domingo, 9 de diciembre de 2007

Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español 1939-1966

Dice el Diccionario de la Lengua Española, que "historiador es el que escribe historia" e historia es en su primera acepción, "la narración y exposición de acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados". Yo añadiría, para completar estos conceptos, que la importancia de la obra histórica dependerá, independientemente de la veracidad de lo narrado, puesto que si no, no sería historia, de la importancia de los acontecimientos referidos y de la existencia del peligro de que estos se olviden. Desde estos conceptos hay que decir que Manuel de Santa Cruz, con su obra Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español 1939-1966, alcanza la más alta y auténtica dimensión de historiador, transmitiendo a las nuevas generaciones unos acontecimientos no sólo ciertos y dignos de memoria, sino además en peligro real de olvido. Continuación de la magna obra de Melchor Ferrer, Historia del Tradicionalismo Español, la obra de Manuel de Santa Cruz rescata del olvido la historia del Carlismo en la crucial etapa que abarca desde el año 1939 al año 1966. Sin conocer lo acontecido en estos años no se puede entender la situación actual del Carlismo y por ende se desconocería una parte fundamental de la historia de España.

José Antonio Gallego. Licenciado en Historia, diplomado en Heráldica y Vexilología Militar, premio Gustavo de Maeztu de la Fundación Hernando de Larramendi por su obra "El alzamiento carlista en Castilla la Vieja".


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sábado, 8 de diciembre de 2007

¿Golpe de Estado en Bolivia?

Los manifestantes contra Evo Morales enarbolan la Cruz de Borgoña, oficial del departamento boliviano de Chuquisaca.




El 6 de marzo del 2006 el presidente boliviano, Evo Morales, promulgaba una ley para elegir el 2 de julio los 255 miembros de una Asamblea Constituyente que debía redactar una nueva constitución. La Asamblea se constituyó el 6 de agosto y su labor debía de haber concluido en el mes de agosto de presente año, para haber sido sometida a referéndum.

Según la citada ley se requería de los 2/3 para la aprobación de los distintos artículos; lo que planteaba un serio problema para los partidarios de Evo, pues su partido sólo había logrado la elección de 137 asambleístas. Claro está que en el mes de septiembre varios partidos opositores abandonan la Constituyente ante la imposición del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo Morales, de cambiar el reglamento para que las decisiones se aprobasen por mayoría absoluta (128 votos) en vez de dos tercios (170).

Pese a todo en el mes de agosto del presente año, cuando la Asamblea Constituyente cumplía un año de vida, no se había aprobado ni una sola línea del texto constitucional. Esta circunstancia forzó a establecer una prórroga hasta el 14 de diciembre.

Pero en el mes de septiembre la presidenta de la Asamblea Constituyente, Silvia Lazarte (militante del MAS), anunciaba la decisión de suspender las sesiones plenarias por 30 días, hasta el 8 de octubre, debido a la convulsión social desatada en Sucre por la demanda de la capitalidad plena y la falta de condiciones de seguridad para los asambleístas.

Lo curioso del caso es que un mes antes el presidente Evo Morales había declarado a la BBC la posibilidad de clausurar definitivamente dicha asamblea. Para argumentar tal circunstancia proclamaba: "Si fracasa, si se cierra es justamente (por culpa de) esa gente que no quiere cambiar las normas profundas, no quiere una revolución democrática, pacífica y cultural, además de eso, no quiere perder sus privilegios".

Todo indicaba que Evo Morales y su camarilla preparaban un golpe de timón para aprobar definitivamente la constitución que ellos querían, dejando de lado todos esos principios que en las cátedras de Derecho Constitucional y Ciencia Política no se cansan de predicar en relación al diálogo y al consenso.

De esta forma el pasado 22 de noviembre algunos miembros de la Asamblea Constituyente se instalaron en un cuartel en las afueras de Sucre: 145 miembros del oficialismo y sus aliados, sin la presencia de la oposición. Dos días después, acuartelados en el liceo militar Teniente Edmundo Andrade, y resguardados por los fusiles y las bayonetas, los allí reunidos, tras la lectura del índice, y sin mayores detalles del texto, aprobaban a mano alzada --al más puro estilo estalinista-- el proyecto de nueva Constitución por 136 votos de los 138 constituyentes presentes.

En la sesión participaron los miembros del Movimiento Al Socialismo (MAS), Alianza Social (AS), Alianza Social Patriótica (ASP), Movimiento Originario Popular (MOP), Movimiento Ciudadano San Felipe de Austria (MCSFA), Movimiento Bolivia Libre (MBL); Concertación Nacional (CN), Emilio Gutiérrez, disidente de Unidad Nacional (UN) y los disidentes de PODEMOS Lindo Fernández, Ramiro Ucharico (La Paz) y Abel Janco (Pando).
La reacción no se hizo esperar y la ciudadanía se echó a la calle para protestar por lo que constituye todo un atropello; los disturbios se han saldado con dos manifestantes muertos, un policía linchado y 130 heridos. Los prefecturas y comités cívicos de Santa Cruz, Tarija, Beni, Pando y Cochabamba se han declarado en estado de emergencia tras la aprobación "golpista" de la nueva constitución y los violentos incidentes del fin de semana; lo que sin duda contribuirá a aumentar el clima de tensión política que se vive en el país.

La constitución tiene 408 artículos (la que sigue vigente tiene 234); ocho capítulos; reconoce las autonomías departamentales, regionales e indígenas, e introduce el concepto de Estado unitario plurinacional comunitario y laico, el sistema legislativo unicameral (Evo no controla el Senado) y la reelección indefinida del Presidente de la República.

Evo, siguiendo los pasos de su amigo, y protector, Hugo Chávez, no sólo ha pisoteado los más elementales principios del democratismo liberal, sino que se encamina a encaramarse al poder e implantar su particular modelo dictatorial, tanto en lo personal, procurando permanecer en el poder el máximo de tiempo posible, como en lo general, pisoteando toda opción, y opinión, política que discrepe del nuevo aspirante a dictador.

José Díaz Nieva.



El autor de este artículo es doctor en Derecho y profesor universatario, así como vicepresidente del Círculo Antonio Molle Lazo. Es un gran conocedor de la historia y la actualidad hispanoamericana, a la que tiene dedicados varios libros y cientos de artículos, así como conferencias. En los últimos años ha intervenido especialmente sobre la actual situación en Bolivia. Ha vivido de cerca los últimos acontecimientos del intento revolucionario de Evo Morales, visitando la ciudad de Nuestra Señora de La Paz en agosto de 2006 para dictar varias conferencias, donde fue testigo de la apertura de la llamada Asamblea Constituyente, encargada de realizar el nuevo texto constitucional por el que tanta sangre se está derramando.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Iglesia y liberalismo ante el magisterio pontificio

