jueves, 21 de noviembre de 2013

LA FACTURA ELÉCTRICA Y EL ESTADO SERVIL




Cuando los carlistas aún estaban en condiciones de influir política y económicamente durante los primeros años posteriores a la guerra realizaron una ingente labor de elaboración doctrinal en torno a los principios cristianos que deberían de regir el desempeño de la actividad económica. Así de entre las publicaciones y empresas regidas por la Obra Nacional Corporativa (muy pronto incautadas por el Estado) José María de Vedruna se ocupó de la Ordenación de la economía eléctrica nacional, Colaboración a la Obra Nacional Corporativa, Editorial Tradicionalista, 1943. Sus indicaciones fueron seguidas sólo parcialmente, pero en cualquier caso los años que van de la década de los cuarenta a los ochenta España experimentó un acceso prácticamente universal a los suministros eléctricos, como nunca hasta entonces se dio, y a unos precios razonables y justos. Algunos significados antiguos carlistas ocuparon puestos significativos durante años en aquella gestión eléctrica.

Por contra la consolidación del sistema partitocrático ha traído anejamente una continua escalada de la factura del suministro eléctrico hasta llegar a niveles de injusticia clamorosa. La supuesta liberalización de la energía iba a tener un efecto positivo sobre los consumidores, sin embargo la factura eléctrica se ha convertido en una pesada carga para las familias que ha dejado a muchas de ellas al borde de la exclusión energética. Es un rasgo muy claro del llamado Estado Servil que denunciara Hilarie Beloc: 

Que nuestra sociedad moderna, en la cual sólo unos pocos poseen los medios de producción, hallándose necesariamente en equilibrio inestable, tiende a alcanzar una condición de equilibrio estable mediante la implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de producción, para beneficio de los que los poseen. Con este principio de compulsión aplicado contra los desposeídos, tiene que producirse también una diferencia en su estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán divididos en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción; la segunda, sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su misma falta de libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades vitales y un nivel mínimo de bienestar, debajo del cual no caerán sus miembros.

Esta mezcla letal de socialismo y liberalismo, muy certeramente diseccionada por Miguel Ayuso en el Cap. V, Parte II La función del Estado en la vida económica de ¿Después del Leviathan? Sobre el estado y su signo. Speiro 1996, se traduce en el ámbito español en la indisimulada ocupación de puestos directivos de las grandes compañías energéticas por parte de políticos de todo signo cuando terminan sus años de gobierno. Al tiempo que el nacionalismo (anti)vasco se aferra a mantener un puesto determinante en este ámbito del suministro eléctrico a toda España y a mantener sus sedes centrales en Bilbao, herencia por cierto directa del franquismo cuando confió a las oligarquías vascongadas grandes puestos directivos en dichas compañías. En cierto modo los delirios nacionalistas, su retórica racista y en última instancia las saneadas cuentas del terrorismo etarra han pasado de algún modo por la factura eléctrica de todos los españoles.

¿Cómo se establece el coste de la factura eléctrica? Teóricamente, la mitad de la factura se establece mediante una subasta, supuestamente competitiva y abierta entre empresas, y la otra mitad la establece el gobierno. Este sistema implantado por Aznar y mantenido por Zapatero y Rajoy, es en si mismo un fraude, como también lo es la forma en que fija la tarifa el gobierno y así como la inclusión en la factura de conceptos ajenos a la misma y que pagan los consumidores.

En primer lugar, la subasta eléctrica no es tal, pues las mismas empresas generadoras de la luz tienen filiales comercializadoras, así que el pastel se reparte entre cinco grandes empresas. Además, el precio que se asigna al kilovatio es el de la fuente más cara que entre en la puja. Por lo que en lugar de pagar en función del costo ponderado según el origen de la electricidad, se paga toda al precio de la más cara, generalmente el carbón o el fuel-oil.

De esta forma, la energía nuclear y la gran hidroeléctrica, que ya tienen sus plantas amortizadas y con costes de generación bajos, reciben unos precios muy inflados, lo que en jerga económica llaman “beneficios caídos del cielo” (rainfalls benefits), de ahí del interés de las grandes compañías por que se siga quemando carbón o petróleo, a pesar de ser fuentes de energía importadas, caras y altamente contaminantes. Así, un megavatio/hora nuclear por el que deberíamos pagar 18€ nos están cobrando entre 40 y 70€. 

Se repite machaconamente que el déficit de tarifa se debe a las subvenciones a las renovables, cargando culpas contra gran parte de modestos inversores que vieron en ellas una fuente de crear riqueza entre las clases medias, pues aunque las renovables reciben primas, lo hacen por kilovatio producido, al contrario que muchas centrales de gas que reciben primas sólo por estar disponibles, no por producción. Además, la entrada de las renovables reduce el precio de la electricidad de las subastas y disminuye los derechos de emisión de carbono que tenemos que comprar.

Por otra parte, en la factura eléctrica se incluyen miles de millones de euros en subvenciones a fondo perdido en diferentes conceptos:
  • Más de 2.500 millones de euros, solo en los últimos cinco años, a centrales de gas natural, no por producir sino por estar disponibles, de guardia, es lo que se llama pagos por capacidad.
  • En los últimos años el gobierno ha subvencionado la puesta en marcha de centrales de cogeneración con carbón, fuel-gasoil, gas de refinería y gas natural, a lo que hemos dedicado, vía factura, más de 5.000 millones de euros en este último quinquenio.
  • En concepto de interrumpibilidad hemos regalado más de 2.000 millones de euros  de subvenciones enmascaradas a multinacionales como Arcelor Mittal o Atlantic Copper. También durante muchos años los consumidores hemos estado pagando, vía recibo, los gastos de gestión de los residuos nucleares. 
La interrumpibilidad se refiere a contratos que establece el estado con grandes consumidores de electricidad, en virtud del cual se les puede cortar el suministro eléctrico en cualquier momento, como en caso de exceso de demanda o problemas en la red. A cambio, las empresas reciben fuertes compensaciones por su disponibilidad, no por los cortes de suministro. Sin embargo, en los últimos seis años no ha hecho falta echar mano de ese mecanismo debido al exceso de potencia disponible que tiene nuestro país, por lo que sería un concepto prescindible. De hecho, desde 2006 España exporta electricidad a los países vecinos.

La energía nuclear supuestamente es muy barata, entre otras cosas porque las centrales se construyeron gracias a que los gobiernos las subvencionaron con miles de millones aportados por los contribuyentes. Si de verdad fueran tan rentables como dicen ¿por qué desde que se acabó la moratoria nuclear en España, en 1997, ninguna empresa ha construido una central nuclear? Por otra parte, la gestión de los residuos nucleares la pagamos entre todos hasta hace algunos años, ahora contribuyen un poco las empresas. Además, la industria nuclear es la única que tiene un límite en sus pólizas de seguro, 700 millones de euros, cosa que no ocurre con otras industrias. Así, en caso de catástrofe, todo lo que supere esa cifra lo sufragaría el Estado (o sea, nosotros). Además, el gobierno subvenciona el 90% de las primas que pagan las nucleares a las compañías de seguros.

Por último, el gobierno del PP se ha dedicado a torpedear sistemáticamente a las renovables, quitándole primas, un sector en el que éramos líderes y que estaba generando miles de puestos de trabajo y que nos ayudaría a salir de la crisis. Para remate, el borrador de decreto de autoconsumo de energía fotovoltaica, es una nueva traba para el desarrollo de las renovables pues introduce un peaje, llamado “de respaldo”, que hace más caro económicamente producir tu propia energía que comprarla en la red. El gobierno en vez de permitir ahorrar a sus ciudadanos produciendo su propia electricidad, nos obliga a seguir dependiendo de las grandes compañías. Mientras en el resto de los países más desarrollados de Europa se prima al pequeño productor y el autoconsumo, en España el gobierno del PP lo penaliza y lo criminaliza, pues quieren poner multas de hasta 30 millones de euros. Nos prefieren siervos de los grandes intereses del sistema, de sus partidos políticos y poderes financieros.

miércoles, 1 de mayo de 2013

1 de mayo, San José Obrero. Textos de pensamiento y acción social carlista.


Carta de María Teresa de Borbón y Braganza, Princesa de Beira, a los españoles. 25 de septiembre de 1864. 
EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL DEL SIGLO XIX. Textos de Doctrina Política. PUBLICACIONES ESPAÑOLAS. Madrid. 1945. (Pág. 236)

Pero se ha observado que todas las naciones, que los adeptos del liberalismo, generalmente hablando, colocaban su felicidad suprema en los intereses materiales, y en los placeres y comodidades de la vida, ansiando enriquecerse a toda costa y sin reparar en los medios para procurarse de este modo la mayor suma posible de comodidades y de felicidades. Así es que los bienes de la Iglesia católica pasaron casi enteramente de las manos muertas a las manos vivas del liberalismo.
De este modo, aquellos bienes, que eran en realidad el gran patrimonio del pueblo, de los pobres, de los hospitales, de las casas de beneficencia; que eran los fondos de la enseñanza gratuita y el recurso de los talentos privilegiados, que carecían de fortuna; todos estos bienes, digo, son ahora el rico patrimonio de algunos centenares de liberales poderosos.

Los sindicatos libres fueron fueron un fuerte movimiento obrero nacido del carlismo cuyo más significado líder fue el mártir requeté leridano Ramón Sales Amenós


La Ideología carlista, 1868-1876. Vicente Garmendia. Cita de "La cuestión social", anónimo publicado en La Reconquista en Madrid el 4 de abril de 1872. Págs. 217-218

El obrero de la fábrica, verdadero esclavo convertido por el liberalismo en una máquina, buena sólo para producir, pero indigna de todo cuidado moral; ese obrero a quien se encierra en una especie de lóbrega cueva, donde ni penetra apenas la luz del sol, ni el aire de los campos; ese obrero a quien no se le deja ni tiempo para pensar en Dios, ni descanso par que repose en el seno de su familia y dirija una mirada a sus hijos; ese obrero que al salir de su prisión llevando aún los pulmones llenos de nauseabunda atmósfera de la fábrica, y los ojos fatigados por la luz artificial, y los oídos estremeciéndose todavía con el atronador y monótono chirrido de las máquinas, se encuentra en medio del alegre bullicio de una gran ciudad y ve pasar a su lado un sibarita cuya fortuna sabe que está formada con bienes que arrebató a la Iglesia o que ganó en el juego de la política, el más inmoral de todos los juegos; ese obrero que al volver a su casa, si por acaso es tan venturoso que la tiene, ve por todas partes el refinamiento de una civilización sensual y materialista; ve palacios suntuosos en las calles, manjares delicadísimos en las fondas, molicie y afeminación en todas partes; ese obrero a quien le han enseñado que el clero es su enemigo y la Iglesia su verdugo arrancándole así el sentimiento de la religión, único asilo de paz y dulce sosiego en donde podía encontrar inagotables consuelos y fortaleza inextinguible, ese obrero escucha una voz que le promete hacerle dueño de toda esa riqueza material, única riqueza que él conoce y que ve una mano que le señala como suyos todos esos brutales goces del cuerpo, únicos goces a que le han enseñado a aspirar, ¿cómo no ha de abrir sus oídos a esa voz, y cómo no ha de estrechar con febril afán esa mano?



