conmemoraciones y reuniones carlistas. El mismo Abanderado de la Tradición, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, amigo como sus padres los Reyes Don Javier y Doña Magdalena del Arzobispo Lefèbvre, acompañado por un grupo de dirigentes carlistas, presenció en lugar de honor las consagraciones de Ecône de 1988.
Algunos grupos en la práctica democristianos han lanzado la especie de que el Carlismo pretende ser el «brazo político» de la Hermandad San Pío X, lo que sólo sería comprensible en un partido «vaticanista» o, en el mejor de los casos, «integrista» en el sentido de nocedalino. Pero que supone un grave error de perspectiva, pues el Carlismo es la continuidad de la tradición política católica española corporeizada en torno al Rey, y no una congregación o cofradía. Interesa resaltar, sin embargo, más allá de malintencionados enredos, la importancia de la convergencia del combate espiritual de la Tradición católica con el del combate político por la misma Tradición. Lo que ha sido siempre una constante del Carlismo, que si en otro tiempo buscó principalmente amparo en la Compañía de Jesús, por ser la vanguardia de la lucha por la integridad católica, de forma natural fue apoyando a la Hermandad de San Pío X y al resto del clero tradicional que resistió frente a la devastación modernista. Y es una constante que se repite en otros grupos tradicionalistas del resto de la antigua Cristiandad. Porque sólo la Tradición salvará a la Iglesia y sólo la Tradición salvará a España.
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