El carácter sagrado de la Monarquía hace que prevalezca a pesar de sus elementos negativos. Y mira que los hay...
En este tiempo en que el príncipe de la asturiana se ufana por haber engendrado dos hembras, la estirpe de los Puigmoltó, ya está forzando la modificación de la ley (la suya) para acomodarla a sus necesidades en lugar de someterse a ella.
Así lo hicieron en otro siglo y así provocaron un conflicto aún irresoluto.
Y no vamos a entrar en la discusión sobre si el Carlismo defiende la agnación en exclusiva repudiando el gobierno de mujer, que no es tanto por el huevo como por el Fuero. Rodezno nos lo aclara meridianamente: “Aun cuando en los primeros documentos de la campaña se hacen referencias frecuentes a la cuestión sucesoria, lo cierto es que ésta tuvo una importancia secundaria. Que una pragmática sanción, otorgada con más o menos formalidades, revocase el auto acordado que estableció Felipe V en Mayo de 1713, que a su vez revocaba la españolísima tradición de la Ley de Partidas, y más aún la navarrísima tradición en el orden sucesorio, jamás hubiera podido engendrar aquella contienda, que hubiera perdido nobleza y elevación de ideales de no haber sido exclusiva o, por lo menos, primordialmente de ideas. Si Don Carlos hubiese abrazado los principios de la revolución y Doña María Cristina hubiese abrazado los de la tradición monárquica pura, los liberales hubiesen invocado la legitimidad borbónica agnada, y en las montañas y valles de Navarra se hubiese defendido – y no por primera vez – el derecho sucesorio de las hembras.” (La Princesa de Beira y los hijos de Don Carlos, Conde de Rodezno, Madrid 1928)
Ideas, sí, ideas. Las viejas tradiciones de las Españas defendidas por Carlos, el que se negó a abdicar ante Napoleón, contra la irrupción liberal. El que nunca levantó sus banderas frente a su hermano, rey por su nacimiento pero...
Pero que olvidó la vieja máxima, el aforismo aragonés (extensivo por su misma naturaleza al resto de las Españas) de que “...antes hubo leyes que reyes” (apud nos prius leges conditas quem Reges creatos).
En España antes hubo leyes que reyes.
Y Don Carlos hizo algo más que defender esas ideas; defendió la legalidad porque se sometió a la ley sucesoria vigente y porque tenía plenísima conciencia de su propio derecho generado por nacimiento. Derecho que su propio hermano y soberano vulneró entregado a las veleidades que todos conocemos.
“Ni el Rey Fernando, ni las Cortes, en el caso de que María Cristina diese a luz una Princesa, podrían privar de su derecho al Infante Don Carlos, porque el derecho una vez adquirido dura tanto como la cosa sobre la que se ejerce, y no hay autoridad legal que pueda privar de él a su posesor, a no ser que se haya hecho indigno de gozarle. (...) Así que, habiendo nacido Don Carlos en 1788, las Cortes de 1789, no podían de manera alguna, privarle de su derecho al trono, después de la muerte de su hermano mayor, sin hijos varones.” (Un capítulo de la Historia de Carlos V, Barón de los Valles, Madrid, 1991)
Así este cristianísimo Príncipe consolidó su doble legitimidad: Asumió como un deber sagrado la carga de la herencia de siglos que constituye el armazón de las Españas: El reinado social de Cristo y la unidad Católica de España, las leyes tradicionales de los distintos reinos, y el gobierno responsable y entregado de la monarquía. No ambicionaba el trono. Ya nos lo advertía en su Manifiesto de Abrantes. Pero su sentido del deber lo hizo capaz de abandonar lo que hubiera podido ser una cómoda posición en la Corte para ir errante y desposeído de todos sus bienes. Su espíritu de sacrificio lo llevó al exilio.
En cuanto los hijos de la revolución se vieron libres de D. Carlos desarbolaron la nave de la Iglesia ya por la expulsión de religiosos, ya por la quema de conventos, ya por el expolio.
En el momento de las abdicaciones de Bayona, había asegurado tras negarse que, de no estar privado de libertad, estaría luchando junto a los que defendían la independencia de su Patria. Y ahora tenía que tomar las armas para reclamar el trono usurpado.
Tomó la defensa de las leyes fundamentales y de los fueros y costumbres territoriales.
Consciente de que todo poder viene de Dios asumía una misión que lo ponía en rango de Padre de vasallos sintiéndose responsable ante Dios y ante la Historia del bienestar de sus súbditos. Mientras, la “gobernadora” se sometía al chantaje de sus ministros y se entregaba a toda clase de mercadeos.
Hay que hacer notar que los reinados ilegítimos que se han sucedido a lo largo de los últimos 175 años en España no han podido sostenerse. Imbuida de la vocación profética de nuestro querido Aparisi y Guijarro pienso que cuando los socios izquierdistas de los actuales usurpadores se cansen de ellos, no les dará tiempo ni de engalanar el puerto de Cartagena.
Y es que lo legal no siempre es lo legítimo.
“Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.” (Sal 71, 1-2)
P. de Beira