Iglesia y Liberalismo
ANTE EL MAGISTERIO PONTIFICIO
El Santo Padre Benedicto XVI felizmente reinante, ha dicho que su reciente libro, “Jesús de Nazaret”, no es un acto de magisterio. Así evitará los escrúpulos que pudiera generar la lectura de alguna de sus páginas.
La precisión de a cuánto y cómo obligan, o no, las variadas clases de palabras de un Papa, es cuestión que aflora de vez en cuando, y que conviene tener bien sabida de antemano. Yo la viví en tiempos del Concilio Vaticano II, y antes, en mi adolescencia, la aprendí de los carlistas viejos que habían conocido el pontificado de León XIII. Tal vez me toque en mi vejez otro episodio a juego con los citados, como a los católicos franceses con las palabras de Juan Pablo II, en enero de 2003 (Véase SP de 01.04.2005), invitándoles a aceptar el laicismo imperante.
Empecemos por León XIII.- Vencidos los carlistas en el ámbito militar en la guerra de 1872-1876, los políticos victoriosos, Cánovas, Sagasta, Canalejas, etc…, pensaron que la “Restauración” política en que se afanaban quedaría fortalecida con un apoyo pontificio. Sus dedos largos montaron para ello una “peregrinación católica” a Roma, que resultó estar engrosada por carlistas. León XIII, les dijo el 18 de abril de 1884. “…es, además deber suyo (de los católicos españoles) sujetarse respetuosamente a los poderes constituidos, y esto se lo pedimos con tanta más razón cuanto que se encuentra a la cabeza de vuestra noble nación una reina ilustre (la reina regente, Doña María Cristina de Habsburgo) cuya piedad y devoción a la Iglesia, habéis podido admirar”(1). Se quedaron helados.
Aquellas palabras generaron una tormenta política tremenda que duró muchos años. Los impíos saltaban de alegría y recriminaban en las Cortes a los carlistas, tan católicos, de no plegarse a las indicaciones del Papa. Era una paradoja risible. Los católicos adoptaron tres actitudes: Unos hacían una interpretación de las palabras del Papa sumisa y de largo alcance. Otros, hacían interpretaciones muy ceñidas y estrictas. El Sr. Polo y Peyrolon, delegado en España del Rey Don Carlos VII en el exilio, se dirigió individualmente a todos y a cada uno de los obispos españoles pidiéndoles más luz y veintiocho le contestaron algo así como que no hiciera caso; claro está que con una respetuosísima retórica frondosa y oscura. Así que los carlistas dijeron que ellos no interpretaban nada y que seguían donde estaban. Sus descendientes carnales y espirituales salvaron a la iglesia el 18 de Julio de 1936.
Llegó el Concilio Vaticano II y a mí me tocó la triste gracia de revivir la paradoja risible citada, con mis compañeros de trabajo. Eran impíos y adúlteros públicos y a mí me recriminaban cierta frialdad ante la libertad religiosa, que a ellos, y a todos los rojos y libertinos, les encantaba. Varios carlistas comprendimos que había que aclarar el magisterio pontificio en general y pedimos, -imitando a Polo y Peyrolon-, un dictamen concreto al prestigioso jesuita Eustaquio Guerrero.
Ese dictamen(2) decía, en resumen, que el magisterio pontificio se divide en infalible y ordinario. Que el infalible obliga a todos en todo, siempre y en todo lugar. Y que el ordinario, generalmente, también. Pero que el ordinario se diferencia del infalible en que en algunos casos, se puede disentir de él, después de madura y prolongado estudio y sin escándalo. No se puede disentir del magisterio ordinario sin razones de peso, ni frívolamente, con caprichos, ocurrencias y bromas.
A estudiar, pues, a la vista de los acontecimientos políticos con carga religiosa que se avecinan. A estudiar el enfrentamiento de la Iglesia con el liberalismo o Derecho Nuevo nacido de la Revolución francesa. Para que si llegara el caso -no le permita Dios-, pudiéramos imitar la táctica del famoso Padre Corbató, que respondió a la interpretación laxa de las palabras de León XIII con una antología de condenaciones pontificias de las libertades de perdición del Liberalismo.
Ojala que llegaran al Santo Padre nuestras súplicas de que nos libre de tormentas ideológicas y políticas dolorosas y estériles, renovando para ello e inequívocamente aquellas condenaciones.

Manuel de SANTA CRUZ

(1) Historia General de España y América. Ediciones RIALP, Tomo XVI-2, pág. 373.- El P. Corbató, con el seudónimo de Máximo Filibero, en su obra “León XIII, los carlistas y la Monarquía Liberal”, da un texto con una ligerísima variante que no afecta a la cuestión.
(2) Jefatura del Requeté de Granada. También se alude a este asunto en “Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español, 1.939-1.966”, Tomo XXVII, pág. 112 y ss.
Tomado de Siempre P´alante, quincenal navarro católico. www.siemprepalante.es

martes, 17 de julio de 2007

El motu proprio sobre la misa tradicional


FARO, antes de reseñar el Motu proprio «Summorum Pontificum», publicado por el Santo Padre el pasado día 7 de julio, ha querido dejar pasar unos días al objeto, no sólo de considerarlo atentamente en su texto, sino también de observar con el mayor interés las reacciones frente al mismo. Al final hemos optado por publicar el siguiente texto que nos ha hecho llegar nuestro colaborador M. Anaut.

El motu proprio sobre la misa tradicional


Que su llegada ha sido menos espectacular de lo esperado, es una primera observación. Probablemente, la prudencia del Papa, del que se conocía desde antes de acceder al solio pontificio su aprecio por la misa tradicional, que también había hecho saber su intención —ahora convertida en norma— desde hace meses, y luego ha dosificado los tiempos pacientemente, haya podido contribuir a la recepción serena del mismo por los sectores que cabía prever serían contrarios. Entre éstos, y hasta donde llega nuestra información, ha llamado la atención la escasez de los testimonios frontalmente críticos. Un liturgista, aquí, o un obispo, allá, que (consternados, aunque protestando obediencia: es decir los métodos permanentes del modernismo) han indicado hasta qué punto no sea echar tierra sobre la intención de la reforma litúrgica salida (lo que es discutible, pero así lo dicen ellos) del Concilio. Más frecuentes han sido los sibilinos procedentes de los sectores moderados o biempensantes, que han centrado sus comentarios en la normalidad de la medida, al tiempo que han procurado reducir su significación a poco más de un fenómeno marginal. Como si, en primer lugar, la acción de las jerarquías eclesiásticas (superiores, abades, obispos e incluso los papas Pablo VI y Juan Pablo II) durante estos cerca de cuarenta años no hubiese sido la opuesta. Así que, bienvenida la normalidad, ahora sí, estrenada. Y, en segundo lugar, por supuesto, como si relacionar la medida con la situación de la Hermandad de San Pío X fuera una burda manipulación de los anticatólicos.

De parte de las asociaciones y los fieles ligados a esa liturgia tradicional, la actitud tampoco ha sido unívoca. Pues ha oscilado entre quienes han celebrado la llegada del documento romano como un milagro, es decir con gratitud, y quienes lo han acogido con todas las cautelas, precauciones y, si se me apura, prevenciones. Comprendemos bien la actitud de los segundos. Muchos años de una enseñanza equívoca, que fuerza al intérprete a mil y un malabarismos que, al final, devalúan el magisterio no sólo en lo doctrinal, sino también sobre todo en lo pastoral, y de un comportamiento por lo frecuente o cínico o despiadado, cuando no ambas cosas, han concluido por generar una actitud de despego y de recelo hacia lo que llega de las mitras y de la misma tiara. Ahora bien, no por comprensible es justificable tal actitud. Aunque no es que, tampoco, ay, las ambigüedades hayan desaparecido.

