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lunes, 20 de diciembre de 2010

Desmemoria histórica en el centenario de Miguel Hernández.

La mentira oficial en torno a Miguel Hernández. "Lo mataron por ser republicano y comunista". Ni lo mataron ni fue condena por eso. Y gracias a un General carlista se le conmutó la pena de muerte.

Se ha conmemorado a lo largo del año que acaba el centenario del nacimiento del poeta oriolano Miguel Hernández. Los actos oficiales e institucionales han dejado el regusto amargo de ministerio de cultura soviética, sin detenerse a valorar la obra literaria de Miguel Hernández. Cierto es que el ciego compromiso político comunista de Miguel Hernández copa gran parte de su producción literaria, sin embargo tampoco es justo reducirla exclusivamente a sus exaltadas soflamas de trinchera, pues precisamente el valor literario de las mismas es infinitamente menor que otras producciones. En cualquier caso, ya que el tenor de esta conmemoración ha sido más político que literario, procede salir al quite de las embestidas que contra la Verdad Histórica se han venido dando a lo largo de este año.

Miguel Hernández fue el único escritor comunista de cierta relevancia que continuó en España tras el fin de la guerra. Algo significativo, pues el resto de sus camaradas escritores ya disfrutaban de un acomodadísimo exilio organizado por las autoridades comunistas. Seguramente en el hecho de dejar a Miguel Hernández en la estacada tuvo algo que ver el enfrentamiento que este protagonizó con Rafael Alberti y su querida María Teresa León. Estos eran muy dados a organizar pantagruélicas fiestas en la retagurdia del Madrid rojo. El abuso de la comida y el alcohol y el escarnio contra la religión de las mismas (pues solían muchas veces sus asistentes disfrazarse con los objetos religiosos saqueados de las iglesias) eran la tónica general. En una de esas fiestas irrumpió Miguel Hernández que indignado por la frivolidad de sus camaradas estalló y se acercó a Alberti para decirle: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. El poeta gaditano le animó a que lo dijera en voz alta al resto de asistentes, y Miguel lo que hizo fue escribirlo en una pizarra. Hay quien asegura que el desencuentro venia aún de más atrás, pues Alberti siempre tuvo a Miguel Hernández como un mero escritor rural influenciado por la poesía religiosa. Desentendidas las autoridades comunistas del poeta oriolano (salvajes criminales como Carrillo ya estaba disfrutando de una posición privilegiada por la URSS) este vagó por España y Portugal, siendo detenido y al mismo tiempo puesto en libertad. Hasta que finalmente en una visita a su pueblo alguién lo vuelve a delatar. Juzgado de acuerdo a las leyes vigentes es condenado a muerte por rebelión, delito en el que incurrían los comisarios políticos del Frente Popular, tal como fue el caso de Miguel Hernández. No se trataba de un abuso de retaguardia, sino de la aplicación de unas leyes militares comunes a todas las guerras, contra las que ningún iuspositivista al estilo por ejemplo de un Péces-Barba (jurista oficial del socialismo) podría decir nada. Tampoco se retorció la legislación positiva condenando a muerte la opinión, como sí fue el caso de la represión del gobierno de de Gaulle contra los franceses partidarios del régimen de Vichy tras 1945, que acabó con la vida de más de 100.000 de ellos, la mayoría de las veces sólo por ser católicos y discrepar de de Gaulle. Miguel Hernández, además de activo propagandista comunista en la retaguardia, fue comisario político de la Brigada del tristemente conocido comunista "El Campesino", conocida por su crueldad con los prisioneros.

En cualquier caso la suerte de Miguel Hernández cambió gracias a la intermediación del bilaureado General José Enrique Varela. El General Varela, por aquel entonces era Ministro del Ejército. Su hoja de servicios fue impresionante, y ascendió siempre por heróicos méritos de guerra hasta General, particularmente por su valentía durante la guerra de Marruecos. Pese a su condición de militar su identificación con las ideas carlistas era total, hasta el punto de participar en la organización del Requeté. Al General Varela se le debe el texto de la Ordenanza del Requeté. Al acabar la guerra además contraerá matrimonio con doña Casilda Ampuero y Gandarias, ilustre dama vizcaína que habia sido Delegada Nacional de Frentes y Hospitales durante la guerra, organización carlista en la que estaban encuadradas las margaritas y todos los que no podían ir al frente para prestar sus servicios en los hospitales de sangre de la retagurdia. Pues bien, fue el General Varela quien intercedió directamente por la vida de Miguel Hernández en una reunión mantenida con Franco el 18 de enero de 1940. Habia muchos escritores de la España Nacional empeñados en la conmutación de la pena de muerte para Miguel Hernández, pero fue el General Varela quien por su posición y autoridad determinó que finalmente se le concediese la clemencia al poeta oriolano, con quien no tenia ninguna relación personal previa. La pena de muerte fue finalmente conmutada, sin que se le solicitase ni siquiera arrepentimiento alguno al poeta. Su pena de prisión fue incluso revisada con los años. Miguel Hernández habria salido de prisión en los años cincuenta de no haber sufrido una cruel tuberculosis que acabó con su ya de por si frágil salud.

lunes, 19 de julio de 2010

Por la Verdad Histórica. Sufragio y desagravio a los Cruzados en el LXXIV aniversario del 18 de julio.


Se ha cumplido el LXXIV de una magna fecha, la del 18 de julio, día en que dió comienzo (un día antes en Melilla, la adelantada) la magna epopeya a la que la Santa Iglesia Católica calificó como Cruzada. Los Carlistas seguimos conmemorando esta fecha con Misas y actos de exaltación. Lo hacemos desde que ya durante el franquismo cayese en el olvido, limitada a la paga extraordinaria "del 18 de julio" y en su día a la conmemoración de "los años de paz"... mientras la Revolución se iba haciendo fuerte en España.
Honor y Gloria a los Héroes y a los Mártires. España se salvó, momentáneamente, de la Revolución y el separatismo. Al apartarse el régimen que derivó de la Cruzada de la Tradición volvieron los enemigos de Dios y de España a gobernar.
Recomendamos una obra muy notable que viene a hacer Verdad Histórica: "REQUETÉS. De las trincheras al olvido".

viernes, 6 de junio de 2008

El espíritu de la guerra de la Independencia. Don Jerónimo Merino y Cob


Rafael Gambra en su obra La primera guerra civil de España, 1821-1823. Historia y meditación de una lucha olvidada, editada por primera vez por la editorial Escelicer en el año 1950, defendía la continuidad histórica de España, continuidad explicada en el porqué de nuestras últimas guerras desde la guerra contra la Convención o Guerra Gran (1793-1795). Decía Gambra: “En 1793 la tradición católica y monárquica del pueblo impone una guerra contra la naciente República Francesa, que se costea en gran parte por el pueblo mismo y se nutre en sus ejércitos de voluntarios. Así, la Revolución Francesa hubo de encontrar entre sus primeros enemigos a la Monarquía tradicional de España, que aún guardaba arrestos para velar por el orden europeo. El carácter religioso de esta lucha está claramente expresado en el estandarte de sus voluntarios navarros que se conserva [se conservaba] en el Museo de Pamplona. En él, sobre el escudo del Reino, aparece el lema: Por Dios, el Rey y la Patria[1]. Tesis que compartía totalmente Melchor Ferrer en su obra Historia del Tradicionalismo Español[2] y en gran parte José Luis Comellas en la suya, Los Realistas en el Trienio Constitucional (1820-1823)[3].

Parece innegable la continuidad en los valores defendidos, al menos por una parte de los españoles, a lo largo de dichas contiendas, que a su vez enlazan, mejor dicho, que son los mismos, que han identificado a España, primero como parte de la Cristiandad, luego, fortificada frente a influencias exteriores, convertida en su defensora, frente a la ruptura iniciada por Lutero. Valores conservados, cuando la Ilustración irrumpió en España, por el Tradicionalismo Político Español, de forma, que al menos en él, nunca se interrumpió la línea de la tradición católica de España. Por eso, mientras que en la guerra de la Convención y en la guerra de la Independencia, dicha defensa se identifica con la España oficial, en la guerra de la Constitución y en las guerras Carlistas, la defensa del Altar y el Trono, expresión de esos ideales, estuvo en manos del pueblo que se levantó, precisamente contra esa España oficial.