LA IGLESIA Y EL PROBLEMA SOCIAL. Juan Vázquez de Mella y Fanjul. (9 de noviembre de 1889)

... la economía individualista, con tanto calor defendida y propagada por los doctores del liberalismo como la panacea universal de los males sociales, ha venido de consecuencia en consecuencia a entronizar de nuevo la esclavitud en los talleres y en las fábricas.
Incapaz de conocer el fin, y, por lo tanto, la misión del Estado y la esfera de su acción, se alarma a la menor tentativa encaminada a reglamentar el trabajo y a impedir la explotación capitalista, como si viese aparecer el socialismo; y pide a los poderes públicos que se crucen de brazos conforme lo establece la famosa fórmula fisiocrática, y que dejen a las no menos famosas leyes naturales económicas el encargo de hacer brotar las armonías.
Y esas armonías, engalanadas con los ingeniosos sofismas de Bastiat, ya hemos visto de qué manera se convertían en una guerra sorda y despiadada, cuando no estallaban en colisiones sangrientas.
La economía liberal comenzó por romper todo vínculo moral entre patronos y obreros, y, en vez de depurar y perfeccionar las antiguas instituciones gremiales, las pulverizó, entregando a los trabajadores el cetro de una libertad que ha concluido por convertirlos, según la frase de Lasalle, en unos “esclavos blancos”.
Y así tenía que suceder; porque, desde el momento en que las relaciones entre patronos y obreros se fijan únicamente por la ley de la oferta y la demanda, el trabajo queda reducido a una mercancía y la persona humana que le realiza a una máquina de producción; es decir, a una cosa, lo mismo que en la sociedad pagana.
Así se cumple la regla de Cobden: Si dos obreros van detrás de un patrono, el salario baja; si dos patronos van detrás de un obrero, el salario sube. El contrato de trabajo se reduce a una compraventa, y el obrero no es más que una cosa que se adjudica, en el mercado de la libre concurrencia, al mejor postor. ¿Y en qué se diferencia esto de la esclavitud? Esencialmente, en nada.


CONCURRENCIAS Y HUELGAS. Juan Vázquez de Mella y Fanjul. (El Correo Español, 15 de abril de 1891)

Las viejas fórmulas económicas, como las desacreditadas teorías políticas y sociales de donde brotaron, van poniéndose cada vez más en evidencia, y algo así como un estremecimiento de terror y de espanto se apodera de los infortunados maestros, que ven refutadas prácticamente sus enseñanzas por la lógica de sus discípulos.
El conocido apotegma de la escuela fisiocrática fué por mucho tiempo considerado como fundamental e indiscutible en la ciencia económica, mereciendo duro anatema y nota de atrasados y reaccionarios los que se atrevían a ponerle en tela de juicio.
Pero la realidad de los hechos es tan elocuente y avasalladora, que ya se necesita verdadera obstinación y terquedad para repetirlo, y afirmarlo como un principio científico.
¿Qué se hizo de aquellas brillantísimas declaraciones con que Bastiat aseguraba que la libertad de concurrencia era la más humana y equitativa de las leyes que dirigen el progreso de las sociedades?
Todo pasó, y sólo como recuerdo de tan desastrosos lirismos quedan esos fósiles del individualismo, que se figuran que el mundo marcha, cuando ya hace tiempo que vuelve.
Que la libertad de concurrencia favorece mucho la producción de la riqueza y es el gran aliciente del interés y el más grande despertador de las energías e intereses individuales, nadie lo niega; pero no era esa la cuestión, sino otra muy distinta.
La riqueza es un medio, no un fin. No importa producir mucho, sino distribuir bien lo producido. Por eso la producción fue el asunto preferente de las cavilaciones de los economistas liberales, que desdeñaron como accidental y secundaria precisamente la cuestión más grave y transcendental, la distribución de la riqueza.
Afortunadamente, los especiosos sofismas, al chocar con la roca de la realidad, se han trocado en polvo, y hoy se comienza a ver claro lo que antes aparecía a los ojos de gran número de gentes obscuro y tenebroso.
La libertad de concurrencia, lejos de resolver, con los supuestos equilibrios y las imaginarias armonías que había de producir, a juicio de los falsos profetas, la cuestión social, la ha agravado de tal manera, después de haber sido su causa principal, que se necesita estar ciego para no ver que es el más opuesto medio de distribuir la riqueza y el procedimiento más seguro para ahondar la sima abierta entre capitalistas y trabajadores.
Porque si es innegable que la competencia lleva consigo la baratura de los productos como una consecuencia, no lo es menos que la necesidad que la concurrencia impone de vender más barato para no ser vencido y arruinado exige también, como condición indispensable, la de producir con menos gasto y, por lo tanto, la de reducir cada vez más el salario del obrero.
Así la libertad de concurrencia sólo favorece, en la distribución de la riqueza, a los que menos la necesitan, a los grandes capitalistas, que van acaparando la fortuna de los pequeños industriales y lanzándolos a las filas del proletariado, al cual después merman continuamente el jornal por natural exigencia de la despiadada contienda en que están empeñados y que los fuerza a seguir avanzando hacía los primeros puestos para no sufrir la misma suerte de las víctimas sobre las cuales se encaramaron.
Y puesto el capital cada vez en menos manos por medio de este irritante monopolio que brota espontáneamente del seno de la famosa libertad económica, la división, el encono, el odio encendido entre los depositarios del capital y los propietarios de la miseria, aumentan sin cesar y estallan en esas pavorosas huelgas que conmueven el mundo industrial y lo ponen a dos dedos de su ruina.
En vano es entonces gritar, en nombre de la trasnochada economía liberal, contra esos movimientos obreros, diciendo que las huelgas son contrarias al orden público y a la misma vida social.
Los obreros, armadas con la poderosa lógica del absurdo, dirán a los partidarios de la libertad de concurrencia:
Si, en virtud de los principios que proclamáis, puede el capital rebajar los salarios y reducir la oferta, negándose a acceder a las pretensiones de los obreros, ¿por qué no han de poder éstos, en uso de una libertad semejante, tomar el desquite y aumentar y hacer subir la demanda por medio de su retirada del taller y de la fábrica?.
Prescindiendo de los excesos de las huelgas y de las circunstancias externas que las acompañan, la verdad es que, dentro del terreno de los principios del liberalismo económico, los huelguistas tienen razón.


Ramón Nocedal y Romea. Discurso en el Congreso el 15 de mayo de 1892. Pág. 293 del tomo II de Obras Completas) (Pág.325)

Lo que he dicho, y repito, es que el socialismo, que la anarquía, que el comunismo, todas las ideas más horribles, más absurdas que se puedan imaginar, son consecuencias lógicas y necesarias de los principios liberales; y que los anarquistas no hacen más que seguir la conducta que les han enseñado y que han seguido, y que recientemente han enaltecido aquí los partidos liberales.


ACTA DE LOREDÁN. (Enero 1897). ESCRITOS POLÍTICOS DE CARLOS VII
Cuestión obrera

Grave problema es la cuestión social que hoy agita al mundo y mantiene en inquietud los ánimos y en desorden los pueblos. Antigua y siempre pavorosa, el mundo pagano la resolvió con la esclavitud de la fuerza, y el cristianismo con la esclavitud del amor. La fuerza impuso el trabajo como el amor la caridad, y la revolución, volviendo a la tiranía por la libertad sin fronteras, proscribiendo la caridad y la fe, ha engendrado el pauperismo, que es la esclavitud del alma y del cuerpo. El trabajo se ha convertido en mercancía y el hombre en máquina.
Queremos protestar y redimirle llevando a la legislación las enseñanzas de la más admirable encíclica de León XIII; aspiramos a que el patrono y el obrero se unan íntimamente por relaciones morales y jurídicas anteriores y superiores a la dura ley de la oferta y la demanda, única regla con que las fija la materialista economía liberal, y preten­demos, por tanto, emancipar, por el cristianismo, al obrero de toda tiranía.
Para ello ha de fomentarse la vida corporativa, restaurando los gremios con las reformas necesarias; se necesita acrecentar las socie­dades cooperativas de producción y consumo y conseguir que el Poder restablezca el Patronato cristiano, reglamentando el trabajo.
Así, cumplirá el Estado el primero de sus deberes, amparando el derecho de todos y, principalmente, el de los pobres y el de los débiles, a fin de que la vida, la salud, la conciencia y la familia del obrero no estén sujetas a la explotación sin entrañas de un capital egoísta, por cuyo medio un Monarca cristiano se enorgullecerá, mereciendo el titulo de Rey de los obreros.