Con todo, y no hemos tenido nunca empacho en ejercer una crítica constructiva y respetuosa al tiempo que contundente, en defensa legítima de la fe de la Iglesia y del acto de fe personal, nos alineamos en esta ocasión con quienes han recibido el motu proprio como el milagro no por deseado menos inesperado, e incluso no por esperado en los últimos meses en el fondo menos increíble. La razón radica en el «núcleo» del mismo, del que no debe distraernos ni el «halo» que lo integra, ni menos aún la «periferia» de la carta a los obispos que lo acompaña. Y el núcleo viene constituido por una afirmación capital: el Misal promulgado por San Pío V y reeditado en 1962 por el Beato Juan XXIII jamás ha sido abrogado jurídicamente, por lo que siempre ha estado permitido.

Las consecuencias que derivan de la misma son enormes. En primer término, que estamos en presencia de un documento declarativo, no constitutivo. Su Santidad el Papa Benedicto XVI no concede un derecho nuevo, sino que reconoce una situación de hecho de la que derivan una serie de derechos. ¿Se dan cuenta de lo que esto, simplemente, implica? Pues que el proceder de los obispos e incluso de los papas últimos, en este punto, ha sido erróneo. Así como que quienes se aferraron a la liturgia tradicional, con razones que nunca fueron escuchadas sino, a partir de un cierto momento, a lo más toleradas, no eran desobedientes. La primera condena sufrida por el arzobispo Marcel Lefebvre, en 1976, suspensión a divinis, lo fue por celebrar la misa de siempre en Lille. Condena, ahora podemos decirlo, salvaje, que está en el origen del tristísimo contencioso que llega hasta nuestros días, que desde luego no lleva necesariamente a concluir que sea aceptable su proceder posterior, en 1988, de consagrar obispos sin mandato, más aún contra la expresa prohibición, de la Santa Sede. Pero que lleva, por lo menos, a mirar con caritativa benevolencia y racional comprensión el gesto de quien había sido condenado injustamente, ahora lo sabemos, por sostener que el misal de San Pío V nunca había sido abrogado. Lo que, solemnemente, afirma Su Santidad el Papa Benedicto XVI. Pero es que, en segundo lugar, a cuenta de esa naturaleza declarativa debe también concluirse que la afirmación histórica en que se basa no puede ser cambiada por otro pontífice, como la realidad no puede serlo, al tiempo que genera unos derechos adquiridos cuyo desconocimiento sería contrario a la ley divina y natural. Derecho adquirido, reconocido por el Sumo Pontífice, y que no es, por lo tanto, un mero indulto.

Todo lo demás es accesorio: el ejercicio del derecho, como el de todo derecho, debe ser sujeto a regulación, ésta sí deudora de las circunstancias y sujeta a eventuales cambios. Examinar esta regulación no nos interesa ahora. En todo caso, parece encaminada a evitar las dificultades surgidas precedentemente de la oposición frontal o taimada de muchos obispos. Y que será difícil desaparezcan totalmente. Pero no sería tampoco conveniente, ni quizá dable, en un recto orden, prescindir de los mismos. Ahora, además de distinguir entre las casas de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, parroquias y otros oratorios, con reglas distintas, lo que es prudente, facilita y multiplica las vías para acceder al Misal de 1962 por parte de los fieles que lo deseen. La clarificación jurídica operada por el documento, además, debe dar lugar a un nuevo «contexto», con sus exigencias interpretativas. Dejemos aquí las cosas. El Papa tiene una noble preocupación por la liturgia, una liturgia que la aplicación del Misal de 1970, a falta de un texto conciliar en que ampararse, a partir de una intención de ruptura clara y de una praxis progresivamente deletérea ha llevado a la «devastación» litúrgica —el término es del a la sazón Cardenal Ratzinger— presente. Haremos bien en ser cautos y generosos en la victoria. El combate es largo. Queda mucho camino por recorrer. Si los sacerdotes y los fieles no se interesan, el impacto será pequeño. Quizá no pueda ser de otra manera en un primer momento. Aunque quizá también a medio plazo el impacto psicológico, incluso sobre la Misa de 1970, será benéfico y profundo. Esperemos que dentro de unos decenios llegue el momento en que sean precisas disposiciones que regulen, con comprensión y generosidad, la celebración extraordinaria según el Misal de 1970 para los fieles que por su vinculación al mismo lo deseen.


© 2007 Agencia FARO
Servicio de Prensa y Documentación de la Comunión Tradicionalista
Se permite la reproducción, citando la procedencia.

martes, 5 de junio de 2007

NAVARRA: ALTA TENSIÓN POR CULPA DEL MAL MENOR



La situación generada en Navarra tras las falsas elecciones «forales» (realmente autonómicas, pues el sufragio universal no es más que una repugnante expresión del derecho nuevo antiforal) nos lleva a plantearnos varias consideraciones.


La ilegalidad del propio proceso electoral, desde la pura óptica legalista

Se ha permitido la presencia de la banda terrorista ETA en las elecciones, tanto a través de la marca ANV, continuadora de Batasuna, como a través de la marca «blanda» Nafarroa Bai, compuesta por colaboradores de la banda —marxista, separatista y de ideario progresista—; lo cual no ha sido óbice para que forme parte de la misma el minúsculo y conservador PNV navarro.

Nafarroa Bai forma parte de la estrategia criminal del terrorismo etarra; comparte sus objetivos políticos, y coadyuva desde las instituciones a la consecución de los mismos, promoviendo una colaboración discreta con ETA. En Navarra -como en Vascongadas- la actividad terrorista de ETA y de sus brazos políticos ha sesgado significativamente el censo electoral en su propio beneficio, obligando a muchos navarros no nacionalistas vascos a abandonar su tierra en busca de mejores condiciones para la libertad.

La Fiscalía General del Estado (contradiciendo las indicaciones puramente legalistas del Tribunal Supremo) realizó un cálculo puramente político y facilitó la unificación del voto del imperialismo panvasquista. De ese cálculo forma parte la presencia de ANV en lugares estratégicos, como parte más evidente y «dura» del entramado etarra, y como coartada para allanar el camino al pacto regional entre Nafarroa Bai y el PSOE; permitiendo al mismo tiempo que los terroristas conserven o recuperen el poder en pueblos pequeños, donde la coacción se hace más fácil.

Tenemos constancia de que en Navarra se ha votado con el llamado DNI vasco, según ordenó Batasuna, contradiciendo expresamente la prohibición de la Junta Electoral Central. Los votos nulos que recibieron Nafarroa Bai y ANV se han contado como válidos. La presencia legal de los etarras además ha fortalecido la extorsión, las coacciones y las amenazas que han llegado a las propias mesas y colegios electorales, impidiendo efectivamente el tan cacareado voto libre.

La ruptura del ficticio «alto el fuego» (durante este tiempo han sido asesinadas tres personas por la banda terrorista y la extorsión, la violencia callejera y la intimidación han estado a la orden del día, particularmente en Navarra), justo después de las elecciones, supone un aumento directo de la coacción contra la libertad del viejo Reyno.


El fracaso de las tácticas moderadas y malminoristas de UPN

Si bien en los orígenes de UPN pudo haber algo de buena voluntad para enfrentarse al nacionalismo imperialista vascongado, el liberalismo esencial de la llamada Unión del Pueblo Navarro y su actual deriva han hecho cundir el desánimo entre sus seguidores. La indigna actuación de las direcciones del PP y de UPN tiene la culpa de la situación actual. No promovieron, cuando tuvieron ocasión (sobre todo durante el período de mayoría absoluta) la derogación de la Disposición Transitoria 4ª de la Constitución de 1978, aunque sólo se trataba de una reforma constitucional de carácter ordinario, que no hubiese requerido siquiera la disolución de las Cortes.