No creemos que nadie dude de esa continuidad entre los realistas de la guerra de la Constitución y los de los defensores de don Carlos y sus sucesores en las contiendas carlistas, lógicamente exenta la primera del componente dinástico de las siguientes y del perfeccionamiento doctrinal habido con el paso del tiempo en el Tradicionalismo. Aun así, solamente conocemos un caso de un jefe realista de relevancia en aquella campaña, que luego no militó en las filas de don Carlos, don Vicente Jenaro de Quesada, tal vez por su fracaso personal en esa contienda, por lo que se puede considerar, con toda lógica, a aquella como una guerra pre-carlista, al igual que lo fue la llamada de los Agraviados en 1827, aunque ésta limitada a Cataluña. José Fermín Garralda, en un artículo publicado en 1988, estudiaba una serie de documentos de la época, en los que diversos protagonistas explicaban sus más profundas convicciones, en busca del porqué de aquellos enfrentamientos y llegaba, entre otras, a la siguiente conclusión: “La continuidad entre el realismo y el carlismo es patente tanto en principios socio-políticos como en personalidades; no en vano el carlismo se puede denominar como el realismo español de 1833”[4]. Existe un documento, publicado por José Luis Comellas, que entendemos esclarecedor. Es una carta de don Carlos O’Donnell, uno de los jefes realistas en la guerra de la Constitución a su hermano Enrique, liberal. Le dice Carlos a Enrique: “Nosotros defendemos la causa de Dios, los derechos del trono, la libertad bien entendida de la patria… Vosotros, la del capricho, de la inmoralidad y anticristianismo”[5].

Remitiéndonos a la guerra de la Independencia, si bien es cierto que, entre las motivaciones de muchos de sus combatientes, podemos encontrar la defensa de los principios del Altar y el Trono, frente a quien además de ser invasores eran hijos de la Revolución, no es menos cierto, que el estimulo, puramente emocional, de resistencia ante el invasor de la Patria, fue un factor suficientemente determinante, como para empujar a muchos hombres a enfrentarse a los franceses, sin entrar en consideraciones doctrinales. Por tanto, quienes nieguen tal continuidad histórica y defiendan la autonomía de la guerra de la Independencia frente al resto de dichas contiendas, podrán exhibir sin problemas una larga lista de combatientes contra los franceses, empezando por Juan Martín Díaz “el Empecinado”, Francisco Espoz y Mina, Juan Díaz Porlier o Saturnino Abuin “el Manco” etc., que posteriormente defendieron los ideales liberales[6]. Hecho que sin embargo no desmiente el espíritu general de quienes se enfrentaron a la invasión francesa. La demostración es sencilla, aunque frecuentemente se haya querido ocultar. Cuando, ya desde los primeros momentos del levantamiento, la Junta Central quiso dar cobertura legal a los centenares de partidas que se alzaban contra el invasor a todo lo largo de nuestra geografía nacional, arbitró una serie de “reglamentos” a los que estas debían someterse para obtener su reconocimiento como combatientes. El primero fue el llamado “Reglamento de Cuadrillas” de 28 de diciembre de 1808, complementado en Cataluña por uno de “Somatenes”. El 19 de abril de 1809, publicará una “Instrucción para el Corso Terrestre” y el 26 de ese mismo mes el de “Partidas de Cruzada”.

La lectura del texto que a continuación reseñamos, parece evidenciar que la Junta Central creía haber encontrado, en esta última fórmula, la mejor forma para “reglamentar” a los guerrilleros, considerarles “cruzados”, pues parecían tener claro que no solamente se enfrentaban a una invasión militar, sino ideológica, que ponía en peligro los pilares de la monarquía española. Dice la Real Orden de la Junta Central Suprema, dirigida a la Junta Superior de Badajoz, fechada en el Real Alcázar de Sevilla el día 17 de mayo de 1809 (si bien entendemos por su preámbulo, que este es el traslado de la dictada con fecha 26 de abril):

“Al leer S. M. el oficio de V. E. de 22 del corriente (se refiere al mes de abril), no ha podido menos de aplaudir el celo de esa Junta Superior, y de aprobar un pensamiento que mirado en su verdadera luz, en ningún tiempo habrá podido realizarse con más justicia, ni ser aplicado con más oportunidad. Nuestros mayores publicaron cruzadas para rescatar los lugares santos de poder de los infieles. ¿Con cuanta más razón no lo haremos nosotros para defender la religión en el seno de nuestra patria, contra la profanación más escandalosa e impía que han visto los siglos, aun entre los pueblos más bárbaros? No hay medio que no lo autorice, la agresión injusta que padecemos, los horrores y desolación que sufrimos, y la opresión tiránica con que nos amenaza el enemigo con quien luchamos. Añadamos, pues, nuevos estímulos al ardor que nos anima: excitemos el celo religioso, este sagrado entusiasmo que hace olvidar al hombre su existencia, despreciar los tormentos y aún la misma muerte por la gloria de su Creador. Así el interés de la religión y el de la patria concurrirán a una a nuestra salvación, y los soldados del tirano, o serán víctimas de nuestro esfuerzo, o huirán de nuestra vista llenos de confusión y de vergüenza. Para alentar pues S. M. una idea tan útil como oportuna, no sólo ha aprobado la formación de los tres cuerpos que V. E. ha levantado bajo el estandarte de la Santa Cruzada, sino que además ha acordado que a los individuos de aquellos cuerpos, y a los demás valerosos defensores de la religión que se alisten en esta milicia, les dé esa Junta una cruz roja de paño, colocada al pecho; que se dé el correspondiente aviso de esta soberana resolución al Capitán General del ejército y Provincia D. Gregorio de la Cuesta, y que se publique en Gaceta el rasgo de patriotismo religioso de esa Junta, y que se comunique la correspondiente orden al Ministerio de Gracia y Justicia, a fin de que trate y proponga lo conveniente para hacer útil y más extensivo este servicio. De Real orden lo comunico a V. E. para su inteligencia, cumplimiento y satisfacción”[7].

De la redacción del documento trascrito, parece desprenderse claramente que la idea partió de la Junta Superior de Badajoz, en escrito dirigido a la Junta Central en el mes de abril. En cualquier caso, este modelo se difundió pronto, aunque años después, en 1812, las Cortes de Cádiz, publicarán un nuevo Reglamento, que sustituirá a los anteriores, queriendo borrar aquel espíritu de Cruzada.

En cualquier caso, paradigma de la defensa permanente de estos principios fue don Jerónimo Merino y Cob, combatiente en la guerra de la Independencia, en la Campaña Realista de 1821-23 y en la Primera Guerra Carlista. Merino había acudido por aquellas fechas, abril de 1809, origen del reglamento de las “Partidas de Cruzada”, a Sevilla, aprovechando la entrega de algunos documentos, aprehendidos a uno de los correos por él interceptados en el camino real de Burgos, para presentarse a la Junta y obtener su reconocimiento. Así fue, y como consta en su Hoja de Servicios[8], con fecha 3 de mayo de 1809, fue reconocido como comandante de partida con distintivo de la Cruz Roja. Dice así el documento firmado por Martín de Garay, secretario de la Junta Central:

“…se concede libre y seguro pasaporte a don Jerónimo Merino, cura beneficiado en el lugar de Villoviado y a don Domingo Hortigüela beneficiado de Pineda en el Arzobispado de Burgos, comandantes de una partida de paisanos y a don Tomás Ibeas, sargento primero de ella, para pasara a las provincias de Castilla e incomodar y perseguir a nuestros enemigos, levantar gentes, alistarlas, y todo lo demás que pueda contribuir a sacudir el yugo extranjero que sufren aquellos pueblos, pudiendo usar todos los que se alisten en esta Milicia la Cruz Roja, de cuatro brazos iguales, distinguido los excelentísimos en llevarla ribeteada de un cordón de plata. Las justicias les auxiliaran y les facilitaran víveres, bagajes, alojamiento y cuanto necesiten para su subsistencia”[9].

Mariano Rodríguez de Abajo, su amigo y confidente de los últimos años en el exilio, no sólo refiriéndose a él, sino a la mayoría de los españoles que se enfrentaron a los franceses, decía:

“Alors ce fut une déception immense et une immense colère: alors dans tous les coeurs ce fut une ardeur unanime de vengeance, une glorieuse fièvre de patriotisme, un irrésistible élan de nationalité. Ce peuple trahi ne connut plus qu’une affair, qu’un besoin: chasser l’étranger, vivre ou mourir Espagnol.
Le sentiment religieux qui s’échauffe aux ardeurs de la persécution, s’unit bientôt au sentiment national contre les Français. Le peuple vit transformer ses convents en casernes, chasser ses moines, insulter ses prêtres; il entendit retentir de Rome en Espagne la plainte du Saint-Père dépossédé et captif comme son Roi. Napoléon avait violé les deux Majestés. L’excommunication de l’Église consacra l’aversion populaire contre l’oppresseur de la patrie et ses armées”
[10].