Juan Vázquez de Mella y Fanjul. (23 de abril de 1903)
LA CUESTIÓN SOCIAL

Miradla también, señores, en alguna de sus aplicaciones sociales, y fijaos en este hecho singular que se destaca con caracteres inconfundibles entre todos los demás hechos.
Antes del cristianismo sólo en el pueblo hebreo no había esclavos. Después del Cristianismo, en dondequiera que no haya penetrado la doctrina católica entera o mutilada, existe la esclavitud.
He aquí un hecho incuestionable. Abrid un mapamundi y veréis que en todas partes la geografía lo demuestra.
¿Cuál es la explicación de este hecho? No basta para explicarlo la igualdad natural que establece entre los hombres la creencia en un Dios creador y providente, porque esas creencias existen en el Mahometismo, que afirma un Alá creador y gobernador del mundo; y, sin embargo, donde él existe se encuentra la esclavitud de la mujer. Las diferencias intelectuales, morales y materiales innatas y las adquiridas, los caracteres que engendran, son también un hecho social tan importante, que ante él desaparece la noción de la igualdad de naturaleza y de destino, y las castas y la esclavitud se entronizan si el Cristianismo no existe. Por eso existió la esclavitud en todo el mundo pagano como la forma de trabajo y base de la sociedad. Sobre castas superpuestas se levantan los imperios orientales y africanos. La democracia ateniense tenía 20000 ciudadanos con 400000 esclavos. ¡Hermosa democracia! Sobre la esclavitud de los degradados ilotas se alzaba la ruda Esparta, y sobre ella se asentó también el imperio de Roma. Y ahora presenciamos un retroceso hacia el paganismo, y vuelve a aparecer en otra forma la esclavitud. Los nombres variarán, pero no la esencia de las cosas.
La causa de ese hecho no está en esos dogmas que puede alcanzar la razón, ni en la igualdad natural que es su consecuencia, pues a ella se oponen las múltiples diferencias humanas que el interés convierte en fronteras de casta. Es preciso, para borrar esas diferencias, que exista una igualdad sobrenatural; y por eso, cuando son elevados y creen los hombres en un fin sobrenatural, y en medios proporcionales para alcanzarle establecidos por la Redención tan universal como el dogma de la caída, no pueden ya las diferencias del orden natural romper esa sublime igualdad y entronizar la esclavitud.
Esa es la explicación del hecho, señores, y a la vez la prueba de que sólo dentro del dogma cristiano y difundiéndole por el mundo se puede resolver la cuestión social.
Es claro que, si yo descendiera al estudio completo de la cuestión social, la escogería como tema de varios discursos y no como brevísimo episodio de uno solo, y que no me contentaría con examinarla en sus términos más genéricos; pero partiría de ellos para no caer en un empirismo grosero, incapaz de abarcarla en toda su grandeza, y empezaría por afirmar este hecho que confirma la Filosofía y la Historia: que la cuestión social no tiene más que dos soluciones: la esclavitud de la fuerza y la esclavitud por el amor.
No puede haber más que una mayoría servidora por fuerza de una minoría poderosa apoderada del mando y de la riqueza, o una minoría esclava por el amor de la mayoría social. O la esclavitud forzosa de los más, o el sacrificio voluntario de los menos.
Fijaos en los hechos sociales, lo mismo de la Historia pagana que de la de nuestro tiempo, y veréis que esas son en último análisis las únicas y radicales soluciones del problema.
Y ¿quién engendrará en los hombres un amor capaz de sacrificar el bienestar, la salud y la vida en favor de sus semejantes? Desde luego será absurdo pedirlo a quien no crea más que en la vida presente, porque para él será la vida actual el bien supremo, y será lógico que a ella lo sacrifique todo y ella no sea sacrificada por nada. Y los hombres son demasiado egoístas para convertirse en servidores de los demás sin otra recompensa en lo humano que el dolor y la amargura. Nadie da un adiós a la felicidad terrena ni se abraza de veras con el martirio de un modo estable sin el auxilio de una fuerza sobrenatural que le endulce las tristezas del bien precario, perdiendo con él la esperanza de un bien supremo y perenne. Y si alguna vez hace algo parecido por una falaz inconsecuencia lógica, sólo probará, si la vanidad y un orgullo encubierto no toman parte secreta en la obra, que vale más que sus doctrinas, y que, profesando una, practica las opuestas; pero jamás llegará a fundar escuela ni a pasar de una dudosa excepción. El apostolado permanente de sacrificio hasta formar escuela no le conoció la sociedad pagana, ni fuera del Cristianismo en los pueblos apóstatas le ha visto nadie aparecer.

EL TRABAJO LIBRE

Y si queréis la prueba experimental, no tenéis más que averiguar quién hizo la prodigiosa revolución que cambió todo el orden económico antiguo y sustituyó el trabajo esclavo con el trabajo libre.
No fueron los filósofos ni los filántropos; fueron las Órdenes religiosas, mediante aquellos monjes de la regla de San Benito, cuyas celdas agrupadas en los páramos eran, según palabras de Montalembert, lo mismo que panales de que los monjes tomaban la cera con las manos y la miel de las oraciones y los salmos con los labios.
Historiadores racionalistas como Michelet y positivistas como Taine lo han reconocido así, profesando que fueron los monjes los emancipadores del trabajo, los quebrantadores de la esclavitud, y los que en un mundo apoyado en la fuerza establecieron el reinado de la libertad que se inauguró en el taller de Nazaret; y más tarde la cofradía engendró el gremio, que emancipó a los obreros, juntando por primera vez el trabajo y el capital asociados por la jerarquía de los oficiales y maestros en las corporaciones de oficios y haciendo imposible la cuestión social que apareció más tarde por la grande industria manufacturera, iniciándose con la introducción de las máquinas y desarrollándose con las violentas roturas de las corporaciones gremiales, aniquiladas tiránicamente por la Revolución, en vez de librarlas de las trabas que había tendido sobre ellas como una red el Poder, y de transformarlas para que no quedasen aisladas, y mirándose con recelo primero, y con ira después, el capital y el trabajo, desde entonces colocados por una economía injusta, obra de ideólogos, frente a frente.
Tened presente, señores, que el orden económico actual no es obra de los principios católicos, no corresponde al ideal de la Economía cristiana, sino más bien a la Economía individualista liberal triunfante en la Revolución francesa, a la inaugurada en parte por la Escuela fisiocrática y desarrollada por la inglesa de Smith y de Ricardo y la francesa de Bastiat.

LA ECONOMÍA MODERNA

¿Qué queda ya en pie de aquella fábrica miserable que sólo ha servido para producir catástrofes? Esa Economía había dicho que el capital no era más que el producto destinado a una nueva producción, es decir, un efecto destinado a ser causa; que, por lo tanto, necesitaba de una causa anterior que no podía ser él mismo, puesto que nadie se da el ser que tiene; lo que prueba además que hay riquezas que constituyen capital que no son productos, porque no son obra del trabajo de los hombres, sino de la Naturaleza.
Esa Economía había dicho que el trabajo era una mercancía que se regulaba, como las demás, por la ley de la oferta y del pedido, y la Economía social católica contesta: No; el trabajo, como ejercicio de la actividad de una persona, no es una simple fuerza mecánica, es una obra humana que, como todas, debe ser regulada por la ley moral y jurídica, que está por encima de todas las reglas económicas.
Esa Economía había dicho que el contrato de trabajo era asunto exclusivamente privado, que sólo interesaba a los contratantes; y la Economía católica contesta: No; el contrato de trabajo es directamente social por sus resultados, que pueden trascender al orden público y social; y la jerarquía de los poderes de la sociedad, y no sólo del Estado, que es el más alto, pero no el único, tienen en ciertos casos el deber de regularlo.
La Economía liberal había dicho que el principal problema era el de la producción de la riqueza, y la Economía católica contesta: No; el principal problema no consiste en producir mucho, sino en repartirlo bien, y por eso la producción es un medio y la repartición equitativa un fin, y es invertir el orden subordinar el fin al medio, en vez del medio al fin.
La Economía liberal decía: Existen leyes económicas naturales, como la de la oferta y la demanda, que, no interviniendo el Estado a alterarlas, producen por sí mismas la armonía de todos los intereses. La Economía social católica contesta: No existen leyes naturales que imperen en el orden económico a semejanza de las que rigen el mundo material, porque el orden económico, como todo el que se refiere al hombre, está subordinado al moral, que no se cumple fatal, sino libremente, y no se pueden armonizar los intereses si antes no se armonizan las pasiones que los impulsan; y no es tampoco una ley natural la de la oferta y el pedido, porque ni siquiera es ley, ya que es una relación permanentemente variable.
La Economía liberal decía: La libertad económica es la panacea de todos los males, y la libre concurrencia debe ser la ley suprema del orden económico. Y la Economía social católica contesta: No; el circo de la libre concurrencia, donde luchan los atletas con los anémicos, es el combate en donde perecen los débiles aplastados por los fuertes; y para que esa contienda no sea injusta, es necesario que luchen los combatientes con armas proporcionadas, y para eso es preciso que no estén los individuos dispersos y disgregados, sino unidos y agrupados en corporaciones y en la clase, que sean como sus ciudadelas y murallas protectoras, porque, si no, la fuerza de unos y el poder del Estado los aplasta.
La antigua Economía liberal decía, refiriéndose al Estado en sus relaciones con el orden económico: Dejad hacer, dejad pasar. Y la Economía católica contesta: No; esa regla no se ha practicado jamás en la Historia. Los mismos que la proclamaron no la han practicado nunca; y es un error frecuente el creerlo así, en que han incurrido muchos, y entre ellos sabios publicistas católicos, por no haber reparado que la antigua sociedad cristiana estaba organizada espontáneamente y no por el Estado. Aquella sociedad había establecido su orden económico, y no a priori y conforme a un plan idealista, sino según sus necesidades y sus condiciones; y cuando el individualismo se encontró con una sociedad organizada conforme a unos principios contrarios a los suyos fue cuando proclamó la tesis de que no era lícito intervenir en el orden económico. Lo que era precisamente para derribar el que existía, por medio de una intervención negativa, que consistía en romper uno a uno todos los vínculos de la jerarquía de clases y corporaciones que lenta y trabajosamente habían ido levantando las centurias y las generaciones creyentes. Porque ¿qué intervención mayor cabe que romper una a una todas las articulaciones del cuerpo social y disgregarle y reducirle a átomos dispersos, para darle, a pesar suyo, la libertad del polvo, a fin de que se moviese en todas direcciones según los vientos que soplasen en la cumbre del Estado?
La Economía liberal decía... pero ¿a qué continuar, señores, si habría que recorrer todas sus afirmaciones y teorías para demostrar que sólo han dejado tras de sí, al caer sepultadas por la crítica, los escombros sociales entre los cuales corre amenazadora como un río de odio, que será después de lágrimas y de sangre, al través de todas las sociedades modernas, la que se llama por antonomasia la cuestión social, engendrada principalmente por la Economía liberal, que fue la pesadilla del siglo XIX y que es la premisa de las catástrofes el siglo XX?
La Economía liberal, que proclamaba la intervención del Estado en todos los órdenes que no le corresponden menos en el económico, aunque fuese hipócritamente, y para intervenir tanto como en los demás, negativamente y disolviendo, quiere ahora, en su segunda forma y en nombre de un socialismo de Estado (y de Estado son todos, aunque pudieran no serlo en una sociedad jerárquicamente organizada, pues podría darse el caso de invasiones socialistas de unas personas colectivas en otras), quiere, repito, en un socialismo llamado de Estado que es un colectivismo cobarde, como el colectivismo es un comunismo tímido y vergonzante, que al individualismo, al polvo y disgregación de abajo corresponda el Poder omnipotente de arriba y que sea el Estado el que resuelva con su acción legislativa todo el problema social.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Regionalismo. Tomo I. Págs. 106-119.


Antonio Aparisi y Guijarro. Esbozo de una constitución monárquica, católica y tradicional.

Se fomentará la creación de Bancos agrícolas y se restablecerán los antiguos Pósitos, para matar la usura, gusano roedor de nuestra clase agricultora.
Se hará en favor de las Compañías que abran canales de riego, tanto como se ha hecho, pero con mayor discernimiento, en favor de las Compañías de ferrocarriles.
Se declarará libre la introducción de máquinas agrícolas y la de primeras materias y ayudará el Estado a las empresas que acerquen los carbones y los hierras a los distritos industriales.
La agricultura y la industria, además, deberán ser favorecidas con derechos protectores; mas un Gobierno previsor necesita para otorgarles la protección conveniente de gran estadio, prudencia y tino, puesto que si no se deben exponer productos en que libran la subsistencia millares de españoles a una competencia que les sería mortal, también hay que buscar nuevos mercados para otros, que por el bajo precio que hoy logran en algunas provincias compensan, a duras penas, los gastos del cultivo y la carga de los tributos.
Progresar protegiendo es la fórmula del duque de Madrid. Donde haya grandes centros fabriles o industriales se crearán juntas nombradas por las autoridades civil, eclesiástica y popular, que oigan las quejas de los fabricantes y operarios y procuren su avenencia, dando de ello cuenta al Gobierno, el cual intervendrá sólo para impedir o evitar abusos posibles en daño singularmente de mujeres y niños y trabajadores, y a fin de que se observen rigurosamente los días festivos que consagra la Iglesia al servicio de Dios y al natural y necesario descanso del hombre.
Grandes y radicales economías hay que hacer en España, comenzando por la Casa Real.
Se reducirá el presupuesto de ésta en una mitad, al menos, del que antes disfrutaba.


OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Regionalismo. Tomo I. Pág. 276.
Juan Vázquez de Mella y Fanjul. (28 de abril de 1916)
DOS FORMAS DE LA PROPIEDAD

Nosotros creemos que deben coexistir las dos formas de la propiedad: la individual y la corporativa, y creemos que una red de Sindicatos agrícolas y obreros, formando Federaciones y extendiéndose por los valles y montañas, puede, no sólo emancipar los municipios, sino mejorar la condición de los trabajadores.

EL PROBLEMA SOCIAL

El desequilibrio económico y social le había producido ya aquella funesta economía individualista, causa principal de la destrucción del régimen cristiano y del régimen corporativo, que era deficiente, que estaba corrompido, que había que corregir y mejorar, pero de ninguna manera suprimir.
La cuestión social es producida principalmente por un desequilibrio en la forma de la propiedad, ahora principalmente individualista, cuando antes era principalmente corporativa, y entre la propiedad territorial y la propiedad mueble, entre la riqueza real y la ficticia del papel y la fundada en el abuso del crédito, ente la agricultura propiamente dicha y el industrialismo exagerado, que no guarda proporción con ella, cuando es la fuente de las subsistencias, que miden el salario real del obrero.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA. Regionalismo. Tomo I. Págs. 277-278.


Juan Vázquez de Mella y Fanjul. (14 de abril de 1921)

El capitalismo actual, el régimen en que vivimos, que no responde a un ideal de justicia y de caridad, aunque conserve dentro de sí algunos restos del régimen cristiano, no puede subsistir mucho tiempo. No es ya la expresión del orden que defendemos nosotros, inspirado y limitado por los deberes de caridad, y es de creer que sucumba; pero, ¿hacia qué lado caerá la sociedad cuando haya sucumbido? El tránsito puede ser hacia el catolicismo o hacia el socialismo.

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA. Temas sociales . Tomo II. Pág. 183.


De la reseña biográfica de Ginés Martínez Rubio

... la verdadera emancipación del proletariado no puede estar más que en el cumplimiento de las Encíclicas pontificias, en la restauración de nuestros antiguos gremios; en el aniquilamiento, en fin, de los principios liberales, que si en lo político están absolutamente desacreditados después de llevar a la ruina al mundo, en lo económico han sido la bancarrota de la sociedad.


¿Cómo resuelve el programa tradicionalista el problema social? María Rosa Urraca Pastor. Págs. 47-52

Es un hecho real, fácilmente comprobable por todo aquel que con deseo de buscar solución se asoma a ese abismo que se llama "la lucha de clases" que en el fondo, allá en los orígenes de toda revolución existe una injusticia social contra la cual reaccionan las clases que de ella son víctimas.
¿De dónde proviene esta injusticia? De una organización social artificial sin duda... A riesgo de decir unas cuantas vulgaridades que sin duda conocerá el lector, no tengo más remedio que remontarme a los orígenes de la enfermedad si he de proponer después el remedio. Porque todo médico, antes de recetar diagnostica y previamente estudia los síntomas y busca las causas.
En el siglo pasado nuestros abuelos románticos, soñadores idealistas dieron un viva a la libertad y creyeron que nos legaban el mejor de los mundos... Y en efecto, la libertad triunfó. Y en el campo económico produjo la libre contratación que convirtió al obrero en máquina y al trabajo en mercancía. Nació el individualismo que permitió la libre explotación, el abuso del débil por el fuerte.
Y como una reacción frente al individualismo, aparecieron, de un lado, los trusts y las sociedades anónimas, los patronos y los obreros, en las que se adormece la conciencia y se cobra el cupón sin preocuparse de la suerte de aquellos hombres que trabajan al servicio de la empresa y que entre los factores de la producción: Capital-naturaleza y trabajo..., o sea hombre quedan colocados en último lugar por este orden precisamente. Y de otro lado apareció el marxismo que recogiendo la legítima necesidad de defensa de aquellas clases expuestas siempre a una posible explotación. Y al oído de los obreros una voz fue diciendo: "Trabajadores del mundo entero, uníos... Uníos para defender vuestros comunes intereses, formad cajas de resistencia, id a la huelga general..."
Y los hombres se polarizaron en dos bandos: a un lado aquellos que, no echan más que sus brazos para el trabajo, lo que llaman "el proletariado", a otro los que tienen en su poder todos o casi todos los medios de producción lo que llaman "la burguesía"... Y la natural ambición de los que no tienen nada chocó con la humana ambición de los que lo tienen todo. Y la lucha de intereses encontrados, la lucha entre el capital y el trabajo desencadenó una guerra entre los hombres: eso que llaman "la lucha de clases".
Ahora bien; si el mal es éste, su curación no puede encontrarse más que en la extirpación de sus causas. Armar a la sociedad para esa lucha, continuar predicando a los bandos contendientes "defendeos" es echar leña al fuego de odio, cuyas primeras brasas nacieron al calor de injusticias sociales. Todo al contrario, hay que llegar a la total desaparición de esa lucha y para ello, hay que prescindir de la existencia de esos dos bandos, de esas clases sociales que nacieron única y exclusivamente como reacción frente a la libre contratación, posible engendro de explotación y abuso.
El sentido vertical de la sociedad, de superposición de clases no es, ni natural ni cristiano. No hay ninguna razón de justicia que abone los privilegios de casta o privilegios de clase por los cuales un hombre sin otros méritos personales esté situado encima de los demás. No hay, no debe haber otras razones de superioridad que aquellas que otorga la bondad, el talento y el trabajo. Y el fruto de estos tres factores convertido en nobleza de estirpe o en legítima riqueza, puede y debe ser transmitido a condición de que quien lo recibe corresponda a esa heredada nobleza con sus propias virtudes y a esa heredada riqueza con su propio trabajo para convertir ambas no en lagunas estériles o sólo para sí mismo provechosas sino en abundantes manantiales que generosos, se desborden y fecundicen toda la sociedad.
Quiero decir que ese sentido vertical de clases que actualmente coloca debajo a todos aquellos hombres que sólo poseen sus brazos o su talento para el trabajo, en medio, como una aristocracia espiritual, los que viniendo a menos desde arriba o a más desde abajo, y encima los poseedores de la riqueza, es absurdo, injusto y contrario a la naturaleza. Como igualmente lo sería la vuelta a la tortilla para colocar el proletariado encima y a la burguesía debajo. No; mientras exista superposición de clases, mientras haya hombres encima y hombres debajo, había clases opresoras y oprimidas, habrá injusticia y frente a ella reacción, habrá lucha y la paz social será un imposible...
Prescindamos de este sistema "democrático" de organización social y busquemos uno más humano, más natural, más racional y más justo.
... en el campo (...) divisamos muchos hombres que (...) trabajan la tierra y extraen de ella los primeros productos que utilizará después la industria...
Y, estos hombres, que dirigen o trabajan en el cultivo del suelo (...) y que se hallan unidos por un interés común -el interés de la tierra- son una clase social, una dignísima clase social, la de los agricultores o agrarios...
... en los grandes centros fabriles (...) dirigentes y dirigidos, obreros manuales y obreros de la inteligencia, distribuidos en gremios según su profesión, forman otra dignísima clase social, vienen a engrosar un importantísimo sector de la vida nacional, son el gran bloque que llamamos la industria. Y, en ella, el obrero, el ingeniero, el propietario director, todo aquel que preste aportación de algún género, están unidos por un interés común, la producción del taller y de la fábrica, los beneficios que de ella resultan, que, en un sentido de justicia, deben ser repartidos proporcionalmente entre todos aquellos elementos que contribuyeron a producirlos.
... vemos puertos, factorías, mercados... (...) Llamamos a esta especial actividad el comercio y los hombres que a su servicio ponen la agilidad de su talento o de sus brazos, también forman otra digna poderosa clase social...
Y aquí tienes -lector- las verdaderas clases sociales, clases que no están superpuestas, clases que brotan libre naturalmente de un plano horizontal: el trabajo. Clases que no son enemigas, porque no teniendo intereses encontrados, sino complementarios, no tendrán ambiciones que choquen. Clases que no lucharán, y siendo así, desaparece la "lucha de clases", producto -como probamos en el primer artículo- de la injusta y artificiosa organización social imprimida por el liberalismo.


Perspectiva del Tradicionalismo en Andalucía. Ginés Martínez. Sevilla, 8 de febrero de 1934. Págs 75-76

El pueblo sano (obreros, patronos y clase media) vuelve la vista en busca de la justicia social. Sólo puede hallarla en nuestra organización gremial o sea organización netamente profesional, donde patronos y obreros en buena ley, resuelven sus diferencias y reparten sus beneficios en porcentajes previamente convencidos, es decir, la fórmula que anula el liberalismo económico y hace desaparecer el marxismo por innecesario...



"Causas y efectos de la Revolución" María Rosa Urraca Pastor. 5 de marzo de 1933. Págs. 160-170
El Tradicionalismo español ante la opinión pública. La voz de nuestros tribunos. Ciclo de conferencias organizado por el Secretariado de la Comunión Tradicionalista
LOS CUATRO CIMIENTOS DEL EDIFICIO SOCIAL CRISTIANO

La propiedad se atacó por fuera y por dentro; por fuera también por las doctrinas marxistas en todas sus formas, desde el socialismo hasta el comunismo, por la propias Internacionales Obreras, y hay que decirlo, porque es la hora de reconocer las culpas, por el abuso de la propiedad, por la acumulación de la propiedad en pocas manos, por la falta de caridad en el católico, por el alejamiento de las clases que se llamaban directoras de los obreros, que al verse separados y distanciados de nosotros, en momentos de desesperación y de despecho, abrieron fácilmente su corazón a las doctrinas envenenadas de rencores y de odios que otros predicaron aprovechándose de nuestra ausencia.

EL NUEVO EDIFICIO SOBRE EL ORDEN NUEVO

El siglo XIX creó una inmensa riqueza. El siglo XX tiene que repartirla. ¿Cómo? ¿Brutalmente? ¿Quitándoselo todo a los grandes y realizando un despojo, o bien organizándose una serie de procedimientos, como pequeños canales o tuberías que recojan esas aguas contenidas en un estanque o en un pantano para encauzarlas, para que corran, para que vaya aligerándose la carga de los patronos y haga a todos posible la vida?

FALSAS DERECHAS

Pues bien, hay quienes, llamándose elementos conservadores y de derecha, dicen esto: la revolución social está en camino. Salvemos, por lo menos, esta última parte; salvemos el cimiento de la propiedad y apuntalemos el edificio aunque sea con Estado neutro: nos basta con el respeto a la Religión.
Para mí estas no son derechas, o mejor, son falsas derechas.
No me gusta el nombre de derechas, pero ya que nos lo aplican, yo divido a las derechas en dos grupos: las derechas de intereses, que son éstas, y las derechas de ideales. A las derechas de ideales nos interesa salvar todos los cimientos de la sociedad, empezando por el cimiento de la Religión y de la Patria, y acabando por el de la propiedad, que es el que menos nos importa.