Tampoco UPN/PP ha querido poner coto al adoctrinamiento imperialista. Ha permitido las emisiones de ETB en Navarra (al igual que el PP permite la emisión de TV3 en los reinos de Valencia y de Mallorca); ha homologado las enseñanzas del artificial «euskera batua» (a través, entre otros, de las escuelas de AEK, parte del entramado terrorista de ETA); ha consentido que ondee en edificios oficiales la «ikurriña», mientras perseguía la bandera de Navarra con la Laureada; etcétera


Lo que se nos viene encima

La situación actual es extremadamente grave, pues puede desencadenar la instauración en Navarra de la dictadura del imperialismo nacionalista vascongado. El grueso de los votantes del PSN-PSOE procede de la Navarra no euskaldún, mientras que Nafarroa Bai en sus estatutos aspira a imponer únicamente el invento del «euskera batua» (recordemos que incluso las variantes navarras del vascuence auténtica son minoritarias en el Viejo Reino). Sin embargo, los pactos para establecer un Gobierno de la izquierda (aunque UPN/PP nunca se haya opuesto a las principales «ideas fuerza» de la izquierda: aberrosexualismo, «memoria histórica», etc.) entre las fuerzas menos votadas arrastrarán a Navarra a la fabulación nacionalista.

No debemos aceptar hechos consumados, por lo que sería conveniente prepararse a luchar por la restauración de la verdadera Diputación Foral de Navarra, en el marco de las Españas.

lunes, 7 de mayo de 2007

Una biografía falsa

La verdadera Libertad, la que defiende el Carlismo -la que defendió el Rey Javier- está basada en la Tradición (Dios, Patria, Fueros y Rey), y no en la falsedad socialista, que pretendió imponer, contra el Rey y el pueblo carlista, Carlos Hugo. En la imagen cartel javierista.



Carlos Hugo de Borbón Parma ha publicado el día 6 de mayo en El País, con motivo del XXX aniversario de la muerte de su padre, el Rey Don Javier de Borbón, un artículo tutilado "Un demócrata que renovó el movimiento carlista". Hace diez años, prologaba la obra "Don Javier, una vida al servicio de la libertad". La respuesta -publicada en las páginas principales de uno de los periódicos españoles de mayor tirada- que M. Ayuso escribió en 1997 para ésta puede reproducirse también a los efectos de aquélla.


UNA BIOGRAFÍA FALSA

La experiencia del hombre muestra con usura lo que fue objeto de la enseñanza de Pablo de Tarso: que hay diversidad de carismas que se nos dan en el servicio de múltiples vocaciones para la común utilidad. Así, el secreto de la vida no es otro que el del discernimiento de cuál sea nuestro don y la perseverancia en su desenvolvimiento. La fecundidad se halla precisamente ahí, al igual que en el desprecio o el abandono de lo propio radica la inautenticidad y a la postre la esterilidad.
El carlismo tiene una larga historia. Que puede gustar o repugnar, pero que es la que es. Como su nítido signo intelectual. Y que, desde luego, excede de la coyuntura histórica de un hoy hasta pintoresco pleito dinástico, que en puridad no pasó de simple banderín de enganche, para venir a encarnar la vieja España en la continuidad —durante los dos últimos siglos— de la defensa del régimen histórico español y de la religión como fundamento de la comunidad política. Este carácter es precisamente el que ha teñido la trayectoria del carlismo, singularizándolo de otros legitimismos. Y aun así, ¡qué entrega a sus reyes la de los leales de la Causa, envidia tantas veces de la rama reinante! Porque en el primado de la que, con toda intención anticarlista, llamó el gran historiador Jesús Pabón «la otra legitimidad», se alimentaba al tiempo el fervor por la originaria legitimidad dinástica.
Como quiera que sea, en la vitalidad tanto tiempo sostenida del carlismo, así como en sus numerosas reviviscencias posteriores, late la «diferencia» de la historia contemporánea española —de la guerra de la Convención a la de 1936—, fundada en la resistencia del comunitarismo religioso y tradicional frente a la laicización y desvinculación introducidas por la revolución liberal. Al fin y al cabo, el profesor Palacio Atard pudo escribir, con referencia a la España del barroco, que «nosotros, los que no somos europeos», «tuvimos un programa político con validez para el mundo», y «no solamente lo tuvimos: lo sostuvimos». El carlismo es cabalmente la continuidad de esa vieja España.
Ahora, cierto sector de la familia de Don Javier de Borbón Parma —que, a la muerte de don Alfonso Carlos en 1936, abanderó la Comunión Tradicionalista—, a comenzar por el heredero Carlos Hugo, no contento con la acción profundamente desnaturalizadora desarrollada ya en el seno de ésta desde finales de los sesenta, pretende «recrear» la figura de Don Javier con una biografía delirante. ¿Por qué no había de llegar hasta Don Javier la piqueta que no respetó elemento alguno del entero edificio del carlismo? La desaparición durante los últimos años de sus muñidores de la escena española, la retirada —al menos— a un discreto segundo plano, permitieron concebir durante algún tiempo la esperanza de que, ya que no el arrepentimiento, el desánimo hubiera cundido entre ellos. Pero ya se sabe que en el infierno hay que dejar toda esperanza, y —así— ha terminado por resultar vana.
La figura de un gran príncipe cristiano, confidente y agente de Pío XII, que dio a la Comunión Tradicionalista la orden de sumarse «con todas sus fuerzas» al Alzamiento Nacional, que dirigió las actividades de aquélla durante tres decenios con centenares de manifestaciones de purísima doctrina tradicionalista —pueden exhumarse acudiendo a la oceánica recopilación de Manuel de Santa Cruz en 28 tomos, alguno de varios volúmenes—, se convierte en el libro que comento en «el hombre que osó enfrentarse a Franco y situó al carlismo a la izquierda». Raya lo grotesco lo primero, pues —aparte del tono— la oposición carlista al régimen fue oscilante, precisamente porque el propio Don Javier durante algún tiempo defendió la «colaboración», y siempre sui generis. Y lo segundo es una manipulación grosera, porque tal es lo que intentó hacer Carlos Hugo, sin más éxito que la «gloria» de haber contribuido a desarbolar un carlismo demasiado azotado ya por el franquismo, el cambio social y, sobre todo, el concilio Vaticano II. Pero, Don Javier... Los gestos que trabajosamente se ayuntan en tal sentido, no sólo son de un raquitismo extremo, que delata el fraude, sino que en todo caso desacreditan a quien los utiliza por la falta de piedad que implica. Francamente, son actos arrancados por su hijo don Hugo en la avanzada ancianidad de Don Javier. Silenciándose, en cambio, entre otras, la frontal oposición de su esposa, Doña Magdalena de Borbón Busset.
Sobre el resto no merece la pena volver ahora. Es el carlismo socialista de una «historia-ficción» que, a fuerza de repetirla durante veinticinco años, temo que ha comenzado, ya que no a calar, a dejar algunos tics. La impresión que deja esta sedicente biografía de Don Javier no puede ser sino de nostalgia y hasta de tristeza. Por la falsificación de la historia, por la ingratitud de unos príncipes que —tras haberse burlado de la lealtad heroica de un pueblo que lo ha dado todo por sus antepasados— no dudan ahora en hacer irrisión de su propio padre. Por la misma postración del carlismo. José María Pemán dijo de los carlistas que habían mantenido intacta, por encima de toda claudicación, «la castidad de su pensamiento y de su esperanza». Parece que algunos, por contra, han hecho su propia revolución sexual.
Entre el carlismo y la corriente histórica de la contemporaneidad media un abismo. La situación de la Iglesia católica, la presión internacional y las propias tendencias sociales más acusadas —en buena medida inducidas comunicacionalmente— marchan en dirección opuesta a la del pensamiento tradicional. Lo que no quita para que sea posible descubrir en la situación presente otra serie de rasgos que abren brechas en el sistema de la modernidad: la crisis moral profundísima que ha puesto en primer plano la necesidad de la «comunidad»; la crisis del Estado-nación, que abre vías a nuevas formas de integración territorial, que recuerdan al foralismo; la crisis del parlamentarismo y de la partitocracia, que lleva a fórmulas presidencialistas y a la quiebra de la monopolización de la representación por los partidos. He ahí un camino abierto para, auscultando los signos de los tiempos, y sin renunciar a un acervo amasado en dos siglos de heroísmo y sacrificios sin cuento, lanzar el grito de «aún vive el carlismo». El rescoldo queda en muchas viejas y nobles familias adormecidas hoy en la plácida vida de sociedad. Y el pueblo... La senda esforzada conduciría a avivarlo. Otros, a lo que se ve, se afanan en extinguirlo.