El propio Merino, el 21 de julio de 1814, en la larga representación que dirigió a Fernando VII, con ocasión de su visita a Madrid para presentarle sus respetos: “abstraído de todo lo que no era llenar las obligaciones de mi estado seguía hasta la invasión de los franceses en cuyo tiempo justamente indignado por ver atacados directamente los objetos para mi más sagrados de la Religión, Rey y Amada Patria, formé la resolución de sacrificar cuanto poseía en la tierra, y hasta mi existencia natural en tan justa defensa”[11]. En una hoja impresa en Atienza y fechada el día 1 de abril de 1821, al levantarse contra el Gobierno constitucionalista, pedía: “Religión, Rey y representación nacional”[12]. Doce años más tarde, el 23 de octubre de 1833, ocho días después de haber proclamado a Carlos V, en una bando fechado en su cuartel general de Salas de los Infantes, explicaba porque había combatido antes y porque volvía a luchar, decía: “Dos campañas gloriosas fueron la mayor garantía de que ocurrí siempre a la defensa de la Patria, cuando se vio amenazada por las intrigas y las audacias de los enemigos exteriores e interiores, que quisieron sumirla en la desgracia, envolviendo en ruinas los fundamentos del altar y del trono. Por tercera vez salgo al campo del honor acaudillando las leales huestes castellanas, para oponer un fuerte muro al impetuoso torrente de calamidades con que amenazan a la Patria común gentes interesadas que rodeando a la esposa de nuestro malhadado cuanto querido Rey, Sr. Don Fernando VII (Q. E. E. G.), la ocultan maliciosamente el verdadero sentido y espíritu español…”[13]. Apenas unos días después, el 30 de octubre, también desde Salas de los Infantes, al remitir una orden a los Justicias de los pueblos, y hablando de sus voluntarios, dejaba claro que es lo que éstos defendían, explicando que: “Se han dedicado exclusivamente en el más vehemente deseo a defender nuestra religión sacrosanta y a sostener a todo trance los imprescriptibles derechos de nuestro amado Rey Don Carlos V”[14]. El día 13 de noviembre de ese mismo año, a las puertas de Burgos, volvía a insistir, al dirigirse al ejército que se le oponía, en los motivos de su lucha: “Soldados -les decía- La causa más santa y la más justa ha reunido este brillante y numeroso ejército que veis a las puertas de la ciudad: la santa religión de nuestros padres y el trono de España; tales son los queridos objetos que queremos poner al abrigo de la persecución de los monstruos infames de la iniquidad…”[15].

No creemos necesario insistir en los argumentos que movían a Merino, que había recibido de sus progenitores, según Mariano Rodríguez de Abajo:

“En même temps que la vie, la forte empreinte du sentiment religieux et monarchique qui possédait alors sans partage le Royaume Catholique”[16].

Merino, había nacido el día 30 de septiembre de 1769, en pueblecito burgalés de apenas 30 vecinos, cercano a Lerma, Villoviado, del que además era cura párroco desde 1796. Tenía 39 años, cuando salió a combatir a los francés, primero ayudado tan sólo por dos hombres, interceptaba correos y volvía a casa, luego, ya en 1809, cuando dirigía ocho, se lanzó al campo. En cuanto pudo, como ya hemos dicho, se presentó a la Junta Central en Sevilla, buscando su aprobación y permiso. Una vez obtenido, una vez reconocido como comandante de una partida de Cruzada, comenzó una febril actividad, para convertir a los voluntarios de su partida en verdaderos soldados. Al finalizar la contienda, mandaba dos regimientos, que sin lugar a dudas podían considerarse entre los mejor instruidos y disciplinados del Ejército. Eran el regimiento de Caballería “Húsares de Arlanza” y el de Infantería “Voluntarios de Burgos”. El primero vestía pelliza azul bordada en blanco, y según Fredérick Hardman con “sus armas bruñidas y sus hermosos caballos, podían emparejarse, sin menoscabo, con la mejor fuerza regular de la Caballería francesa”[17], mientras que el segundo, uniformado de gris con adornos rojos, era ejemplo de “limpieza y disciplina”[18]. Él era brigadier de Caballería, condecorado con la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando. Había disputado a los franceses más de 50 acciones de guerra, en las que nunca fue derrotado. Cuatro generales, Roquet, Kellerman, Thièbault y Grasien había fracasado en su persecución. Wellington, que le admiraba, le regaló un catalejo y Napoleón llegó a decir: “prefiero la cabeza de ese cura a la conquista de cinco ciudades españolas”. Perdió en la guerra dos hermanos y cuatro sobrinos. El príncipe Lichnowsky, dijo que de él, “no hay un granadero del Imperio ni un soldado del ejército de Wellington que no lo conozca”[19].

Fue además generoso (nunca pido exacciones pecuniarias a los pueblos y siempre repartió entre sus paisanos el dinero o efectos –excepto los militares- que obtuvo en sus victorias); humilde (nunca uso uniforme ni condecoraciones y reclutó a sus oficiales, además de los que solicitó al Ejército para adiestramiento de sus hombres, entre los más cultos –Ramón de Santillán, uno de sus oficiales de Caballería, llegaría a ser ministro y primer gobernador del futuro Banco de España-); astuto y valiente, pero no temerario (nunca se arriesgo en acciones que pudieran poner en graves aprietos a sus hombres, siempre calculando el lugar y el momento más adecuado para el combate); sus costumbres austeras (apenas comía y dormía y nunca bebía otra cosa que no fuese leche o agua); era el mejor jinete, el mejor tirador y el que mejor aguantaba la dureza de la vida al raso y en continuo movimiento por las sierras… Sin embargo, cometería el pecado de ser fiel a sus principios, de restaurar la Inquisición en 1813 en Burgos, de ser realista en 1821 y carlista en 1833. Si solamente hubiera luchado en la Guerra de la Independencia, hubiera sido un héroe para todos, pero pronto se definió ideológicamente y por tanto todos los enemigos de las ideas que defendió, también lo fueron suyos, casi siempre, así somos los españoles, incapaces de reconocerle mérito alguno.

Era relativamente fácil convertirle, dada su modesta extracción social y carácter sacerdotal, en el tópico de la demagogia anticlerical del cura de “misa y olla”, ignorante y violento y para completar la cruel caricatura, feo, bajito y moreno.

Los primeros libelos que conocemos contra él, datan del inicio de la Primera Guerra Carlista. Merino, ejecutado don Santos Ladrón de Cegama, es la figura más relevante de los que se han alzado en primera instancia a favor de don Carlos María Isidro. En Madrid, los carlistas han depositado en él sus esperanzas de triunfo. Había que destruirle y ya que no podían hacerlo físicamente, se empeñaron en destruir su fama.

Solamente citaremos dos los ejemplos: el librillo anónimo titulado La Fiera de los Pinares, o sea la muy célebre renuncia del Cura Merino al linaje humano: Su domicilio sempiterno en los bosques y las selvas, publicado en 1834 en la imprenta Verges, de Madrid y el apellidado Historia política del Cura Merino: escrita en francés y traducida al español por D. Ignacio Malumbres, Imprenta de M. Heras, Zaragoza, 1836.

En el primero, del que habría bastado su título, para comprender el odio que rezuma y por tanto su calidad e imparcialidad, citaremos unas frases, en las que Merino, en un ficticio soliloquio, parece gritar: “Soy una fiera: al nacer me tuvieron por hombre, y este error ha labrado el tormento de mi vida y la desdicha de cuantos seres se han visto en la forzosa precisión de conocerme y de tratarme. La naturaleza me formó velludo: ésta sola circunstancia debió fijar a mis ayos y pedagogos, que se obstinaron (bien que inútilmente) en domesticarme. Me embarazaba el vestido, no me hacia mella la intemperie, me tenía difícilmente en dos pies, y mis necios directores empeñados todavía en domesticarme. Huía de las gentes: buscaba con pasión los parajes solitarios, y mis tercos pedagogos rabiaban por presentarme entre los hombres, siempre tenaces en domesticarme. Me mostré ceñudo, áspero, incivil, montaraz, duro de corazón, que señalé en mis frecuentes crueldades, y mis maestros cada vez mas estúpidos, siempre ciegos y emperrados en martirizarme”.