EL FRACASO DEL LIBERALISMO

Y el liberalismo, que fracasó en el orden económico al convertir al obrero en máquina, al trabajo en mercancía y separó, de un lado, a los hombres unidos por un interés común, el interés de la oferta, el de vender el producto de su trabajo al mayor precio posible, y de otro lado a los hombres unidos por el interés común de demanda de comprar el trabajo de los demás y pagarlo lo más bajo posible fracasó también en el orden intelectual al entronizar los principios desde la cátedra y pretender después levantar cadalsos a las consecuencias.

EL TRADICIONALISMO ESPAÑOL. SU IDEARIO. SU HISTORIA. SUS HOMBRES. REPORTAJE POLÍTICO. Editorial Católica Guipuzcoa S.A. San Sebastián. Primera edición. 1934)



EL PROBLEMA DE OCCIDENTE Y LOS CRISTIANOS
Federico D. Wilhelmsem

PUBLICACIONES DE LA DELEGACIÓN NACIONAL DEL REQUETÉ. 1964

Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia. Mientras que el catolicismo siempre había predicado que un pobre tiene más probabilidad de entrar en el reino del cielo que un rico, basando su doctrina sobre las palabras de Nuestro Señor, el calvinismo predicaba exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la riqueza de la salvación. En vez de convertirse en un quietista o en un sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de saciarse únicamente a través de la acumulación de la riqueza material.
A menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo. Esto no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo, debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia de una clase nueva: la burguesía. Pero el capitalismo naciente recibió su espíritu del calvinismo, que era la espuela que empujó al hombre a que se hiciera rico a todo trance. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica, y el mundo de hoy hubiera sido totalmente diferente a lo que es en realidad. Estos nuevos medios habrían servido al bien común de la sociedad, en vez de servir a los medios particulares de individuos y de grupos de presión. Pero el calvinismo desvió el nuevo progreso económico e industrial hacia una mentalidad y una psicología con una inseguridad interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.
El liberalismo puede considerarse, o desde un punto de vista político o desde un punto de vista económico-social. De momento hacemos abstracción del aspecto político del liberalismo, a fin de dar énfasis a su aspecto social y económico. El liberalismo de los siglos XVIII y XIX hasta nuestros tiempos, siempre ha derivado del espíritu calvinista. Donde quiera que haya ganado el calvinismo ha ganado también el liberalismo, ya que estas doctrinas -aunque no se identifican- se compaginan estupendamente. En Escocia, en Inglaterra, en Holanda, en los Estados Unidos, los calvinistas siempre han sido los grandes capitalistas. En Francia, un país católico, más de la mitad de la riqueza del país está en manos de la minoría pequeña protestante y más del 80 por ciento de la riqueza financiera e industrial es protestante. Sería ridículo pretender que la causa de esto es el hecho de que los protestantes quieren ganar mucho dinero y los católicos no. Todo el mundo desea dinero, y cuanto más tanto mejor, Pero un católico no necesita tener dinero para estar seguro de su propia salvación y, por lo tanto, de la integridad de su personalidad, mientras que el calvinista sí lo necesita. ¡Un católico pobre es un hombre pobre, pero un calvinista o un liberal pobre es un pobre hombre!
Por eso, el espíritu calvinista siempre ha apoyado al espíritu liberal y el liberalismo siempre crea un ambiente amistoso al calvinismo en sus múltiples manifestaciones. Hacemos hincapié en esto: el liberalismo nunca habría sido posible sin su espíritu económico, el calvinismo. Aun cuando la religión calvinista en sus aspectos doctrinales perdió eficacia, la ética calvinista (la llamada "ética protestante") retenía su fuerza. Esta ética coloca el trabajo en la primera línea de su ideario y subordina todos los demás valores al trabajo. La contemplación y el ocio son epifenómenos de la vida, debilidades del hombre. Por consiguiente no estamos nosotros de acuerdo con la tesis de Ramiro de Maeztu (El sentido reverencial del dinero: Ramiro de Maeztu. Editora Nacional. Madrid. 1957), según la cual los países católicos tienen que introducir un "sentido reverencial del dinero", a fin de adelantar su progreso económico y técnico. ¡Hay que respetar el dinero y aun tenerlo! ¡Eso sí! Pero reverenciarlo, ¡nunca! Tal actitud sería la contradicción de toda la ética católica.
El calvinismo comulga con el luteranismo en su negativa de la ley natural. Por lo tanto, todo lo que impide el progreso de la revolución capitalista tenía que rechazarse. Un modelo de la unión entre el capitalismo y el calvinismo fue la revolución inglesa del siglo XVI contra los Estuardos. El rey Carlos I representaba la Inglaterra antigua, con sus estamentos, sus gremios, sus campesinos libres. El parlamento representaba una aristocracia nueva, cuya riqueza vino del robo de las tierras de la Iglesia y de la energía de un capitalismo nuevo que se sentía restringido por la moralidad tradicional del país. Esta aristocracia nueva, capitalista, era calvinista en bloque, mientras que las fuerzas que apoyaban al rey eran o católicas o no calvinistas. Las consecuencias de la revolución inglesa son sumamente interesantes para nosotros. El rey Carlos I perdió la guerra y su propia cabeza. Los campesinos perdieron sus fincas pequeñas. Los caballeros del rey, sus bienes. Un grupo nuevo, rico, capitalista, se apoderó del país, y rápidamente convirtió a Inglaterra en aquel infierno industrial del siglo XIX, que no reconocía los derechos de nada que no fuera el dinero y el poder conseguido por el dinero. Como resultado, hoy en día, menos del 10 por ciento de los campesinos ingleses son propietarios de la tierra que cultivan, y menos del 20 por ciento de la población es dueño de sus propias casas. Se dice que el campo inglés es un jardín. Es verdad. ¡Es un jardín que pertenece a los ricos!
La segunda gran intervención del calvinismo en el ancho camino de la política europea era la oposición tenaz de los holandeses, bajo la capitanía de la Casa de Orange, a la contrarreforma, cuyo baluarte era la España de Carlos V y de Felipe II. El calvinismo sentía la contrarreforma como una espada apuntada a su garganta. Se puede decir que el calvinismo ni ganó ni perdió la batalla. Aunque el calvinismo impidió que España reconquistara la hegemonía católica de Europa, no traspasó las fronteras del Imperio Español.
La tercera intervención calvinista fue la Revolución francesa. La obra de una burguesía rica de financieros, abogados, intelectuales, divorciados del suelo católico del país, e influenciados profundamente por el espíritu protestante y capitalista. Se puede decir que esta revolución alcanzó su más perfecta representación en la frase del rey liberal de la Casa de Orleans, Louis Philippe, descendiente directo de aquel "Philippe Egalité", que había votado en pro de la sentencia a muerte de su rey y pariente Louis XVI. Louis Philippe gritó al pueblo francés en 1848: "enrichez vous", ¡enriqueceos! Así colocó la virtud suprema, el valor absoluto de la vida humana, en la búsqueda de las cosas materiales de este mundo. Más tarde trataremos de explicar cómo esta doctrina liberal y calvinista produjo la reacción marxista. Aquí la citamos, simplemente, porque sería imposible encontrar una frase que más cínicamente simbolice el espíritu liberal emparentado con el calvinista.
La cuarta intervención grande del capitalismo liberal se efectuó en España en el siglo XIX. Aunque el calvinismo no se infiltró en España con toda la crudeza de su doctrina teológica, sí entró indirectamente a través de la masonería. La desamortización de los bienes de la Iglesia, promulgada por el masón y liberal Mendizábal el 19 de febrero de 1836, repitió lo que ya había pasado en Inglaterra tres siglos antes. "Ese inmenso latrocinio" -en palabras de Menéndez y Pelayo- creó un partido liberal cuyo bienestar material dependía de la existencia continuada de la dinastía liberal de Isabel II, cuyo descendiente y heredero hoy en día es Don Juan de Borbón y Battenberg. Se puede decir que el espíritu liberal y capitalista, vencido en parte, por lo menos, gracias a las armas de las Españas del Siglo de Oro, volvió para ganar la guerra dentro de las mismas entrañas de la tierra española en el siglo XIX. La clave de las guerras carlistas es el apoyo enorme que el liberalismo español encontraba en el capitalismo europeo, un apoyo que hizo posible que un puñado de masones y burgueses, que carecían totalmente de pueblo, se apoderaran del destino de España. El protestantismo nunca echó raíces en la España católica, pero sí hizo posible que España perdiera su destino histórico, hasta que lo recobrara el 18 de julio de 1936.
El mundo que surgió del calvinismo fue gris, sin belleza, sin amor. Se destrozó con el calvinismo la antigua unidad de todas las instituciones cristianas. Los derechos de los hombres, así como sus deberes para con el prójimo, desaparecieron. Con la negación protestante de la negación humana vino la negación protestante del mundo sacramental. El valor de la creación se derrumbó y Dios se retiró al esplendor inaccesible de su majestad trascendental y terrible. Con la repulsa del valor sacramental de la realidad vino la negación de la bondad de la materia, y, de esto, la negación de María, principio de la mediación. El universo llegó a ser nada más que la materia prima del manchesterianismo (Doctrina liberal-capitalista confeccionada en la ciudad de Manchester, Inglaterra), un universo bueno solamente para explotar y martillear, a fin de lograr lo severamente útil, y nada más. El hombre se abandonó a la búsqueda de bienes de esta vida. Un materialismo se apoderó del espíritu europeo.
El liberalismo es el hijo del calvinismo y ambos son los enemigos perpetuos de la ciudad católica. Un hombre incapaz de darse cuenta del papel del protestantismo y, sobre todo, del calvinismo dentro de la historia, no puede lograr ninguna visión de la crisis de nuestros tiempos. (P. 45)
Pero en el Estado liberal, ¿qué son los famosos grupos de presión? ¿Existen de verdad o son fantasmas que estorban la mente de los Tradicionalistas? A fin de aclarar este problema, tenemos que acordarnos del hecho de que estos grupos no pueden ser ni la universidad, ni la región, ni el municipio, ni la familia, simplemente porque el Estado liberal ya ha suprimido cualquier representación política por parte de ellos. Casi siempre el grupo de presión es capitalista y casi siempre representa una mentalidad más o menos liberalizada y a menudo calvinista o masónica. Debido al hecho de que el liberalismo del siglo XIX negaba todo derecho a los trabajadores, estos reaccionaban en favor del socialismo o del comunismo y formaban sus propios partidos. Así, la oposición entre la derecha y la izquierda nació dentro del Estado liberal, que fue precisamente su engendrador. (P. 78)