M. Ayuso

viernes, 4 de mayo de 2007

La manipulación en torno a la batalla de Almansa. Fueros contra nacionalismo.



Imagen de las tropas borbónicas en la batalla de Almansa. 

El 6 de enero de 1980, festividad de la Monarquía Tradicional , S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón acudía al Círculo Carlista Aparisi y Guijarro de Valencia a pronunciar una conferencia sobre “Monarquía y Lealtad”.

En el Cap i Casal de lo Regne el Abanderado de la Tradición se refería a la manipulación de cierta historiografía liberal de interpretar en un sentido nacionalista el desenlace de la Guerra de Sucesión y de como sus antepasados los Borbones carlistas restituyeron los fueros de la Corona de Aragón. Señaló Don Sixto que los Borbones carlistas gobernaron como los Austrias españoles. Años antes, en la obra ¿Qué es el Carlismo? se definía a los Reyes carlistas como Borbones Habsburguizados (y sin ser determinista, sangre de Austrias no les faltaba a los Reyes carlistas).  En el recorrido que posteriormente realizaría por el Principado de Cataluña –organizado por el después sería jefe-delegado, el leal catalán Carlos Cort Pérez-Caballero- se insistiría en esta denuncia y reivindicación.

El Carlismo siempre se identificó con la defensa de la identidad foral del Reino de Valencia y fue la vanguardia de la defensa del valencianismo desde inicios del siglo XX, enfrentándose particularmente durante los duros años de la transición en las calles del Reino de Valencia contra el pancatalanismo terrorista y bien financiado por la burguesía barcelonesa. Sin duda, gracias a esa resistencia, en ocasiones violenta –todo hay que decirlo- el terrorismo de Terra Lliure no se implantó en el Reino de Valencia y se pudieron salvar algunos símbolos de identidad tradicional valencia que la oligarquía partitocrática quería arrasar. Durante los duros años de la transición S.A.R. Don Sixto autorizó a varios carlistas a ocupar puestos directivos en el valencianismo cultural, político y social. El valencianismo actual no debe dejar desvirturse por un anticatalanismo absurdo del que tantas veces ha adolecido -y más en los últimos tiempos- y debe volver a la firme senda de la Tradición valenciana. Y por valenciana española, dentro de la cual no caben los contenciosos cainitas. Tradición foral que nunca puede ser constitucional, por cuanto que la constitución de 1978 termina configurando una Nueva Planta total, ajena por completo a nuestra cultura, historia y tradición.

El pasado 25 de abril se ha conmemorado el tercer centenario de la Batalla de Almansa, uno de los episodios más importantes de la guerra de Sucesión española, que supuso la pérdida de los fueros del Reino de Valencia y del Reino de Aragón. Esta perdida en el caso valenciano fue más relevante que la abolición foral catalana, pues afectó incluso a las instituciones del derecho privado (que se mantuvo en el resto de la Corona de Aragón) y conllevó la decadencia del puerto de la ciudad de Valencia. Dicho desenlace ha dejado una añoranza pesimista en el imaginario colectivo valenciano. Así son tradicionales dos expresiones populares “Quan el mal ve d´Almansa a tots alcança” y “De ponent, ni vent, ni gent” que signan las consecuencias negativas de la abolición foral. Sin embargo, ni los valencianos fueron los más entusiastas defensores del Archiduque Carlos (su adhesión es tardía, incompleta y contradictoria, meses después de la primera proclama austracista en Cataluña y está especialmente mediatizada por las presiones extranjeras), ni fue unánime (aunque tampoco lo fue en el resto de territorios de la Corona de Aragón).

Dicha batalla, que tuvo lugar en el contexto de lo que en ámbitos intelectuales anglosajones es tenida como “la primera guerra mundial” (en consideración a las naciones que intervinieron en la misma) hoy día ha llegado instrumentalizada por un burdo pancatalanismo, mientras, la historiografía oficial sigue en no pocas ocasiones alentando los complejos y análisis superficiales de la misma. Una guerra no entre territorios de España ni entre ideologías (todos los contendientes voluntarios compartían el anhelo de la continuidad de la España tradicional), sino una guerra entre potencias que dividió a los españoles por uno u otro Rey según las exigencias del Antiguo Régimen. Los españoles que combatieron jamás claudicaron de su nacionalidad ni de su identidad regional y ni por asomo se les ocurría pensar en un expansionismo sobre otros pueblos hispánicos.


Felipe V Rey Legítimo de las Españas

Se tiende a identificar abusivamente y caprichosamente a Felipe V con el absolutismo y la centralización. Cuanto menos en el inicio de su reinado no fue así.

Felipe de Borbón, nieto de la Infanta María Teresa de España fue hecho heredero conforme a Derecho del trono de las Españas en el testamento de Carlos II. A tal designación no se opuso ninguna institución española. La muerte de José Fernando de Baviera en 1699 hacía que Felipe de Borbón tuviese el mejor Derecho. Se destacó de él su carácter apacible, recto y firmemente religioso. No obstante había recibido una educación estrictamente religiosa(1).

Tras un viaje triunfal de 20 días de duración, desde Irún a Madrid, llegó a la capital de España el 18 de febrero de 1701, donde fue recibido entusiastamente por la multitud, confiada en que la nueva Dinastía podría restaurar la gloria de España frente a los grises días de los últimos Austrias.

En septiembre de 1701 se trasladó a Barcelona para ponerse en contacto con las instituciones forales catalanas (en decadencia durante los últimos años de los Austrias). De paso por Zaragoza juró los fueros del Reino de Aragón en la Basílica del Pilar. En Lérida juró los fueros catalanes, que renovó en Barcelona el 12 de octubre, día en que se iniciaron las Cortes. Fueron las propias Cortes Catalanas las que eligieron el día de Ntra. Sra. del Pilar para el reinicio de su actividad, que era prácticamente nula en los últimos siglos. Según Ricardo de la Cierva “Barcelona recibía con aprecio a un Felipe V que se esforzó en ganarse el corazón de la ciudad”(2).