En el segundo, su autor dice: “Tenía dos hermanos, de los que hablaremos en adelante, y una hermana muy bien parecida. Todos los de su familia tuvieron que sufrir mucho de sus malos tratamientos. Su infeliz madre murió de resultas de los insultos y tormentos que le hizo pasar este hijo desnaturalizado, y vez hubo que se encaró a la madre en ademán de asestarle sus pistolas. Su hermano mayor, que le llamaban por apodo el Majo, y era contrabandista de profesión, vino a juntársele en 1810, el mismo día que Merino tuvo un encuentro sangriento con los franceses en Almazán, cerca de Soria; ¿Qué recibimiento haría Merino a su hermano? Parece increíble: temiendo el barbazo, que su hermano no le suplantase, y lo eligieran en su lugar por jefe las guerrillas del país, lo hizo asesinar dos horas después de haberlo abrazado y haberle manifestado el gusto de verle después de una ausencia de seis años. = El hermano menor, también contrabandista, y conocido bajo el nombre de el Churro, continuo en hacer la guerra á los franceses, en compañía del cura soldado; cierto día quiso echar en cara a Merino la dureza de su carácter, este hizo tocar generala, junta su gente en la plaza de Lerma, y allí, castiga inhumanamente su atrevimiento haciéndole dar baquetas tan crueles, que el infeliz hermano murió poco después de tan bárbara flagelación. = No quedaba ya sino su hermana, que escapase de los uñas feroces de este parricida; tuvo la fortuna de quedar con vida; y no fue poca; porque con un ente tan brutalmente atroz, como Merino, hubiera al fin sido víctima de alguno de estos accesos de furor”.

En cualquier caso estas obrillas se definen por sí solas, en sus mentiras, en el odio que desprenden, que no disimulan y en el fin que pretenden, que como indicábamos no era más que la destrucción de la popularidad de un enemigo en armas. Más grave es a nuestro juicio, lo sucedido en lo que podríamos definir como una segunda etapa en los ataques contra la figura de Merino, ya fallecido éste, puesto que en realidad atacan lo que representa y porque el ataque proviene de autores no solamente conocidos, sino de indudable prestigio como Pío Baroja, o que además se precian de historiadores imparciales como Antonio Pirala, aunque rebajen algún punto su crítica y huyan de las burdas mentiras, imposibles de sostener, vertidas en los dos primeros textos reseñados, son más sutiles y poseen mayor calidad literaria y deslizan, entre breves palabras de reconocimiento toda una retahíla de calumnias e insultos, por eso su opinión es más nociva y la que ha contribuido a crear una imagen de Merino, totalmente falsa.
Pirala en Historia de la Guerra Civil y de los partidos Liberal y Carlista, además de los tópicos, que por tan difundidos han sido aceptados casi por todos, a pesar de su falsedad, sobre su falta de preparación, tosquedad y los motivos puramente de orgullo y venganza para lanzarse al combate, lanza, como de pasada, acusaciones tan graves como la de deserción, diciendo: “La quinta le hizo trocar el cayado por el fusil; pero se amoldaba mal su libertad campestre con la sujeción de la disciplina, y desertó, volviendo a su rebaño”, o la de inmoralidad, contando que: “Se le confirió el gobierno militar y la comandancia general de Burgos, donde empezó a mostrarse hostil a la Constitución; y a la par que era partidario de la Inquisición y de los frailes, pasaba sus ocios en una de las casas de los arrabales, a donde convidaba a sus amigos y a las correspondientes parejas de agraciadas jóvenes, entregándose todos a desenfrenadas orgías”.

Baroja en Aviraneta o la vida de un conspirador, pone en boca de su antepasado Eugenio de Aviraneta, del que dice que combatió a las órdenes de Merino, lo cual por cierto, es absolutamente falso, cosas como: “Aviraneta observó al guerrillero. Era Merino de facciones duras, de pelo negro y cerdoso, de piel muy atezada y velluda. = Fijándose en él era feo, y más que feo, poco simpático; los ojos vivos y brillantes, de animal salvaje, la nariz saliente y porruda, la boca de campesino, con las comisuras para abajo, una boca de maestro de escuela o de dómine tiránico. Llevaba sotabarba y algo de patillas de tono rojizo. = No miraba a la cara, sino siempre al suelo o de través. El que le contemplasen le molestaba”, o que a Aviraneta, “nunca le fue simpático, le encontraba soez, egoísta y brutal… Su manera de ser la constituía una mezcla de fanatismo, de barbarie, de ferocidad y de astucia”.

Tanto odio y solo por su fidelidad a unos ideales, ideales que Merino sostuvo en la guerra y en la paz, en el triunfo y en la derrota, y hasta la muerte. La figura de un cura tradicionalista y guerrillero, debía ser la personificación de los más detestados miedos de aquellos liberales.
Para finalizar, citaremos nuevamente a Rodríguez de Abajo, que estuvo a su lado en los últimos momentos de su vida:

“Une fois la semaine, dans les premiers temps, il se réunissait avec eux (ses compatriotes) à l’église pour y prier en commun dans la langue de son pays, et écouter la parole de Dieu prêchée par un compagnon d’exil. C’était encore une joie: des esprits peureux se trouvèrent qu’alarma la tolérance d’une autorité bienveillante au malheur: la prière fut supprimée”[20].

No por ello Merino dejó sus deberes sacerdotales. Cuenta también Rodríguez de Abajo, testigo de aquellos sucesos:

“Les oeuvres religieuses occupèrent une grande place dans ses dernières années. Chaque jour, il entendait la messe. Il suivait tous les offices, assistait à toutes les prières, communiait souvent, récitait son bréviaire et le chapelet; le soir, aun fond d’une église, dans le coin le plus sombre, il élevait son âme vers Dieu, le priait pour l’Espagne et le Roi. La sérenité de sa conscience était celle du juste qui a la paix du coeur. Nul souvenir des guerres passées ne la troblait: avec le guerrier prophète, il disait: Benedictus Dominus Deus meus qui docet manus meas ad proelium, et digitos meos ad bellum!... Beni soit le Seigneur mon Dieu qui instruit mes mains au combat, et mes doigts à la guerre!”[21].

Cuando llegó su momento final: “Don Mariano Picardso (creemos que es Pichardo), Don Pedro Pérez, tous deux anciens aumôniers de notre armée, et le curé de Saint-Pierre de Mont-Sort, sa paroisse, lui administrèrent la sainte communion et les derniers secours de la religion. Un mieux apparent se manifesta le 12 au matin. Nous mous réjouissions; c’était la dernière lueur. Il tourna ses yeux vers nous, dit les mots: Jésus, Maria, Jose! Et son agonie commença”[22].