Si el descubrimiento de la técnica moderna y su despliegue en la industria hubiese pertenecido a un mundo tradicional e íntegramente católico, el infierno social del siglo pasado, y parte del nuestro, se hubiera evitado. Los medios nuevos de la producción se habrían compaginado con la sociedad histórica, y la transición al mundo contemporáneo se habría efectuado lenta y humanamente. Pero tenemos que acordarnos del hecho de que el capitalismo europeo precedió a la revolución industrial dos siglos. A veces confundimos el capitalismo con la industrialización, pero es preciso tomar en cuenta que existía ya un capitalismo en Europa cuando nació la revolución industrial. Este capitalismo se apoderó de los nuevos medios de producción e hizo que le sirvieran para sus propios fines. Los resultados son tan conocidos que basta enumerarlos: la propiedad particular pequeña desapareció en gran parte y en Inglaterra casi del todo; los artesanos perdieron sus oficios y el pan de sus familias, debido a que la masificación de la industria les hizo superfluos; una nueva clase de proletarios creció espantosamente, como un cáncer, dentro del cuerpo europeo; una clase compuesta de hombres sin propiedad y totalmente despojados de cualquier lugar en la sociedad. Esta clase, forzosamente tuvo que entrar en las fábricas nuevas, para hacer el trabajo necesario para que los capitalistas engordasen aún más; había una huida del campo y un crecimiento de ciudades nuevas, esponjas enormes, sin personalidad ni corazón, cuyo centro no era la catedral, sino la fábrica, en aquel entonces un infierno cuyos esclavos no tenían ningún derecho en absoluto. Los ricos se enriquecieron aún más y los pobres se empobrecieron aún más. El espíritu detrás de esta transformación gigantesca era el antiguo calvinismo emparentado con la masonería, cuya única modalidad era la autojustificación de la riqueza como símbolo de la salvación. (P. 85)
Otra vez el capitalismo calvinista, unido con la masonería, se estrechó la mano con las fuerzas de la Revolución. La Revolución Industrial transigió con la francesa, liberal y masónica, en las primeras décadas del siglo XIX, y su unión creó lo que solemos llamar el mundo moderno. Las razones en pro de esta alianza están clarísimas. El liberalismo predicaba el individuo aislado, sin raíces en la sociedad. La Revolución Industrial creó un hombre a esta imagen. La masificación y la automatización de la sociedad, que eran sus resultados, sembraron las semillas del marxismo. Si el liberalismo no hubiera existido, el marxismo tampoco habría nacido. Este no es el único pecado del liberalismo, pero sí es uno de los más graves. (P. 87)
Se dice a menudo que el comunismo encuentra sus raíces en los abusos del capitalismo. Este juicio tiene su razón, pero tenemos que profundizar en él para entender la verdad que tiene. El mundo liberal y capitalista del siglo XIX destrozó la antigua cristiandad desde fuera del alma y desde dentro de ella. Externamente, el liberalismo desmanteló las estructuras históricas de la sociedad europea. Lo que había sido una armonía de instituciones y de clases, con todos sus derechos y privilegios, se convirtió en una masa gris de individuos sin raíces en la comunidad político-económica. El hombre perdió todos sus derechos salvo uno: el derecho de vender su trabajo al mejor postor. Con esto, el hombre perdió todo sentido de responsabilidad para con la sociedad dentro de la cual vivía. Si valía solamente en términos de la fuerza de sus brazos, él no era responsable por lo que pasaba dentro de un mundo que ya había dejado de ser suyo. El hombre se redujo a ser un trabajador para una sociedad dentro de la cual no figuraba ni como participante ni como miembro. Desarraigado de la comunidad, el hombre perdió su sentido de patria. No se sentía leal a aquello que no le era leal a él. Junto con la responsabilidad desapareció también la seguridad. El trabajador industrial servía hasta que su salud y sus fuerzas se debilitasen. Al ocurrir esto, dejaba de ser útil para la fábrica y sus dueños. Puesto que su sueldo solía ser lo mínimo que su patrón podía pagarle, generalmente el trabajador no podía ahorrar nada para los años de su vejez. Se apoderaba de las masas industrializadas un sentido angustioso de inseguridad. Sus antiguos gremios habían desaparecido con la aniquilación de una economía basada en la artesanía. Pues todavía no habían aparecido los sindicatos modernos, el trabajador sentíase totalmente aislado, solo, sin ningún remedio para la incertidumbre de su vida. (P.91)
La falta de justicia y de caridad dentro del torbellino industrial, hizo que la fe desapareciera poco a poco dentro de las conciencias de los desposeídos. Esto produjo un vacío espiritual en el corazón del siglo del materialismo. Ya hemos visto que los apóstoles del liberalismo pregonaban una filosofía cuyo primer principio era la búsqueda de la riqueza y cuyo único deber era el cumplimiento de la palabra sobre los contratos entre las empresas y los obreros. El mundo se marchitaba hasta resultar materialista y nada más que materialista. La nueva prosperidad de la burguesía disfrazaba un abismo espiritual y se apoyaba en la injusticia y la pobreza de los demás. (P.92)
El comunismo trataba de llenar este vacío. Pero hay que recordar que el vacío liberal engendró el comunismo como hijo suyo. El comunismo es el producto más típico y más importante del liberalismo. (P.93)
No queremos detenernos aquí en un análisis detallado de la reacción tradicionalista, pero sí queremos indicar las dificultades monumentales del tradicionalismo europeo del siglo XIX. Aquel siglo, por malo y materialista que fuera, encarnó una esperanza liberal que todavía no había conocido el desengaño del naufragio y de la desilusión. Aunque el liberalismo había creado un infierno social en las nuevas ciudades donde pululaba la hez de la humanidad, hombres despojados de sus tradiciones, de sus bienes, de su sitio en la vida, familias robadas de su antigua creencia religiosa; aunque el liberalismo, en su afán hacia la igualdad, había reducido la mitad de la población a una igualdad de miseria; aunque el liberalismo era culpable de todo esto, sin embargo también era capaz de disfrazar sus pecado contra la justicia y la caridad so capa de una prosperidad efímera. (P.139)
Una burguesía más o menos calvinista en sus convicciones, y totalmente calvinista en su psicología y en sus reacciones sociales, se apoderó del continente europeo.
Este siglo liberal brillaba por su mal gusto en todo lo artístico, debido a que había jugado todo en lo material y había olvidado lo espiritual. Por esto no queremos decir que todos los liberales habían abandonado la práctica de la fe. Al contrario; el desfile intolerable de damas liberales y de sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los desposeídos, ayudando así a la propaganda comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el cristianismo. Era un cristianismo muy cómodo. Tenemos que recordar que el liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida pública. Por lo tanto, la fe se retiró de los rincones del alma no tocados por la vida pública. La religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces, abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí el comunismo tenía razón.
La reacción tradicionalista fue magnífica y generosa en el siglo XIX. Fuera de España, la escuela tradicionalista era la que sostenía el Barón Carlos von Vogelsang, en Austria, que influyó grandemente sobre los grupos austríacos y franceses en los aspectos sociales. Esta escuela propiciaba la reconstrucción de las asociaciones de artes y oficios o corporaciones y la organización del Estado sobre la base de autonomías locales y profesionales (o sindicales), dando a la propiedad privada una función política o social. Von Vogelsang era enemigo a muerte de la economía capitalista y aun del interés por el dinero; también se oponía al individualismo político producido por el individualismo económico. La escuela corporativa francesa -inspirada en la austríaca- que sostenía la instauración de la monarquía, fue conocida por el nombre de Association Catholique. (P.140)
Pero el cimiento del tradicionalismo europeo era España, cuyos requetés y reyes encontraban en la pluma de Vázquez de Mella una visión profunda y aun lírica de la tradición católica española. En un sentido, el tradicionalismo (tanto europeo como español) era más izquierdista que la izquierda convencional. En otro sentido, el tradicionalismo era más derechista que la derecha convencional. Por caer fuera de la dialéctica marxista, a saber, el capitalismo frente al proletariado, una dialéctica aceptada implícitamente por los mismos liberales, el tradicionalismo tenía que luchar en dos frentes a la vez. (P.141)
El liberalismo del siglo pasado trabajó incansablemente contra esta libertad basada en la pequeña propiedad. Aunque los liberales levantaron el lema de la propiedad y de la iniciativa personal, lo guardaron para ellos solos. Por haber robado a los municipios, de sus patrimonios, el liberalismo tendía a reducir el número de familias con un patrimonio propio. Por lo tanto, el liberalismo en toda Europa, pero de una manera feroz en España, se vio obligado a enfrentarse con una enorme masa de hombres relativamente pobres pero gozando de una dignidad y de una seguridad social, debido a su participación de una manera u otra en la propiedad y en los bienes de la patria. El liberalismo siempre encontraba la oposición a sus propósitos más tenaz en las regiones más adelantadas de España, donde había una distribución amplia de propiedad y riqueza.
Ya hemos hablado del robo de las tierras de la Iglesia. Pero también se robaron los patrimonios de los municipios, que antes los habían compartido todos los vecinos. Este crimen, unido con la huida de millones de aldeanos y de campesinos desde el campo a la ciudad, creó el proletariado y las masas socialistas y comunistas.
Otra vez damos con la relación íntima entre el liberalismo y el comunismo. Para que el comunismo prospere hace falta una masa inmensa de hombres sin propiedad, disponiendo sólo de sus brazos o sus cerebros y nada más. De esta masa despojada de su sitio en la sociedad y de su justa porción de los bienes, recluta el comunismo sus fieles. El liberalismo, so capa del lema de la propiedad, la expolió de los demás y así sembró las semillas de las cuales han brotado el socialismo y el comunismo.
Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la sociedad. Esto no quiere decir que todo el mundo necesita o incluso desea tener propiedad, pero sí señala el hecho de que su posesión en una escala modesta es un condición normal dentro de cualquier comunidad sana y cristiana. En parte, esta propiedad puede consistir en tierras o rentas y, en parte, en acciones. Aquí no pretendemos escribir un texto de administración política y no queremos extendernos en más detalles. Lo importante para nuestro fin es hacer resaltar la importancia de una restauración amplia de la propiedad, sobre todo en las ciudades grandes, donde la institución está declinando. Esto es una condición necesaria para l aniquilación definitiva de la herencia liberal, así como para la destrucción del comunismo mundial. Además, la propiedad es el brazo derecho de la libertad y nosotros somos partidarios de la libertad. (P.200)


Don Ginés Martínez Rubio. Ex-diputado Obrero Tradicionalista. La cuestión social. Pág. 29

En virtud de ello, el ponente que suscribe propone que se adapte como medio de llegar a la concepción cristiana del Trabajo y de la Propiedad, para con ello evitar la explotación del hombre por el hombre, base de la concepción liberal de la economía y en su puesto crear:
a) En la pequeña industria, cooperativas gremiales de artesanía, acogidas a lo que determina el Fuero del Trabajo en su declaración cuarta, y la Ley vigente de Cooperativas.
b) En la mediana y gran industria, se puede emplear la cooperativa de producción, que en sí funcionaría como la actual sociedad anónima, es decir, perfectamente viable sin perjuicio económico de tercero, ya que a los productores o propietarios que quieran seguir explotando negocios particulares, nadie se lo impide, acogidos a la vigente concepción sindical del trabajo.