Las Cortes Catalanas, presididas por Felipe V, se celebraron en el Convento de San Francisco y estuvieron funcionando hasta el 14 de enero de 1702. Feliu de la Penya escribió que las disposiciones aprobadas por las Cortes, “fueron las más favorables que había obtenido la provincia”. Pierre Vilar dice: “El Principado había vuelto a adquirir en España en el siglo XVII lo que había perdido hacía tanto tiempo: un lugar económico y militar de primer orden. También en 1701-1702, Felipe V ofreció a las Cortes catalanas todo lo que querían: confirmación de los privilegios, puerto franco, compañía náutica, reforma fiscal, barcos hacia las Indias, hasta tal punto que estas constituciones fueron las más favorables que había conseguido la provincia”. Todas las Españas peninsulares, europeas y ultrmarinas habían aceptado al nuevo Rey y este reconoció todos sus derechos, usos y fueros históricos(3).

Sin embargo los que no estaban de acuerdo eran austriacos, ingleses y holandeses, que declararon la guerra a España el 15 de mayo de 1702 y proclamaron en Viena Rey al Archiduque Carlos de Austria con el nombre de Carlos III.

Las potencias extranjeras atacaron a España en Flandes y en Italia. A esta marchó Felipe V, que se puso al frente de las tropas, lo que produjo una ola de entusiasmo en Toscana y en Milán, además de pacificar el reino de las Dos Sicilias. En Nápoles recibió un legado papal con el reconocimiento de su realeza sobre España. Entre la nobleza sarda, mayoritariamente borbónica, destaca en su empeño en la lucha contra los extranjeros Vicente Bacallar, militar, lingüista, historiador y embajador español. Felipe V volvió a Madrid en enero de 1703 donde el pueblo lo recibió con entusiasmo.

Mientras, los aliados (las potencias extranjeras) habían decidido llevar la guerra a la Península. En julio de 1702 una escuadra anglo-holandesa al mando del almirante inglés Jorge Rooke, compuesta de 50 navíos y 14.000 hombres, desembarcó en Cádiz, donde se les unió el conspirador Jorge de Darmstad, anterior Virrey de Cataluña. “Se apoderaron del Puerto de Santa María y entregaron a la ciudad al saqueo más brutal. Los protestantes antepusieron a todo su odio contra la Iglesia católica, devastando los templos, profanando imágenes y vasos sagrados y entregando las monjas a la soldadesca”, según cuenta el Marqués de Lozoya.

Después de la proclamación del archiduque Carlos en Viena este fue a Holanda e Inglaterra. El 6 de marzo de 1704 llegó a Lisboa y le acompañaban 8.000 soldados ingleses y 4.000 holandeses. Además, se sumaron tropas portuguesas. Cuando entraron en España por Fuentes de Oñoro comprendieron que los naturales del país odiaban a los portugueses y tenían repugnancia por los protestantes ingleses y holandeses. El Duque de Berwick, al frente de las tropas hispano-francesas, los rechazó.

El inglés Rocke con 45 barcos ingleses y 16 holandeses apareció por aguas de Barcelona el 27 de mayo de 1704. Iba en la expedición el antiguo Virrey, Darmstadt, que hizo llegar misivas a sus amigos y partidarios a favor del Archiduque. Unos 1.600 marineros desembarcaron en la zona del Besós. El 31, empezó el bombardeo austracista de Barcelona. Viendo que no se producía la soñada sublevación interior, los marineros reembarcaron ese día y la flota aliada se hizo a la mar el 1 de junio. En su viaje de regreso desembarcaron en Gibraltar con 2.400 soldados ingleses y holandeses, que ocuparon la plaza en nombre del archiduque Carlos hasta el día de hoy. Los mandaba el traidor ex Virrey Jorge de Darmstadt.

El 22 de agosto de 1705 volvió la flota anglo-holandesa al mando del inglés Peterborough, con 58 navíos, 30 fragatas y muchos más buques de transporte, 21.000 tripulantes y abundante armamento. A pesar de su fuerza, los aliados hubieran tenido un descalabro si no les hubiesen ayudado 1.500 migueletes de Vich, donde había comenzado la revuelta entre familias. La toma de Barcelona costó centenares de muertos, tras una dura batalla. La población seguía indiferente ante el Archiduque Carlos.

Como el resto de plazas catalanas estaban pobremente guarnecidas no fue difícil tomarlas. Por ejemplo, ante Lérida se presentaron “unos 300 hombres del país, de los que 250 iban a pie y armados con antiguas y denegridas espadas, con hoces, con palos y con mal prevenidas escopetas, y los otros cincuenta iban montados en rocines, mulas de campo y en jumentos”, según lo cuenta Nicolás de Jesús Belando. Así se entregó Cataluña al Archiduque Carlos.

Luego, las instituciones catalanas se avinieron a la nueva situación y juraron al Rey intruso traicionando el juramente previo de fidelidad a Felipe V. Si pudo pesar alguna desconfianza sobre posibles heterodoxías políticas o filosóficas de Felipe V quien a la larga demostró estar más contaminado de heterodoxías fue el archiduque Carlos, tanto en su periodo en España como cuando fue Emperador. Comprendiendo la traición que habían hecho y las graves consecuencias de la misma, proseguirían la lucha cuando la guerra estaba perdida, cuando el Archiduque había sido nombrado Emperador y ya renunció a la Corona de España, hasta la tozuda y numantina defensa de Barcelona en 1714, tan heróica como insensata.


Nacionalismo catalán y "mal de Almansa"
El nacionalismo catalán usa una retórica pseudoirredentismo para reivindicar los territorios de los antiguos reinos de Valencia y de Mallorca. Para ello se basa entre otras reivindicaciones en la manipulación más soez de la historia de España y realiza una interpretación torticera del desenlace de la batalla de Almansa. Es una tendencia que pasa absolutamente inadvertida en las primeras reivindicaciones nacionalistas catalanas, al punto que el anterior centenario de la batalla de Almansa no está documentado que sea rememorado en ningún medio nacionalista de la época (4). En 1933 será en el periódico barcelonés “Nació Catalana” donde se publica el primer estudio alusivo a Almansa: El sentit de la batalla d'Almansa. Años después esta tesis será redescubierta por Joan Fuster en el ensayo “Nosaltres els valencians”, publicado en 1962, sin que las autoridades gubernativas censuraran ninguna parte del mismo. A pesar de su paso al nacionalismo catalán aún pesaba mucho la militancia en el Movimiento Nacional del escritor suecano. Esta obra generó una tremenda controversia en el ámbito cultural valenciano por la interpretación pancatalanista que se hace de la batalla de Almansa y va a ser desechada. Sin embargo donde más influencia tendrá dicha tesis será en el ámbito catalán, de donde nace la original interpretación nacionalista de la batalla de Almansa. Los acontecimientos históricos en torno a la batalla de Almansa desmienten cualquier interpretación al margen del contexto general de la guerra:

En la batalla de Almansa los únicos valencianos que combatieron estaban del lado de Felipe V (unos cuantos vecinos de Cocentaina). En el bando austracista excepción hecha de los mercenarios portugueses no había ningún español, siendo en su mayoría holandeses y británicos. El bando borbónico estaba compuesto mayoritariamente por españoles, aunque en total no llegaban a ser la cuarta parte de todos los combatientes.

Los generales austracistas Galway y Das Minas se anticiparon al ejército borbónico y elaboraron un plan para asestar un duro golpe a las tropas de Berwick. Éste se encontraba en las proximidades de Almansa esperando los refuerzos que tenían que llegar por el norte a cargo del duque de Orleans. El factor sorpresa fue insuficiente para contrarrestar la superioridad de la caballería borbónica que acabó con el inexperto, variopinto y desorganizado ejército austracista.