No creemos que debamos decir más.
José Antonio Gallego

[1].- GAMBRA CIUDAD, Rafael: La primera guerra civil de España, 1821-1823. Historia y meditación de una lucha olvidada (prólogo de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón), Ed. Nueva Hispanidad, Buenos Aires-Santander, 2006. (p. 138)
[2].- FERRER DALMAU, Melchor; TEJERA QUESADA, Domingo, y ACEDO CASTILLA, José F.: Historia del Tradicionalismo Español, Ediciones Trajano, Editorial Tradicionalista, Editorial Católica Española (30 tomos), Sevilla y Madrid, 1941 a 1979.
[3].- COMELLAS GARCÍA-LLERA, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucional, 1820-1823 (presentación de Federico Suárez Verdeguer), Ed. Colección Histórica del Estudio General de Navarra, serie siglo XIX nº 1, Pamplona 1958.
[4].- GARRALDA ARIZCUN, José Fermín: Fundamentos doctrinales del Realismo y el Carlismo (1823-1840), en revista Aportes nº 9, Ed. Aportes XIX, Madrid, 1988 (p.30)
[5].- COMELLAS GARCÍA-LLERA, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucional…, obra citada, p. 77.
[6].- Lista, a la que sin embargo, inmediatamente se podría oponer otra interminable de carlistas que ya combatieron imbuidos de los mismos ideales en las guerras de la Independencia y de la Constitución. Estuvimos tentados de enumerar más dos centenares de nombres que nos fue facilísimo reunir, pero finalmente entendimos que con citar poco más de una cincuentena de los más destacados, sería suficiente para dejar claro que la veracidad de la hipótesis sustentada por el Tradicionalismo. Lista que podemos iniciar con Jerónimo Merino y al que debe seguir Tomás de Zumalacárregui, y luego hemos entendido que podíamos citar, mezclando hombres de diversa extracción social y procedencia geográfica a, Manuel Adame “el Locho”; Ignacio Alonso-Cuevillas; marqués de Bóveda de Limia; Manuel Carnicer; Feliciano Cuesta; Ramón Chambó; Isidro Díaz; Nazario de Eguía; Francisco Eraso; conde de España; Basilio Antonio García; Luis García-Puente; Pedro García de la Bárcena; Juan Goiri; Miguel Gómez; Vicente González Moreno; Juan Antonio Guergué; Bartolomé Guibelalde; duque de Granada de Ega; Pedro Fermín de Iriberri; Francisco Iturralde; José Jara; Miguel de Lacy; Santos Ladrón de Cegama; Pedro Legallois de Grimarest; Clemente Madrazo; Salvador Malavila; conde del Prado; Manuel Martínez de Velasco; José de Mazarrasa; Manuel Medina-Verdes; Isidoro Mir; José Miralles “el Serrador”; Pedro Fausto Miranda; Joaquín y Juan Montenegro; Gabriel del Moral; conde de Negri; Lucio Nieto; Ramón O’Callagahan; Bartolomé Porredón “el Ros de Eroles”; Joaquín Quilez; Pascual Real; Juan Romagosa; José Antonio Sacanell; Juan Manuel Sarasa; Agustín Tena; Benito Tristany; José Uranga; marqués de Valdespina; Santiago Villalobos; conde de Villemur; Francisco Vivanco; Fernando Zabala, y Juan Bernardo Zubiri.
[7].- Archivo Histórico Nacional. Junta Central Suprema Gubernativa del Reino. Estado, 41, C. En el documento trascrito, como en todos los de este trabajo, hemos actualizado tanto la grafía como lo ortografía para su mejor comprensión. Existen en el mismo Archivo y bajo la misma referencia, varios documentos de diversos eclesiásticos resaltando ese mismo sentido religioso-patriótico de la lucha. De todos ellos, resultan especialmente expresivos de este espíritu, los de don Juan Pablo Constans, canónigo colegial de la iglesia de Pons (Lérida), solicitando a la Junta Central permiso para predicar “la formación de un Ejército de Cruzada” en Cataluña.
[8].- Expediente de Jerónimo Merino, Archivo General Militar. Segovia.
[9].- CODÓN FERNÁNDEZ, José María: Biografía y crónica del Cura Merino, Imp. Aldecoa, Burgos, 1986 (p. 32)
[10].- RODRÍGUEZ DE ABAJO, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino, Chez F. Poisson, Imprimeur / Chez de Verenne, Éditeur, Caen / Paris, 1846, p. 9: “Entonces hubo una decepción inmensa y una inmensa cólera: entonces en todos los corazones hubo ardor unánime de venganza, una gloriosa fiebre de patriotismo, un irresistible fervor de nacionalismo. Ese pueblo traicionado no conoció más que un deseo, una necesidad: expulsar al extranjero, vivir o morir español. = El sentimiento religioso que se calentaba con los ardores de la persecución, se unió pronto al sentimiento nacional contra los franceses. El pueblo vio transformar sus conventos en cuarteles, perseguir a sus monjes, insultar a sus curas; escuchó resonar desde Roma a España el lamento del Santo Padre desposeído y cautivo como su Rey. Napoleón había violado ambas Majestades. La excomunión de la Iglesia consagró el odio popular contra el opresor de la patria y sus ejércitos”.
[11].- Expediente de Jerónimo Merino, Archivo General Militar. Segovia.
[12].- COMELLAS GARCÍA-LLERA, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucional…, obra citada, p. 77.
[13].- FERRER DALMAU, Melchor; TEJERA QUESADA, Domingo, y ACEDO CASTILLA, José F.: Historia del Tradicionalismo Español…, obra citada, vol. 1, tomo III, pp. 304 a 305.
[14].- FERRER DALMAU, Melchor; TEJERA QUESADA, Domingo, y ACEDO CASTILLA, José F.: Historia del Tradicionalismo Español…, obra citada, vol. 1, tomo III, p. 305.
[15].- FERRER DALMAU, Melchor; TEJERA QUESADA, Domingo, y ACEDO CASTILLA, José F.: Historia del Tradicionalismo Español…, obra citada, vol. 1, tomo III, pp. 306.
[16].- RODRÍGUEZ DE ABAJO, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino, obra citada, p. 1.:“Al mismo tiempo que la vida, la fuerte impronta del sentimiento religioso y monárquico que entonces poseía por completo el Reino Católico (la católica España)”.
[17].- HARDMAN, Fredérick: El Empecinado visto por un inglés (traducción y prólogo de Gregorio Marañón), colección Austral nº 360, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1964 (5ª edición)
[18].- HARDMAN, Frederick: El Empecinado visto por un inglés, obra citada.
[19].- LICHNOWSKY, Félix María von: Recuerdos de la Guerra Carlista, 1837-1839 (prólogo, traducción y notas de José Mª Azcona y Díaz de Rada), Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1942.
[20].- RODRÍGUEZ DE ABAJO, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino, obra citada, p. 137: Una vez a la semana, al principio, se reunía con ellos (los compatriotas) en la iglesia para rezar juntos en la lengua de su país, y oír la palabra de Dios predicada por un compañero de exilio. Era una alegría: espíritus temerosos se alarmaron por la tolerancia de una autoridad benévola con su desdicha: la oración fue suprimida”
[21].- RODRÍGUEZ DE ABAJO, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino, obra citada, p. 139: “Las obras religiosas ocuparon un importante lugar en sus últimos años. Cada día, oía misa. Seguía todos los oficios, asistía a todos los rezos, comulgaba a menudo, recitaba su breviario y el rosario; por la tarde, al fondo de una iglesia, en el rincón más oscuro, elevaba su alma hacia Dios, le pedía por España y el Rey. La serenidad de su conciencia era la del justo que tiene el corazón en paz. Ningún recuerdo de las guerras pasadas le perturbaba: con el guerrero profeta, decía: ¡Benedictus Dominus Deus meus qui docet manus meas ad proelium, et digitos meos ad bellum!... Bendito sea el Señor mi Dios que instruye mis manos para el combate, y mis dedos para la guerra!
[22].- RODRÍGUEZ DE ABAJO, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino, obra citada, p. 139: “Don Mariano Pichardo, Don Pedro Pérez, antiguos capellanes de nuestro ejército, y el cura de San Pedro de Mont-Sort, su parroquia, le administraron la santa comunión y los últimos auxilios de la religión. Una mejoría aparente se produjo a las 12 de la mañana. Nosotros nos alegramos, era el último destello. Volvió sus ojos hacia nosotros, dijo: ¡Jesús, María, José! Y comenzó su agonía.

viernes, 4 de mayo de 2007

La manipulación en torno a la batalla de Almansa. Fueros contra nacionalismo.



Imagen de las tropas borbónicas en la batalla de Almansa. 

El 6 de enero de 1980, festividad de la Monarquía Tradicional , S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón acudía al Círculo Carlista Aparisi y Guijarro de Valencia a pronunciar una conferencia sobre “Monarquía y Lealtad”.

En el Cap i Casal de lo Regne el Abanderado de la Tradición se refería a la manipulación de cierta historiografía liberal de interpretar en un sentido nacionalista el desenlace de la Guerra de Sucesión y de como sus antepasados los Borbones carlistas restituyeron los fueros de la Corona de Aragón. Señaló Don Sixto que los Borbones carlistas gobernaron como los Austrias españoles. Años antes, en la obra ¿Qué es el Carlismo? se definía a los Reyes carlistas como Borbones Habsburguizados (y sin ser determinista, sangre de Austrias no les faltaba a los Reyes carlistas).  En el recorrido que posteriormente realizaría por el Principado de Cataluña –organizado por el después sería jefe-delegado, el leal catalán Carlos Cort Pérez-Caballero- se insistiría en esta denuncia y reivindicación.

El Carlismo siempre se identificó con la defensa de la identidad foral del Reino de Valencia y fue la vanguardia de la defensa del valencianismo desde inicios del siglo XX, enfrentándose particularmente durante los duros años de la transición en las calles del Reino de Valencia contra el pancatalanismo terrorista y bien financiado por la burguesía barcelonesa. Sin duda, gracias a esa resistencia, en ocasiones violenta –todo hay que decirlo- el terrorismo de Terra Lliure no se implantó en el Reino de Valencia y se pudieron salvar algunos símbolos de identidad tradicional valencia que la oligarquía partitocrática quería arrasar. Durante los duros años de la transición S.A.R. Don Sixto autorizó a varios carlistas a ocupar puestos directivos en el valencianismo cultural, político y social. El valencianismo actual no debe dejar desvirturse por un anticatalanismo absurdo del que tantas veces ha adolecido -y más en los últimos tiempos- y debe volver a la firme senda de la Tradición valenciana. Y por valenciana española, dentro de la cual no caben los contenciosos cainitas. Tradición foral que nunca puede ser constitucional, por cuanto que la constitución de 1978 termina configurando una Nueva Planta total, ajena por completo a nuestra cultura, historia y tradición.