Afirmaciones de la Comunión Tradicionalista aprobadas como principios fundamentales de doctrina. Pág. 38

... frente al individualismo liberal que todo lo reduce al hombre de la mera economía y contra el totalitarismo que despeña al individuo en la sima absorbente del Estado, la Comunión Tradicionalista proclama que solamente en una sociedad con vida autárquica pueden desenvolverse las libertades concretas a que el hombre tiene derecho.


Afirmaciones de la Comunión Tradicionalista aprobadas como principios fundamentales de doctrina. Pág. 40

La Comunión Tradicionalista rechaza la lucha de clases, típica de la anarquía liberal, así como la pervivencia de esta lucha en los sindicatos duales. La restauración de los gremios en nuestros días cuajará en el accionariado del trabajo para las empresas mayores y en la cooperación que mantenga en pie las pequeñas unidades económicas.


PRIMER CONGRESO DE ESTUDIOS TRADICIONALISTAS. MEMORIA. Centro de Estudios Históricos y Políticos "General Zumalacárregui". Madrid. 1964

Declaración de Don Javier I, Rey de España. 3 de octubre de 1966.
Sistema social de justicia.
Otra de las grandes inquietudes de hoy es la justicia social.
Tanto el Estado como la Empresa tienen una gravísima responsabilidad en lo que afecta a esta justicia. La Empresa tiene una responsabilidad económica, humana y social. De esta última no pueden inhibirse en ningún momento. Tampoco puede inhibirse el Estado y abandonar al libre albedrío de la Empresa la realización de la justicia social.
Al Estado le compete la función pública de protección y reglamentación del trabajo y, de una manera especialísima, la de suplir a la Empresa privada para hacer justicia que exige el bien común y que no se puede realizar en la órbita de cada empresa particular. La existencia de un sistema coherente de Seguridad Social, la fijación de salários mínimos y la igualdad de oportunidades para todos los españoles, son ejemplos de problemas que afectan al bien común general y entran, por tanto, en la responsabilidad del Estado.
Todo esto, así como la tutela de la función social de la propiedad y la corrección de abusos, corresponde al Estado, que por eso ha de ser un ESTADO SOCIAL.



DISCURSO INAUGURAL DE D. FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA Y SPÍNOLA

El liberalismo requiere la libertad sin frenos en el juego de las fuerzas económicas y en nombre de una iniciativa empresarial desenfrenada acaba en la triste realidad de que los poderosos opriman a los débiles según la eterna consabida regla de que el pez grande devora al chico. El totalitarismo excluye toda iniciativa empresarial y edifica un orden de colmena en el cual el aplastamiento de la menor libertad económica va acompañado de la dictadura política. Solución intermedia entre ambas es el intervencionismo hoy tan en boga, el cual junta los defectos de las dos soluciones liberal y totalitaria; de una parte inutiliza la iniciativa individual con sus intervenciones descabelladas y de otra deja en pie la ley de la selva social que son las huelgas y los "lock-outs".
Nuestra respuesta es diferente y consiste en la adecuada aplicación a las coyunturas de la sociedad de masas industrial del siglo XX de los criterios que regularon la vida de las sociedades agrarias en las Españas antiguas. Nosotros proclamamos la libre iniciativa económica, pero concibiéndola como el resultado de un juego de fuerzas vivas en que actúen sistemas de propiedad común a la vera de otros de propiedad privada. Era el esquema de nuestros viejos municipios, donde había tierras abiertas a la actividad de los dotados de iniciativa creadora de fuentes de riqueza, al lado de suelos pertenecientes al común; donde, en consecuencia, todos sabíanse propietarios en cuanto partícipes de una propiedad colectiva y todos tenían delante de sí la posibilidad de desarrollar sus iniciativas libres en provecho de la producción. Busquemos la manera de aplicar estos esquemas a los días presentes y habremos eludido los dos extremos nocivos de la lucha descarnada del fuerte contra el débil y del automatismo brutal del hormiguero, habremos construido un sistema centrado en la vitalidad de las instituciones sociales, ni sometidas al Estado ni diluidas en el individuo, un sistema social que no sea ni la gusanera ni la dictadura despiadada. (P.16)



SEGUNDO CONGRESO DE ESTUDIOS TRADICIONALISTAS. Centro de Estudios Históricos y Políticos "General Zumalacárregui". Madrid. 1968.

¿QUÉ ES EL CARLISMO?
Edición cuidada por Francisco Elías de Tejada y Spínola, Rafael Gambra Ciudad y Francisco Puy Muñoz
52. El Carlismo y los problemas de la hora. Pág. 76
Es que el Carlismo sabe que los problemas de la sociedad moderna han surgido precisamente como una consecuencia de la victoria de los enemigos del Carlismo y existen cabalmente porque el Carlismo no triunfó. En suma, el Carlismo sabe que los males de la sociedad de hoy -los totalitarismos (socialistas, democráticos o contestatarios) del siglo XX- son simplemente la herencia natural de los dos grandes errores combatidos sin cuartel por los soldados de la tradición de las Españas: el absolutismo del siglo XVIII y el liberalismo del siglo XIX.

53. Un panorama trágico. Pág. 77

Fueron, en efecto, el absolutismo y su hijo directo el liberalismo quienes han acarreado las más graves tensiones presentes. A saber: la ruptura de la unidad católica y el descreimiento de las masas; la transformación de los puros sentimientos regionales de marchamo tradicional en separatismos de color nacionalista; la entrada de las masas en la escena social, a causa de la explotación del hombre por el hombre, secuela del triunfo de la egoísta burguesía forjada artificialmente por el poder madrileño para sostén de la dinastía usurpadora; los abusos del capitalismo despiadado y acristiano, con la consiguiente reacción de enfrentamiento entre ricos y pobres (según la visión cierta de Carlos Marx de que la burguesía es el tránsito necesario desde la ordenación tradicional de la sociedad, rota por los burgueses liberales, a la hegemonía del proletariado, continuador por antítesis dialéctica a lo hegeliano de los efectos demoledores del individualismo económico burgués); la destrucción de los cuerpos sociales básicos e intermedios -familia, municipio, comarca, región, federación, universidad, iglesia, gremio, aristocracia y ejército- hasta dejar en pie, frente a frente sobre el horizonte apocalíptico de un desierto social, al individuo y al Estado; ...

98. La configuración del "espíritu moderno". Pág. 118

El estilo burgués de las sociedades puritanas, con su acicate individualista de la empresa, aporta el capitalismo, otro fenómeno desarraigador más, porque engendrará conservadores egoístas en lugar de cristianos generosos.

150. Existencia digna y suficiente. Pág. 165

El Carlismo postula para el individuo, en cuanto tal, el derecho a la existencia digna y suficiente, tanto en lo cultural como en lo material. Por eso, sin caer en el error de los igualitarismos de nombre y fachada, rechaza el Carlismo tanto los desniveles anticristianos de las sociedades capitalistas, hijuelas de la herejía protestante, cuanto los desniveles políticos creados en los sistemas totalitarios a favor de las "nuevas clases" compuestas por los privilegiados miembros de los partidos únicos.

154. Socialización. Pág. 168

En la ordenación de los bienes materiales, el Carlismo niega, de una parte, el capitalismo liberal, que traslada a la economía las pugnas de los egoísmos infrahumanos y que termina en la esclavitud de los asalariados por parte de los propietarios de los medios de producción. Y, de otra parte, niega el Carlismo también la estatificación de los medios de producción, que agrava el mal al entregar a los asalariados indefensos en manos de un propietario único, monopolista absoluto, el Estado totalitario, señor de poderes plenos, irresistibles y exclusivos.
Esto significa que el Carlismo defiende la propiedad privada frente al socialismo y la propiedad colectiva frente al individualismo. Y por eso el foralismo significa la simultánea defensa de la propiedad individual y de la propiedad estatal, dentro de un sistema de propiedad social. Así es como el Carlismo se suma a las corrientes socializadoras de la época, postulando que la propiedad no sea en exclusiva de los individuos o del Estado, sino de los individuos como tales, de los cuerpos sociales como tales y del Estado como tal, en las proporciones variables que cada momento aconsejen.

155. Propiedad social. Pág. 167

Al requerir como de máxima urgencia la constitución de economías sociales, el Carlismo rehuye tanto el individualismo burgués como el estatismo marxista. Porque es cierto que el individuo necesita la propiedad de algunas cosas para su normal desenvolvimiento, y que el Estado necesita también de propiedad para cumplir sus objetivos debidamente. Pero la forma normal de la propiedad es la de la libre participación de los individuos en los bienes de organismos sociales, desde la familia al municipio o al gremio, forma que asegura la libertad individual, al par que garantiza a cada hombre un puesto activo dentro de la vida colectiva.
Disminuyendo al máximo la propiedad individual y la estatal, el Carlismo conoce primordialmente las formas de propiedad social, cuyos sujetos sean la familia, el municipio, las agrupaciones profesionales y las sociedades básicas restantes. Y de acuerdo con ello, el Carlismo condena expresamente la desamortización de los bienes de las comunidades en el expolio con que la dinastía usurpadora fraguó artificialmente una clase burguesa de enriquecidos por méritos de favor político, a fin de sostenerse en el trono usurpado, exigiendo la reconstrucción inmediata de los patrimonios sociales, especialmente de los municipales, previa indemnización a los poseedores de buena fe.

156. Reforma agraria. Pág. 169

El Carlismo sostiene que el proletariado campesino surgió en España a resultas de la desamortización. Por eso postula la realización de una reforma agraria, que reconstruya la propiedad social de las comunidades territoriales. Para llevar a cabo esta reforma agraria de un modo inmediato postula la autorización del pago de indemnizaciones a poseedores de buena fe con títulos de deuda local, en el marco de un régimen financiero especial y transitorio. Por aquí habrá de buscarse también la creación de patrimonios familiares indivisibles en arriendos de noventa y nueve años, haciendo realidad la reforma agraria inaplazable. El resto de las propiedades agrarias será sujeto al cauce de propiedades empresariales, estableciéndose la participación proporcionada de los ahora asalariados en los beneficios de tales empresas.

157. Reforma de la empresa. Pág. 169

La economía industrial o mercantil adoptará la forma patrimonial de las propiedades familiares o empresariales, con proporcionada participación en los beneficios de cuantos intervienen en el proceso de la producción o en el ciclo comercial. Una legislación especial canalizará el ahorro con miras a dar al accionariado popular influjo decisivo en la vida de las grandes sociedades anónimas. Pero, en lugar de ellas, que llevan el estigma de la explotación capitalista, el Carlismo sostiene con la doctrina social católica la conveniencia de fomentar por todos los medios las cooperativas de producción y de consumo.

158. Banca. Pág. 170

El Carlismo considera a la banca como servicio público, regulado por ley adecuada que ordene sus actividades al servicio de la comunidad nacional, tanto en la canalización del ahorro privado, como en el uso del numerario. En todo caso, fomentará la actividad bancaria de los organismos sociales capacitados para ella, sustituyendo el ordenamiento bancario estatal o individualista, por instituciones bancarias profesionales o gremiales, municipales y regionales.