Los aliados, partidarios del archiduque Carlos, alinearon 42 batallones de infantería, compuestos cada uno de 400 hombres, y 60 escuadrones de caballería, de 100 jinetes cada uno, mientras que los borbónicos dispusieron 50 batallones de infantería y 81 escuadrones de caballería, formando ambos ejércitos con dos líneas de profundidad.

Las tropas aliadas, cansadas, en inferioridad numérica y mal dirgidas, rompieron la formación entre el centro y el flanco debido al empuje de la caballería borbónica. En el flanco izquierdo la caballería borbónica provocó la retirada de las tropas aliadas, mientras que las tropas de la zona central acabaron por rendirse a las diecisiete horas.

La Batalla de Almansa fue decisiva para la guerra, pero no significó la rendición de los austracistas del Reino de Valencia. El ejército borbónico hubo de ir conquistando las poblaciones que se le resistían, como antes el austracista se había visto obligado a hacer con las ciudades valencianas y catalanas fieles a Felipe V.

Los borbónicos incendiaron Jàtiva, pero peores fueron los saqueos realizados por los mercenarios del ejército austracista “maulet”. Los austracistas quemaron Ayora y Banyeres y las confiscaciones provocaban casos dramáticos. Martín Brotat, próspero comerciante antes de 1707, declaraba “que se halla con crecida familia y muchos acreedores que le molestan, sin tener más medios para su manutención que dichas cantidades”. Los valencianos que sufrieron el saqueo de los maulets mercenarios no recibieron tanto apoyo. Lo corrobora la viuda del Justicia de Alicante, que demandaba una caridad en estos términos: “Diego Picó se hallaba en el encargo de Justicia Mayor de Alicante al tiempo que los enemigos asaltaron aquella plaza. Executaron con él muchas hostilidades y vejaciones y de enfermedad que le sobrevino murió, y habiendo saqueado su casa sólo pudo escapar doña Tomasa Mora, mujer del susodicho, con el coche galera, mulos y algunas alhajas, retirándose a Monóvar. Allí le sorprendieron [robaron los maulets] coche, mulos y galera; huyendo a Hellín”.

Hasta las monjas sufrieron acoso de los mercenarios maulets. EI obispo de Orihuela, compadecido, escribía al rey: “Sor Francisca Antonia del Convento de la Sangre de la ciudad de Alicante, por la invasión de los enemigos le fue preciso pasarse al Convento de la Santa Faz , habiendo perdido en el saco la mayor parte de sus bienes. Dejaron la clausura muchas religiosas, entre ellas la priora. Fue preciso recurrir al amparo de su hermana, que estaba en Valencia.” La monja “solicitó 50 doblones sobre bienes confiscados del Reyno de Valencia”

Al nacionalismo catalán le gusta celebrar derrotas (por eso monta otro circo, esta vez en Barcelona, y esta vez todos asistiendo -desde Terra Lliure hasta el PP, pasando por el R.C.D. Español- el día 11 de septiembre). El Reino de Valencia celebra en su nou d´Octubre el gran triunfo de los valencianos sobre el rey moro. El pancatalanismo pretende que el Reino de Valencia conmemore su derrota en la batalla de Almansa como día nacional y para ello moviliza cada año millones de euros y financia el viaje de miles de catalanes a Valencia para manifestarse en los días anteriores o posteriores al 25 de abril (este año el 5 de mayo).

El soviet nacionalista hace culpable de todos los males acaecidos contra la Cataluña y Valencia del 1700 al famoso “Decreto de nueva Planta”. Se dice que “Cataluña perdió su personalidad y su lengua fue prohibid”. Como señala el historiador catalán Vicens i Vives no existe en ningún artículo de dicho Decreto la prohibición del uso de las hablas catala­nas. Lo único que se dice en el Decreto es que las sentencias judiciales deberían de escri­birse en castellano, desplazando al latín de la administración judicial (5).

En 1718, Felipe V inicia medidas proteccionistas de la industria catalana. Se prohibió la importación de tejidos de Asia y China y se empezó entonces el aumento demográfico de Cataluña que pasó de 350.000 habitantes en 1708 a 820.000 habitantes en 1789. Entre 1745 y 1770 y, gracias al comercio ultrama­rino, el puerto de Barcelona alcanzó la primacía en España: no sólo se exporta­ban tejidos y calzados, sino también el vidrio, de Mataró y el papel de Olot. Y fue a Felipe V a quien Cataluña le debió el incremento del culti­vo de la viña, la exportación de vinos a América y el creci­miento de las cepas en el Ampurdán y el Penedés que dieron lugar al actual cava(6).

Melchor de Macanaz quiso mantener el Derecho foral tras la derrota, a lo que se opuso el Duque de Híjar. Tuvo sin duda un gran peso en la consideración de la supresión el hecho de que las Cortes no se reuniesen desde hacia más de cincuenta años, entendiéndose como una institución excesivamente obsoleta. Las medidas proteccionistas de la industria catalana no encuentran correlato en el Reino de Valencia. El derecho privado también es prohibido. El Reino de Valencia, que mantuvo muchas plazas leales a Felipe V y que en ningún momento conspiró contra el Rey (solo se vió arrastrado a la traición a última hora por presión extranjera y de la oligarquía catalana) fue quien más perjuicios soportó.

Mitos y mentiras sobre la guerra de Sucesión
El nacionalismo catalán ha pretendido hacer de una guerra por el trono de España su primer contencioso político-territorial interpretándolo además con conceptos políticos modernos. La ciencia política (Dieter Nohlen, entre otros) ha reprochado severamente esta metodología. Incluso hasta a efectos estéticos han llegado a ilustrar en algunas escuelas catalanas a los valientes maulets enarbolando la bandera de las cuatro barras. Todo mentira. Ni los maulets (partidarios del ilegítimo Carlos de Austria) eran en su mayoría catalanes ni –mucho más importante- a los maulets catalanes les importaba la imposición de la lengua catalana.

Ambos, borbónicos y austracistas, luchaban por quien creían que era el Rey legítimo de España. Ambos defendían concepciones políticas del Antiguo Régimen y ninguno de los dos ejércitos (en su parte de voluntarios, que fue la de menos) deseaban la abolición foral. Tras el triunfo de Felipe V la concepción organicista del Antiguo Régimen, su conjunto de derechos concretos (que no eran sólo territoriales, sino también gremiales, religiosos y en general –en lenguaje actual- “corporativos”) se mantuvo indemne, además de otros fueros territoriales (vascongados y navarros). En ambos ejércitos hubo españoles de todas las tierras de la Península. En el ejército austracista hubo castellanos, gallegos, andaluces, valencianos, aragoneses y catalanes (y el núcleo mayor compuesto por extranjeros). Entre los austracistas que defendieron Barcelona el 11 de septiembre de 1714 (cuando el propio Carlos de Habsburgo ya había renunciado a la Corona de España y aplicaba una política regalista y heterodoxa en el Imperio) destacaba el famoso “Tercio de Castellanos” por su honor y fidelidad hasta el final a la causa austracista. Partidarios de Felipe V hubo en Cataluña, Valencia y Aragón, (además de en las Vascongadas y Navarra, que mantuvieron su derechos históricos) algunos pueblos enteros como Cervera –premiada con una universidad por Felipe V- en Lérida o Jijona en Alicante. Ambos bandos usaban el castellano como lengua franca y ambos usaban el resto de lenguas españolas con naturalidad, como lenguas coloquiales.