El pasado 25 de abril se ha conmemorado el tercer centenario de la Batalla de Almansa, uno de los episodios más importantes de la guerra de Sucesión española, que supuso la pérdida de los fueros del Reino de Valencia y del Reino de Aragón. Esta perdida en el caso valenciano fue más relevante que la abolición foral catalana, pues afectó incluso a las instituciones del derecho privado (que se mantuvo en el resto de la Corona de Aragón) y conllevó la decadencia del puerto de la ciudad de Valencia. Dicho desenlace ha dejado una añoranza pesimista en el imaginario colectivo valenciano. Así son tradicionales dos expresiones populares “Quan el mal ve d´Almansa a tots alcança” y “De ponent, ni vent, ni gent” que signan las consecuencias negativas de la abolición foral. Sin embargo, ni los valencianos fueron los más entusiastas defensores del Archiduque Carlos (su adhesión es tardía, incompleta y contradictoria, meses después de la primera proclama austracista en Cataluña y está especialmente mediatizada por las presiones extranjeras), ni fue unánime (aunque tampoco lo fue en el resto de territorios de la Corona de Aragón).

Dicha batalla, que tuvo lugar en el contexto de lo que en ámbitos intelectuales anglosajones es tenida como “la primera guerra mundial” (en consideración a las naciones que intervinieron en la misma) hoy día ha llegado instrumentalizada por un burdo pancatalanismo, mientras, la historiografía oficial sigue en no pocas ocasiones alentando los complejos y análisis superficiales de la misma. Una guerra no entre territorios de España ni entre ideologías (todos los contendientes voluntarios compartían el anhelo de la continuidad de la España tradicional), sino una guerra entre potencias que dividió a los españoles por uno u otro Rey según las exigencias del Antiguo Régimen. Los españoles que combatieron jamás claudicaron de su nacionalidad ni de su identidad regional y ni por asomo se les ocurría pensar en un expansionismo sobre otros pueblos hispánicos.


Felipe V Rey Legítimo de las Españas

Se tiende a identificar abusivamente y caprichosamente a Felipe V con el absolutismo y la centralización. Cuanto menos en el inicio de su reinado no fue así.

Felipe de Borbón, nieto de la Infanta María Teresa de España fue hecho heredero conforme a Derecho del trono de las Españas en el testamento de Carlos II. A tal designación no se opuso ninguna institución española. La muerte de José Fernando de Baviera en 1699 hacía que Felipe de Borbón tuviese el mejor Derecho. Se destacó de él su carácter apacible, recto y firmemente religioso. No obstante había recibido una educación estrictamente religiosa(1).

Tras un viaje triunfal de 20 días de duración, desde Irún a Madrid, llegó a la capital de España el 18 de febrero de 1701, donde fue recibido entusiastamente por la multitud, confiada en que la nueva Dinastía podría restaurar la gloria de España frente a los grises días de los últimos Austrias.

En septiembre de 1701 se trasladó a Barcelona para ponerse en contacto con las instituciones forales catalanas (en decadencia durante los últimos años de los Austrias). De paso por Zaragoza juró los fueros del Reino de Aragón en la Basílica del Pilar. En Lérida juró los fueros catalanes, que renovó en Barcelona el 12 de octubre, día en que se iniciaron las Cortes. Fueron las propias Cortes Catalanas las que eligieron el día de Ntra. Sra. del Pilar para el reinicio de su actividad, que era prácticamente nula en los últimos siglos. Según Ricardo de la Cierva “Barcelona recibía con aprecio a un Felipe V que se esforzó en ganarse el corazón de la ciudad”(2).

Las Cortes Catalanas, presididas por Felipe V, se celebraron en el Convento de San Francisco y estuvieron funcionando hasta el 14 de enero de 1702. Feliu de la Penya escribió que las disposiciones aprobadas por las Cortes, “fueron las más favorables que había obtenido la provincia”. Pierre Vilar dice: “El Principado había vuelto a adquirir en España en el siglo XVII lo que había perdido hacía tanto tiempo: un lugar económico y militar de primer orden. También en 1701-1702, Felipe V ofreció a las Cortes catalanas todo lo que querían: confirmación de los privilegios, puerto franco, compañía náutica, reforma fiscal, barcos hacia las Indias, hasta tal punto que estas constituciones fueron las más favorables que había conseguido la provincia”. Todas las Españas peninsulares, europeas y ultrmarinas habían aceptado al nuevo Rey y este reconoció todos sus derechos, usos y fueros históricos(3).

Sin embargo los que no estaban de acuerdo eran austriacos, ingleses y holandeses, que declararon la guerra a España el 15 de mayo de 1702 y proclamaron en Viena Rey al Archiduque Carlos de Austria con el nombre de Carlos III.

Las potencias extranjeras atacaron a España en Flandes y en Italia. A esta marchó Felipe V, que se puso al frente de las tropas, lo que produjo una ola de entusiasmo en Toscana y en Milán, además de pacificar el reino de las Dos Sicilias. En Nápoles recibió un legado papal con el reconocimiento de su realeza sobre España. Entre la nobleza sarda, mayoritariamente borbónica, destaca en su empeño en la lucha contra los extranjeros Vicente Bacallar, militar, lingüista, historiador y embajador español. Felipe V volvió a Madrid en enero de 1703 donde el pueblo lo recibió con entusiasmo.

Mientras, los aliados (las potencias extranjeras) habían decidido llevar la guerra a la Península. En julio de 1702 una escuadra anglo-holandesa al mando del almirante inglés Jorge Rooke, compuesta de 50 navíos y 14.000 hombres, desembarcó en Cádiz, donde se les unió el conspirador Jorge de Darmstad, anterior Virrey de Cataluña. “Se apoderaron del Puerto de Santa María y entregaron a la ciudad al saqueo más brutal. Los protestantes antepusieron a todo su odio contra la Iglesia católica, devastando los templos, profanando imágenes y vasos sagrados y entregando las monjas a la soldadesca”, según cuenta el Marqués de Lozoya.

Después de la proclamación del archiduque Carlos en Viena este fue a Holanda e Inglaterra. El 6 de marzo de 1704 llegó a Lisboa y le acompañaban 8.000 soldados ingleses y 4.000 holandeses. Además, se sumaron tropas portuguesas. Cuando entraron en España por Fuentes de Oñoro comprendieron que los naturales del país odiaban a los portugueses y tenían repugnancia por los protestantes ingleses y holandeses. El Duque de Berwick, al frente de las tropas hispano-francesas, los rechazó.

El inglés Rocke con 45 barcos ingleses y 16 holandeses apareció por aguas de Barcelona el 27 de mayo de 1704. Iba en la expedición el antiguo Virrey, Darmstadt, que hizo llegar misivas a sus amigos y partidarios a favor del Archiduque. Unos 1.600 marineros desembarcaron en la zona del Besós. El 31, empezó el bombardeo austracista de Barcelona. Viendo que no se producía la soñada sublevación interior, los marineros reembarcaron ese día y la flota aliada se hizo a la mar el 1 de junio. En su viaje de regreso desembarcaron en Gibraltar con 2.400 soldados ingleses y holandeses, que ocuparon la plaza en nombre del archiduque Carlos hasta el día de hoy. Los mandaba el traidor ex Virrey Jorge de Darmstadt.

El 22 de agosto de 1705 volvió la flota anglo-holandesa al mando del inglés Peterborough, con 58 navíos, 30 fragatas y muchos más buques de transporte, 21.000 tripulantes y abundante armamento. A pesar de su fuerza, los aliados hubieran tenido un descalabro si no les hubiesen ayudado 1.500 migueletes de Vich, donde había comenzado la revuelta entre familias. La toma de Barcelona costó centenares de muertos, tras una dura batalla. La población seguía indiferente ante el Archiduque Carlos.

Como el resto de plazas catalanas estaban pobremente guarnecidas no fue difícil tomarlas. Por ejemplo, ante Lérida se presentaron “unos 300 hombres del país, de los que 250 iban a pie y armados con antiguas y denegridas espadas, con hoces, con palos y con mal prevenidas escopetas, y los otros cincuenta iban montados en rocines, mulas de campo y en jumentos”, según lo cuenta Nicolás de Jesús Belando. Así se entregó Cataluña al Archiduque Carlos.

Luego, las instituciones catalanas se avinieron a la nueva situación y juraron al Rey intruso traicionando el juramente previo de fidelidad a Felipe V. Si pudo pesar alguna desconfianza sobre posibles heterodoxías políticas o filosóficas de Felipe V quien a la larga demostró estar más contaminado de heterodoxías fue el archiduque Carlos, tanto en su periodo en España como cuando fue Emperador. Comprendiendo la traición que habían hecho y las graves consecuencias de la misma, proseguirían la lucha cuando la guerra estaba perdida, cuando el Archiduque había sido nombrado Emperador y ya renunció a la Corona de España, hasta la tozuda y numantina defensa de Barcelona en 1714, tan heróica como insensata.