159. Intervencionismo. Pág. 170

El Carlismo preconiza la intervención del poder público -regional o estatal según los casos fijados por la ley- en la economía a fin de garantizar el bien común y que el desarrollo económico sea también un desarrollo social. Por lo tanto sostiene el deber en que está el mismo de lograr algunos fines como los siguientes:

Encauzar las economías privadas al servicio del bien común en función de los planes generales de desarrollo económico.
Fiscalizar la rentabilidad de las empresas y censurar su administración en los aspectos técnico-jurídicos.
Garantizar la libertad de asociación profesional y encauzarla a la defensa de los intereses económicos de quienes legalmente puedan asociarse para tales fines.
Impedir el "lock-out" siempre, y la huelga cuando se trate de huelgas "subversivas" o "salvajes".
Garantizar un salario mínimo vital personal y familiar, complementado siempre por la parte de los beneficios empresariales, en las cuantías fijadas por el Consejo Social Regional respectivo, dentro de los límites fijados anualmente por el Consejo Social Real.

160. Política social carlista. Pág. 171

Baste con los anteriores ejemplos para el fin que se perseguía. El Carlismo es consciente de que una sociedad auténticamente cristiana exige que todo hombre sea propietario de bienes bastantes para atender sus necesidades, según el tipo de vida medio del ambiente en que viva. Por eso, la meta de la política social carlista es acabar con las injustas desigualdades en la posesión de las riquezas, propiciar una justa redistribución de los medios económicos y proporcionar sin excepción a todos los españoles una parte conveniente en forma de propiedad familiar o por participación en las propiedades sociales. No puede sentir la grandeza de la patria, ni se puede sentir llamado a cumplir la misión de las Españas, quien no esté integrado plenamente en ellas por no pertenecer a las instituciones políticas y económicas que las constituyen. Esto es justamente lo que pasa cuando la propiedad es individualista -concentrándose en unas pocas manos- o estatal -concentrándose en una sola-.
Y esto es justamente lo que pasa, asimismo, cuando la representación es inorgánica o cuando no hay representación política ninguna, como ocurre respectivamente en el liberalismo y en el socialismo. Por eso propugna el Carlismo una propiedad social y una representación corporativa, que considera los precisos instrumentos forales capaces de eliminar para siempre al mero asalariado, vendedor de trabajo propio y de votos electorales prestados, sin arraigo social efectivo, y vergüenza de una comunidad que quiera merecer el calificativo de cristiana.
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS Y POLÍTICOS "GENERAL ZUMALACÁRREGUI"
ESCELICER. Madrid-1971



MANIFIESTO DE IRACHE DE S.A.R. DON SIXTO ENRIQUE DE BORBÓN, 2 DE MAYO DE 1976.
5º Vigencia Política de la Tradición Española
Enraizamos nuestros conceptos políticos en la Tradición española, Tradición incompatible con el sufragio universal concebido como única fuente de legitimidad política; Tradición, como siempre, combatida por las fuerzas cómplices del liberalismo y del socialismo.
Estos son los principios irrenunciables para el Carlismo y que han de condicionar siempre la actitud que pueda tomar la Comunión ante cualquier problema.
Además, quiero dejar constancia de manera expresa, que es consustancial al Carlismo su preocupación por la justicia social. Por ello la Comunión Tradicionalista Carlista, que incorporó en forma oficial y solemne a su programa la doctrina social católica en las Actas de Loredán, seguirá abogando, con la máxima energía, por una amplia transformación social dentro de los principios cristianos en que se inspira, sin temor a la quiebra de determinados intereses cuya legitimidad moral resulta discutible.


MANIFIESTO DEL ABANDERADO DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA A LOS CARLISTAS, SANTANDER 25 DE JULIO DE 1981
Por esas razones y por estos principios seguiremos recusando cualquier ideología liberal, dilapidadora de todas las energías contenidas en nuestra Patria y origen a lo largo de la historia, y de forma permanente, de las sangrías y sacrificios sufridos por tantas generaciones de españoles patriotas y católicos. También rechazaremos cualquier sistema político que se niegue a aceptar el tradicional derecho de representación y participación política de todos y cada uno de los españoles, dentro del marco que le corresponda, y según los fueros y libertades conforme a las muy legítimas leyes fundamentales de España, centinelas de nuestra salvaguardia nacional.
Por dichos principios seguiremos luchando abiertamente contra todo determinismo histórico, ateo y esterilizador, que siempre desemboca en una manipulación cada vez más opresiva para el pueblo y ejercida por minorías egoístas y mitómanas, provengan éstas de ciertas capillas de tipo liberal-capitalista y pseudo-progresista o de otras mucho más estructuradas a nivel ideológico y dialéctico, como son las que se reconocen de obediencia marxista.
Estos dos sistemas, por su propia esencia como por el inmovilismo y conservadurismo estrangulador y deshumanizado que practican, constituyen los enemigos más acérrimos y la antítesis más absoluta de una tradición española recogida por el Carlismo, que valora ante todo la libertad y la capacidad de decisión de cada español, según la escala de su peculiar responsabilidad.
Queremos una sociedad de emulación y no de revolución; una sociedad de libertad y no liberal; una sociedad de trabajadores y no de proletarios desamparados y marginados; una sociedad orgullosa de su forma de ser, de pensar y de evolucionar. No queremos una sociedad avergonzada de sus tradiciones, de su temple y carácter, de su propio criterio, por un afán de copiar costumbres de otros países para acabar fundiéndose y confundiéndose con la incalificable nebulosa compuesta por los fantasmas de otras naciones, las que, a su vez, por aceptar las condiciones y los dogmas impuestos por ciertas organizaciones y grupos de presión internacionales, han perdido su genio propio y una vida auténticamente soberana e independiente.



Construir una nueva sociedad. El Cerro de los Ángeles, 15 de noviembre de 1987.

El Carlismo, en la rica variedad de matices doctrinales que ha ido resaltando a lo largo de su ya secular historia, puede enorgullecerse de haber antepuesto, a los medros o intereses personales o sociales, el reconocimiento del ser humano por encima de las cosas materiales, precisamente, por ponerlo debajo de Dios. Su arraigado antiliberalismo no se redujo a profundas consideraciones teológicas. Sus ataques eran una condena furibunda de las consecuencias de orden económico, político y social que el tiempo se ha encargado e hacer evidentes.


Galicia sé tu misma. Santiago de Compostela-La Pastoriza, 27 de marzo de 1988.

No a las ideologías materialistas, marxistas o liberales, centralistas o locales, que contraponen la igualdad a la libertad como principios opuestos y no como complementarios, camuflando ambiciones con la excusa de la producción o del reparto, y que olvidan el fundamento real de una y otra que no es otro que la consideración del hombre como persona.


Ante las elecciones catalanas. Montserrat, mayo de 1989.

Quienes atentan contra el alma de Cataluña son los que ingenua o conscientemente pretenden arrasar los fundamentos de nuestras tradiciones, suplantando el espíritu cristiano de nuestros pueblos por un materialismo, marxista o liberal, centralista o separatista, europeo o internacional.


Declaración de Isusquiza: Jaungoikoa ta foruak. Isusquiza, 25 de septiembre de 1988.

Contra el ser tradicional de nuestro pueblo dos fuerzas se disputan su dominio, el liberalismo centralista estatal o autonómico, y el marxismo. El nacionalismo es camuflaje de unos y de otros. El liberalismo exalta el individualismo egoísta y pone como meta de felicidad la posesión y disfrute de los bienes materiales, asolando el sentido cristiano que fundamentó la razón de vivir que tuvo siempre Euskalerría. El marxismo, cualquiera que sea el matiz con que se disfrace, aprovecha el resentimiento que surge en las sociedades liberal-capitalistas y mediante la lucha de clases pretende el control del Estado para tener bajo sus pies a toda la sociedad.


Para cambiar, Tradición. El Cerro de los Ángeles, 13 de noviembre de 1988.

La herencia liberal del siglo XIX

¿No es suficiente con el panorama histórico que nos legaron las corrientes conservadoras o revolucionarias, hijas del liberalismo del siglo pasado, y cuyas consecuencias todavía se sienten en nuestra sociedad, para que todavía se atrevan a presentárnoslas como panacea o remedio de los males presentes? ¿Se nos ha olvidado la desamortización de los bienes eclesiásticos y municipales que enriqueció a unos pocos y dejó desamparados a los más; las leyes que convirtieron en proletarios a los campesinos y dueños de las tierras a quienes sólo eran usufructuarios? ¿Se nos ha podido borrar de la memoria la ruina y el desprestigio del poderío español por la voracidad e incompetencia de quienes entendían el poder como vía urgente de enriquecimiento? ¿Se nos ha podido olvidar que la dolorosa contienda de 1936, convertida en Cruzada por el espíritu religioso de los requetés, fue la consecuencia inevitable de las experimentaciones políticas a las que se sometió temerariamente a nuestra Patria?

Ni marxismo ni neoliberalismo

No es la primera vez que el carlismo, fiel a su compromiso de recordarle a España las raíces de su propia identidad, advierte las contradicciones con que se pretenden desde el Poder configurarle su futuro. No; ni el neoliberalismo con que urden precipitadamente las bases económicas y políticas de la sociedad, ni el marxismo agazapado tras los camuflajes que la democracia parlamentaria posibilita, harán que España pueda recuperar el puesto que le corresponde en el concierto de las naciones.

La herencia socialista

¿Cuándo se ha de tener la osadía de confesar el desastre económico que ha supuesto para la agricultura, la ganadería, la pesca y la industria española la precipitada entrada en el Mercado Común Europeo? ¿Cuándo se ha de declarar abiertamente que la recuperación económica que parece dinamizar la economía española está lográndose a costa de vender nuestro patrimonio a las grandes multinacionales?



MANIFIESTO DE S.A.R. DON SIXTO ENRIQUE DE BORBÓN DE 17 DE JULIO

Parece haberse adueñado de los españoles una indiferencia teñida a veces de falso optimismo que les impide ver la gravedad de los males que afligen actualmente a España. La entrega de la confesionalidad católica del Estado ha acelerado y agravado el proceso de secularización que le sirvió de excusa más que de fundamento, pues éste -y falso- no es otro que la ideología liberal y su secuencia desvinculadora. De ahí no han cesado de manar toda suerte de males, sin que se haya acertado a atajarlos en su fuente. La nueva "organización política" -que en puridad se acerca más a la ausencia de orden político, esto es, al desgobierno- combina letalmente capitalismo liberal, estatismo socialista e indiferentismo moral en un proceso que resume el signo de lo que se ha dado en llamar "globalización" y que viene acompañado de la disolución de las patrias, en particular de la española, atenazada por los dos brazos del pseudo-regionalismo y el europeísmo, en una dialéctica falsa, pues lo propio de la hispanidad fue siempre el "fuero", expresión de autonomía e instrumento de integración al tiempo, encarnación de la libertad cristiana, a través del vehículo de la denominada por ello con toda justicia monarquía federativa y misionera.