Recordemos el ejemplo de Jijona: El memorial que Jijona dirigió al rey destacaba sus actos heroicos: “Bajo el comando de Bruno Aracil, hijo de Xixona, capitán de caballos de la costa de este Reyno de Valencia, recuperaron Altea y otros lugares.” Los fieles xixonencos querían vengar la escabechina de los austracistas “en la Torre de las Mançanas, donde degollaron hasta los enfermos que estaban moribundos” (AHN. Leg. 6804). La villa, como premio, pedía “Que haga única a Xixona en honras. Que sus hijos puedan traer armas de todos géneros por todos los Reynos de España”.

No se enarbolaban en las batallas ningunas banderas al estilo moderno, ni mucho menos las cuatro barras aragonesas. Situémonos por un momento en la resistencia barcelonesa del 11 de septiembre. Es común a todos los modernos falsificadores de los austracistas su laicismo exacerbado, mientras que los defensores barceloneses de la ciudad lo hacían al grito de Visca Espanya! y Visca el Rei d´Espanya! (Emíli Giralt, historiador nacionalista lo tiene que acabar reconociendo) y rezaban el Santo Rosario mientras pedían piamente perdón a la Virgen de la Merced por haberse aliado con "herejes europeos" (Inglaterra, Holanda y Austria) en la guerra de Sucesión, traicionando el primer acatamiento del Monarca que dispuso el último Austria español en su testamento conforme a Derecho. Casanova se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia, venerada por los barceloneses, para dar ánimos a los defensores (según una tradición, el estandarte de Santa Eulalia sólo podía sacarse en el momento en que Barcelona corriese un gran peligro). Como vemos por ningún lado están las cuatro barras aragonesas. Y respecto de Rafael Casanova, el líder antiborbónico y sin duda sincero patriota español (patriota de la España tradicional, católica, foral y monárquica), en 1719 fue amnistiado y volvió a ejercer como abogado hasta 1737, año en qué se retiró. Murió diez años más tarde en Sant Boi de Llobregat. Junto a Casanova merece recordarse Francisco de Castelví. En los últimos años ha supuesto una importante quiebra del oficialismo nacionalista y una revolución del panorama historiográfico la publicación de sus Narraciones Históricas por la Fundación Elías de Tejada en 1998 (no obstante, Francisco Elías de Tejada a pesar de ser extremeño fue miembro del Institut d´Estudis Catalans). Agustí Alcoberro, de la Universidad de Barcelona dice sobre la obra: “La reflexió de caràcter historiogràfic [sobre la guerra de Sucesión], encapçalada per les monumentals Narraciones históricas de Francesc de Castellví, sens dubte l'obra més important d'aquest corrent (…)”, La principales diarios catalanes (El Periódico, La Vanguardia ), hasta los más minoritarios y nacionalistas ( Avui), así como la televisión regional no podían dejar de reconocer la importancia del testimonio de Castellví, oficial austracista exiliado en Viena, que escribió en castellano lo que vivió en primera persona la guerra de Sucesión, descargándola de toda carga nacionalista. Otro ejemplo es Antonio de Villarroel, general jefe de Cataluña y comandante de la plaza de Barcelona. Éste último proclamó: “Combatimos por toda la nación española”. Como lo dice Pierre Vilar, “el patriotismo desesperado de 1714 no es únicamente catalán, sino español”.


Sobre la lengua en los ejércitos maulet y botifler


Es ciertamente hilarante que los cachorros terroristas del nacionalismo expansionista catalán se denominen "maulets" y bajo ese signo acometan su ataque brutal contra la lengua castellana en Cataluña y pretendan imponer el catalán normativizado del químico Pompeu Fabra (que muy poco tenia que ver con las diversas variantes catalanas que hablaban los austracistas catalanes) al Reino de Valencia, Baleares y partes de Aragón. Veamos algo de documentación:

La crónica de la estancia del archique Carlos en Montserrat el 24 de junio de 1706 se publicó a los pocos días en Barcelona por Rafael Figueró, al que los austracistas habían nombrado “impresor del rey”. Dicha obra destinada al lector austracista (maulet) y en plena contienda está en castellano (Figueró, R.: “Exemplares acciones de nuestro Rey Carlos III”, Barcelona, 1706). El archiduque, además, subió al camarín de la Virgen de Montserrat a las 2 de la tarde del 27 de junio y dejó un folio autógrafo que contenía devotas poesías en castellano.

En Valencia, entre 1705 y 1707, los austracistas acudían en masa al teatro de Calderón, Moreto, Fragoso, etc. El pueblo asistía entusiasmado a las representaciones de “Los amantes de Teruel”, "El duque de Osuna", " Los tejedores de Segovia", "El genizaro de Hungría", etc. La programación teatral austracista fue en idioma castellano.

En octubre de 1706 el archiduque Carlos visita Valencia. Al llegar al arco triunfal construido en las torres de Quart, los austracistas dieron la señal para que -en honor de Carlos de Austria- se interpretaran canciones compuestas en castellano. Los austracistas, desde el Consejo de Ciento en Barcelona hasta los diputados del Reino de Valencia se dirigían en castellano a Carlos, monarca que contestaba en castellano. La crónica de lo sucedido en Valencia fue llevada a uña de caballo a Barcelona, siendo publicada en diciembre de 1706 por Francisco Guasch en castellano.

Son significativas las crónicas de los dos juramentos forales efectuados en octubre de 1706: el de Carlos de Habsburgo, en Valencia, y el del virrey borbónico Luis Belluga, en Orihuela. La primera está en castellano; la segunda, en valenciano. EI texto oriolano describe cómo en la "Real Capella de la Sta. Yglesia Catedral de Oriola (...) agenollat davant del sitial que se li posa en dita Real Capella jura a Deu (...) dits carrecs de Virrey Governador y que observara aquells furs". EI nombramiento lo había firmado en Jadraque el rey Felip Quint.

Reflexión final

La hemos anunciado al principio: no fue una guerra territorial, no fue un contencioso ideológico, no fue tampoco el ocaso cultural de las lenguas de la Corona de Aragón, no existía pancatalanismo alguno. El desenlace de la guerra fue nefasto para el Reino de Valencia que perdía sus libertades forales y empezaba su declive. Sin embargo la supresión foral del Principado de Cataluña fue ampliamente compensada con medidas proteccionistas. Las consideraciones sobre los tratados de paz y sobre el nuevo equilibrio en el continente –muy desfavorables para España- merecen otra reflexión. Pero hora es ya de que develemos de una vez toda la mentira en torno al "mal de Almansa" y a la consideración del ejército austracista como nacionalista y del borbónico como centralista. Antes de realizar cualquier juicio o analogía más valdría que se estudiaran y entendieran las instituciones políticas del Antiguo Régimen, desconocidas y verdaderamente destruidas posteriormente a la batalla de Almansa por las revoluciones liberal y burguesas. Y que se reparase en que un siglo y medio después fueron los reyes carlistas. Legítimos de España por descendientes de Felipe V, restauraron las instituciones forales aragonesas.



Bibliografía:
(1) Ricardo de la Cierva. Historia total de España

(2) Jaume Vicens i Vives. Aproximación a la historia de España

(3) Ramón Menéndez Pidal. Historia de España. Tomo 29, Vol. I.
(4) Albert Balcels. Breve Historia del nacionalismo catalán

(5) Marcelo Capdeferro. Otra Historia de Cataluña
(6) Antonio Ubieto. Historia de Aragón
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