Nacionalismo catalán y "mal de Almansa"
El nacionalismo catalán usa una retórica pseudoirredentismo para reivindicar los territorios de los antiguos reinos de Valencia y de Mallorca. Para ello se basa entre otras reivindicaciones en la manipulación más soez de la historia de España y realiza una interpretación torticera del desenlace de la batalla de Almansa. Es una tendencia que pasa absolutamente inadvertida en las primeras reivindicaciones nacionalistas catalanas, al punto que el anterior centenario de la batalla de Almansa no está documentado que sea rememorado en ningún medio nacionalista de la época (4). En 1933 será en el periódico barcelonés “Nació Catalana” donde se publica el primer estudio alusivo a Almansa: El sentit de la batalla d'Almansa. Años después esta tesis será redescubierta por Joan Fuster en el ensayo “Nosaltres els valencians”, publicado en 1962, sin que las autoridades gubernativas censuraran ninguna parte del mismo. A pesar de su paso al nacionalismo catalán aún pesaba mucho la militancia en el Movimiento Nacional del escritor suecano. Esta obra generó una tremenda controversia en el ámbito cultural valenciano por la interpretación pancatalanista que se hace de la batalla de Almansa y va a ser desechada. Sin embargo donde más influencia tendrá dicha tesis será en el ámbito catalán, de donde nace la original interpretación nacionalista de la batalla de Almansa. Los acontecimientos históricos en torno a la batalla de Almansa desmienten cualquier interpretación al margen del contexto general de la guerra:

En la batalla de Almansa los únicos valencianos que combatieron estaban del lado de Felipe V (unos cuantos vecinos de Cocentaina). En el bando austracista excepción hecha de los mercenarios portugueses no había ningún español, siendo en su mayoría holandeses y británicos. El bando borbónico estaba compuesto mayoritariamente por españoles, aunque en total no llegaban a ser la cuarta parte de todos los combatientes.

Los generales austracistas Galway y Das Minas se anticiparon al ejército borbónico y elaboraron un plan para asestar un duro golpe a las tropas de Berwick. Éste se encontraba en las proximidades de Almansa esperando los refuerzos que tenían que llegar por el norte a cargo del duque de Orleans. El factor sorpresa fue insuficiente para contrarrestar la superioridad de la caballería borbónica que acabó con el inexperto, variopinto y desorganizado ejército austracista.

Los aliados, partidarios del archiduque Carlos, alinearon 42 batallones de infantería, compuestos cada uno de 400 hombres, y 60 escuadrones de caballería, de 100 jinetes cada uno, mientras que los borbónicos dispusieron 50 batallones de infantería y 81 escuadrones de caballería, formando ambos ejércitos con dos líneas de profundidad.

Las tropas aliadas, cansadas, en inferioridad numérica y mal dirgidas, rompieron la formación entre el centro y el flanco debido al empuje de la caballería borbónica. En el flanco izquierdo la caballería borbónica provocó la retirada de las tropas aliadas, mientras que las tropas de la zona central acabaron por rendirse a las diecisiete horas.

La Batalla de Almansa fue decisiva para la guerra, pero no significó la rendición de los austracistas del Reino de Valencia. El ejército borbónico hubo de ir conquistando las poblaciones que se le resistían, como antes el austracista se había visto obligado a hacer con las ciudades valencianas y catalanas fieles a Felipe V.

Los borbónicos incendiaron Jàtiva, pero peores fueron los saqueos realizados por los mercenarios del ejército austracista “maulet”. Los austracistas quemaron Ayora y Banyeres y las confiscaciones provocaban casos dramáticos. Martín Brotat, próspero comerciante antes de 1707, declaraba “que se halla con crecida familia y muchos acreedores que le molestan, sin tener más medios para su manutención que dichas cantidades”. Los valencianos que sufrieron el saqueo de los maulets mercenarios no recibieron tanto apoyo. Lo corrobora la viuda del Justicia de Alicante, que demandaba una caridad en estos términos: “Diego Picó se hallaba en el encargo de Justicia Mayor de Alicante al tiempo que los enemigos asaltaron aquella plaza. Executaron con él muchas hostilidades y vejaciones y de enfermedad que le sobrevino murió, y habiendo saqueado su casa sólo pudo escapar doña Tomasa Mora, mujer del susodicho, con el coche galera, mulos y algunas alhajas, retirándose a Monóvar. Allí le sorprendieron [robaron los maulets] coche, mulos y galera; huyendo a Hellín”.

Hasta las monjas sufrieron acoso de los mercenarios maulets. EI obispo de Orihuela, compadecido, escribía al rey: “Sor Francisca Antonia del Convento de la Sangre de la ciudad de Alicante, por la invasión de los enemigos le fue preciso pasarse al Convento de la Santa Faz , habiendo perdido en el saco la mayor parte de sus bienes. Dejaron la clausura muchas religiosas, entre ellas la priora. Fue preciso recurrir al amparo de su hermana, que estaba en Valencia.” La monja “solicitó 50 doblones sobre bienes confiscados del Reyno de Valencia”

Al nacionalismo catalán le gusta celebrar derrotas (por eso monta otro circo, esta vez en Barcelona, y esta vez todos asistiendo -desde Terra Lliure hasta el PP, pasando por el R.C.D. Español- el día 11 de septiembre). El Reino de Valencia celebra en su nou d´Octubre el gran triunfo de los valencianos sobre el rey moro. El pancatalanismo pretende que el Reino de Valencia conmemore su derrota en la batalla de Almansa como día nacional y para ello moviliza cada año millones de euros y financia el viaje de miles de catalanes a Valencia para manifestarse en los días anteriores o posteriores al 25 de abril (este año el 5 de mayo).

El soviet nacionalista hace culpable de todos los males acaecidos contra la Cataluña y Valencia del 1700 al famoso “Decreto de nueva Planta”. Se dice que “Cataluña perdió su personalidad y su lengua fue prohibid”. Como señala el historiador catalán Vicens i Vives no existe en ningún artículo de dicho Decreto la prohibición del uso de las hablas catala­nas. Lo único que se dice en el Decreto es que las sentencias judiciales deberían de escri­birse en castellano, desplazando al latín de la administración judicial (5).

En 1718, Felipe V inicia medidas proteccionistas de la industria catalana. Se prohibió la importación de tejidos de Asia y China y se empezó entonces el aumento demográfico de Cataluña que pasó de 350.000 habitantes en 1708 a 820.000 habitantes en 1789. Entre 1745 y 1770 y, gracias al comercio ultrama­rino, el puerto de Barcelona alcanzó la primacía en España: no sólo se exporta­ban tejidos y calzados, sino también el vidrio, de Mataró y el papel de Olot. Y fue a Felipe V a quien Cataluña le debió el incremento del culti­vo de la viña, la exportación de vinos a América y el creci­miento de las cepas en el Ampurdán y el Penedés que dieron lugar al actual cava(6).

Melchor de Macanaz quiso mantener el Derecho foral tras la derrota, a lo que se opuso el Duque de Híjar. Tuvo sin duda un gran peso en la consideración de la supresión el hecho de que las Cortes no se reuniesen desde hacia más de cincuenta años, entendiéndose como una institución excesivamente obsoleta. Las medidas proteccionistas de la industria catalana no encuentran correlato en el Reino de Valencia. El derecho privado también es prohibido. El Reino de Valencia, que mantuvo muchas plazas leales a Felipe V y que en ningún momento conspiró contra el Rey (solo se vió arrastrado a la traición a última hora por presión extranjera y de la oligarquía catalana) fue quien más perjuicios soportó.

Mitos y mentiras sobre la guerra de Sucesión
El nacionalismo catalán ha pretendido hacer de una guerra por el trono de España su primer contencioso político-territorial interpretándolo además con conceptos políticos modernos. La ciencia política (Dieter Nohlen, entre otros) ha reprochado severamente esta metodología. Incluso hasta a efectos estéticos han llegado a ilustrar en algunas escuelas catalanas a los valientes maulets enarbolando la bandera de las cuatro barras. Todo mentira. Ni los maulets (partidarios del ilegítimo Carlos de Austria) eran en su mayoría catalanes ni –mucho más importante- a los maulets catalanes les importaba la imposición de la lengua catalana.

Ambos, borbónicos y austracistas, luchaban por quien creían que era el Rey legítimo de España. Ambos defendían concepciones políticas del Antiguo Régimen y ninguno de los dos ejércitos (en su parte de voluntarios, que fue la de menos) deseaban la abolición foral. Tras el triunfo de Felipe V la concepción organicista del Antiguo Régimen, su conjunto de derechos concretos (que no eran sólo territoriales, sino también gremiales, religiosos y en general –en lenguaje actual- “corporativos”) se mantuvo indemne, además de otros fueros territoriales (vascongados y navarros). En ambos ejércitos hubo españoles de todas las tierras de la Península. En el ejército austracista hubo castellanos, gallegos, andaluces, valencianos, aragoneses y catalanes (y el núcleo mayor compuesto por extranjeros). Entre los austracistas que defendieron Barcelona el 11 de septiembre de 1714 (cuando el propio Carlos de Habsburgo ya había renunciado a la Corona de España y aplicaba una política regalista y heterodoxa en el Imperio) destacaba el famoso “Tercio de Castellanos” por su honor y fidelidad hasta el final a la causa austracista. Partidarios de Felipe V hubo en Cataluña, Valencia y Aragón, (además de en las Vascongadas y Navarra, que mantuvieron su derechos históricos) algunos pueblos enteros como Cervera –premiada con una universidad por Felipe V- en Lérida o Jijona en Alicante. Ambos bandos usaban el castellano como lengua franca y ambos usaban el resto de lenguas españolas con naturalidad, como lenguas coloquiales.

Recordemos el ejemplo de Jijona: El memorial que Jijona dirigió al rey destacaba sus actos heroicos: “Bajo el comando de Bruno Aracil, hijo de Xixona, capitán de caballos de la costa de este Reyno de Valencia, recuperaron Altea y otros lugares.” Los fieles xixonencos querían vengar la escabechina de los austracistas “en la Torre de las Mançanas, donde degollaron hasta los enfermos que estaban moribundos” (AHN. Leg. 6804). La villa, como premio, pedía “Que haga única a Xixona en honras. Que sus hijos puedan traer armas de todos géneros por todos los Reynos de España”.

No se enarbolaban en las batallas ningunas banderas al estilo moderno, ni mucho menos las cuatro barras aragonesas. Situémonos por un momento en la resistencia barcelonesa del 11 de septiembre. Es común a todos los modernos falsificadores de los austracistas su laicismo exacerbado, mientras que los defensores barceloneses de la ciudad lo hacían al grito de Visca Espanya! y Visca el Rei d´Espanya! (Emíli Giralt, historiador nacionalista lo tiene que acabar reconociendo) y rezaban el Santo Rosario mientras pedían piamente perdón a la Virgen de la Merced por haberse aliado con "herejes europeos" (Inglaterra, Holanda y Austria) en la guerra de Sucesión, traicionando el primer acatamiento del Monarca que dispuso el último Austria español en su testamento conforme a Derecho. Casanova se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia, venerada por los barceloneses, para dar ánimos a los defensores (según una tradición, el estandarte de Santa Eulalia sólo podía sacarse en el momento en que Barcelona corriese un gran peligro). Como vemos por ningún lado están las cuatro barras aragonesas. Y respecto de Rafael Casanova, el líder antiborbónico y sin duda sincero patriota español (patriota de la España tradicional, católica, foral y monárquica), en 1719 fue amnistiado y volvió a ejercer como abogado hasta 1737, año en qué se retiró. Murió diez años más tarde en Sant Boi de Llobregat. Junto a Casanova merece recordarse Francisco de Castelví. En los últimos años ha supuesto una importante quiebra del oficialismo nacionalista y una revolución del panorama historiográfico la publicación de sus Narraciones Históricas por la Fundación Elías de Tejada en 1998 (no obstante, Francisco Elías de Tejada a pesar de ser extremeño fue miembro del Institut d´Estudis Catalans). Agustí Alcoberro, de la Universidad de Barcelona dice sobre la obra: “La reflexió de caràcter historiogràfic [sobre la guerra de Sucesión], encapçalada per les monumentals Narraciones históricas de Francesc de Castellví, sens dubte l'obra més important d'aquest corrent (…)”, La principales diarios catalanes (El Periódico, La Vanguardia ), hasta los más minoritarios y nacionalistas ( Avui), así como la televisión regional no podían dejar de reconocer la importancia del testimonio de Castellví, oficial austracista exiliado en Viena, que escribió en castellano lo que vivió en primera persona la guerra de Sucesión, descargándola de toda carga nacionalista. Otro ejemplo es Antonio de Villarroel, general jefe de Cataluña y comandante de la plaza de Barcelona. Éste último proclamó: “Combatimos por toda la nación española”. Como lo dice Pierre Vilar, “el patriotismo desesperado de 1714 no es únicamente catalán, sino español”.


Sobre la lengua en los ejércitos maulet y botifler


Es ciertamente hilarante que los cachorros terroristas del nacionalismo expansionista catalán se denominen "maulets" y bajo ese signo acometan su ataque brutal contra la lengua castellana en Cataluña y pretendan imponer el catalán normativizado del químico Pompeu Fabra (que muy poco tenia que ver con las diversas variantes catalanas que hablaban los austracistas catalanes) al Reino de Valencia, Baleares y partes de Aragón. Veamos algo de documentación:

La crónica de la estancia del archique Carlos en Montserrat el 24 de junio de 1706 se publicó a los pocos días en Barcelona por Rafael Figueró, al que los austracistas habían nombrado “impresor del rey”. Dicha obra destinada al lector austracista (maulet) y en plena contienda está en castellano (Figueró, R.: “Exemplares acciones de nuestro Rey Carlos III”, Barcelona, 1706). El archiduque, además, subió al camarín de la Virgen de Montserrat a las 2 de la tarde del 27 de junio y dejó un folio autógrafo que contenía devotas poesías en castellano.

En Valencia, entre 1705 y 1707, los austracistas acudían en masa al teatro de Calderón, Moreto, Fragoso, etc. El pueblo asistía entusiasmado a las representaciones de “Los amantes de Teruel”, "El duque de Osuna", " Los tejedores de Segovia", "El genizaro de Hungría", etc. La programación teatral austracista fue en idioma castellano.

En octubre de 1706 el archiduque Carlos visita Valencia. Al llegar al arco triunfal construido en las torres de Quart, los austracistas dieron la señal para que -en honor de Carlos de Austria- se interpretaran canciones compuestas en castellano. Los austracistas, desde el Consejo de Ciento en Barcelona hasta los diputados del Reino de Valencia se dirigían en castellano a Carlos, monarca que contestaba en castellano. La crónica de lo sucedido en Valencia fue llevada a uña de caballo a Barcelona, siendo publicada en diciembre de 1706 por Francisco Guasch en castellano.

Son significativas las crónicas de los dos juramentos forales efectuados en octubre de 1706: el de Carlos de Habsburgo, en Valencia, y el del virrey borbónico Luis Belluga, en Orihuela. La primera está en castellano; la segunda, en valenciano. EI texto oriolano describe cómo en la "Real Capella de la Sta. Yglesia Catedral de Oriola (...) agenollat davant del sitial que se li posa en dita Real Capella jura a Deu (...) dits carrecs de Virrey Governador y que observara aquells furs". EI nombramiento lo había firmado en Jadraque el rey Felip Quint.

Reflexión final

La hemos anunciado al principio: no fue una guerra territorial, no fue un contencioso ideológico, no fue tampoco el ocaso cultural de las lenguas de la Corona de Aragón, no existía pancatalanismo alguno. El desenlace de la guerra fue nefasto para el Reino de Valencia que perdía sus libertades forales y empezaba su declive. Sin embargo la supresión foral del Principado de Cataluña fue ampliamente compensada con medidas proteccionistas. Las consideraciones sobre los tratados de paz y sobre el nuevo equilibrio en el continente –muy desfavorables para España- merecen otra reflexión. Pero hora es ya de que develemos de una vez toda la mentira en torno al "mal de Almansa" y a la consideración del ejército austracista como nacionalista y del borbónico como centralista. Antes de realizar cualquier juicio o analogía más valdría que se estudiaran y entendieran las instituciones políticas del Antiguo Régimen, desconocidas y verdaderamente destruidas posteriormente a la batalla de Almansa por las revoluciones liberal y burguesas. Y que se reparase en que un siglo y medio después fueron los reyes carlistas. Legítimos de España por descendientes de Felipe V, restauraron las instituciones forales aragonesas.



Bibliografía:
(1) Ricardo de la Cierva. Historia total de España

(2) Jaume Vicens i Vives. Aproximación a la historia de España

(3) Ramón Menéndez Pidal. Historia de España. Tomo 29, Vol. I.
(4) Albert Balcels. Breve Historia del nacionalismo catalán

(5) Marcelo Capdeferro. Otra Historia de Cataluña
(6) Antonio Ubieto. Historia de Aragón